Hace unos meses le preguntaron a Elon Musk como resolver el paradigma del impuesto a las grandes fortunas. “No veo el sentido quitarle el trabajo de la redistribución de la riqueza a quienes mejor saben hacerlo para dárselo a los gobiernos, entidades claramente ineptas en esa tarea”, contestó. Uno se queda más tranquilo si estos multimillonarios galácticos se encargan de repartir el dinero. Seguro que algo nos toca. Es gente preparada. Tienen muy claro cómo tiene que ser el mundo, el suyo y el nuestro. 

Horas después de que Esther Crawford, directora de Product Management de Twitter, colgara en la red una etiqueta corporativa “#AmaDondeTrabajas”, Musk echaba de madrugada, en secreto y desconectando sin previo aviso su contraseña, a la mitad de la plantilla del extinto pajarito. Los 3.700 trabajadores despedidos decidieron crear su propia etiqueta: “#AmaDondeTrabajaste”. Devotos todavía incapaces de entender su tragedia, más que una pizca de amor corporativo les hubiera venido mejor un buen sindicato.

Con el fervor desatado con la llegada de Messi a EEUU, el hombre de los 180.000 millones de dólares en el bolsillo (esa obscenidad consentida) no descarta ahora hacerse con las vísceras de un equipo de fútbol de prestigio. Es su sueño más antiguo. Lo manifestó hace unas semanas en el Financial Times. Uno se pregunta por que adquirir un equipo si se podría comprar todo el fútbol mundial el solito, y de paso suspender las ligas y jugarse un partidito mano a mano: Musk contra Musk, esos placeres divinos que otorga el dinero extravagante. Se entiende. Es que la actividad más relevante del fútbol actual no es jugar, sino la capacidad económica de crear valor. Hace falta repetirlo. 

El vertiginoso espasmo inversor del mercado lo refleja el último informe realizado por Forbes-Bloomberg 2022-23, sobre la evolución de los dueños de los 98 principales equipos del fútbol europeo. Las grandes fortunas son propietarias de un 55% de la totalidad de las entidades; el capital riesgo un 14%; los fondos soberanos un 7%, las multinacionales un 5%; los inversores minoritarios otro 5%, y los socios un 14%. La avalancha privatizadora de corte neoliberal está dejando al fútbol exhausto y sin representación social. Se estima que ese 14% de socios será absorbido por el capital riesgo antes que finalice la década. 

Argentina resiste. ¿Hasta cuándo? No mucho. Menos aún con la victoria de Javier Milei, y sus posibilidades de gobernar. Este neoliberal desmesurado que ha decidido privatizarlo todo: la salud, la educación, las pensiones, las empresas públicas, y el cambio climático si lo dejaran y creyera en él. Entonces por qué no lo haría con el fútbol. Sería una forma de empezar a andar, de meterse entre pecho y espalda un bocado de doctrina muy apetitoso. Si no lo sabe, ya somos ese hincha privatizado. No será hoy ni mañana, pero será.

"Se terminó la atrocidad de que donde hay una necesidad nace un derecho. Esa aberración de la justicia social”, declaró. Desde la Prusia bismarckiana conquistando derechos para que Javier Milei los quiera deshacer de un plumazo, en una mañana. Miente. Lo sabe. Pero ahora, más que nunca, seguirá con sus gruñidos, junto a Milton, Murray, Robert y Lucas, sus cachorros neoliberales que no paran de ladrar.

(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón del Mundo '79