Insomnio. Temblores. ¿Covid? No, exceso de argentinidad en la sangre. ¿Síntomas? Fiebre del dólar, dolores de país y calambres en el alma. Las cartas están sobre la mesa. Dos de cada tres argentinos creen que se deben recortar derechos, inversiones y posibilidades, incluso los que podrían favorecerlos.

El pueblo nos dijo en la cara que los libros de nuestra biblioteca están equivocados y que por lo tanto nosotros también. Ya no les interesan nuestras canciones y eslóganes. Y que eso de que el amor vence al odio les suena a chiste. ¿Son tontos o se hacen? No. Son laburantes, estudiantes, gente como nosotros que no encuentran en nuestra idea del mundo calma ni panacea. Seguro que hay algún que otro salame o cabeza hueca, que quizá antes votó como nosotros pero ahora cambió. Es que el cambio, en esta época, es la norma, no la excepción.

A pesar de ser una época de cambios, ellos piden más o menos lo mismo que siempre pide el pueblo: seguridad, trabajo, techo y comida. Se lo piden ahora a un personaje caricaturesco inventado de la noche a la mañana porque no sienten que nosotros se lo podemos dar.

Eso, que sería la excepción, es ahora también la norma. Basta con mirar otros países. Porque lo que estamos viendo es una estrategia global que los impone con facilidad desde los medios y las redes. Un día agarran a un gil con prensa, algo exótico y bocón, y lo hacen candidato. ¿Les suena?

Primero destruyen las bases de los discursos, de la música, del mercado editorial, y luego instalan una cultura burda y ruidosa. Es pasar de Charly a L-Gante. ¿O creen que es casualidad que en todos lados se escuche esa bazofia de música sin melodías ni poesía? ¿O que es casualidad que películas como The Joker sean antipolítica y que en este país haya problemas de suministro de papel para hacer libros?

Ah, y para lograr eso destruyeron también las bases de la palabra. Las palabras ya no dicen lo que decían y además crearon un diccionario enorme de palabras que no se pueden decir. Una vez vaciada de sentido la palabra, sumás con facilidad a la gente a la que no le importa eso de derecha o izquierda, fachos o progresistas. Basta con gritarles “libertad” en la cara porque ya la palabra libertad quiere decir cualquier cosa o nada.

¿Y nosotros? Bien, gracias. Ahí andamos, tratando de entender. ¿Nadie lo vio venir? Pero si algunos intelectuales y pensadores lo escribieron. Quizá el problema es que hay más gente hablando que escuchando. No era tan difícil. Estaba en las tapas de los diarios de Ecuador, Brasil, España y Estados Unidos. Es una estrategia global, lo dije.

Y nada de culpar al enemigo, ¿eh? El enemigo hace su negocio. Es como culpar al equipo de fútbol contrario por hacerte goles. La única posibilidad de solución es ver por qué se defiende mal y se ataca peor. Ver los refuerzos que se compran y quién es el encargado de patear los tiros libres y los penales.

Y por ahí (y quizá estoy equivocado) analizamos mal algunas cosas. Por ejemplo: ellos ganan votos cuando nosotros pensamos que los pierden. Dicen que van a dolarizar y algunos se mojan de placer y los votan. Dicen que van a cerrar ministerios y más éxtasis. A la gente que se moja por esto no les conmueve que el pueblo unido no será vencido ni eso de ocupar las calles.

Si hasta ganan votos diciendo que van a prohibir el inclusivo en las escuelas o que van a comprar Taser. Nosotros nos indignamos. La gente (dos de cada tres) los apoya. Porque si no, no los votarían luego. Es tan curioso esto, tan fácil de ver para algunos y tan difícil de entender para otros, que en los canales de televisión y radios “nuestras”, cuando los están criticando, en realidad les están haciendo propaganda.

Y además creo (y quizá esté equivocado otra vez) que nunca aprendimos a usar las armas que el enemigo usa como si las hubiera inventado (y de hecho es así). Por ejemplo las redes sociales, que es el campo de batalla actual de las ideas. En este momento hay un ejército de trolls y de operadores llamando a las radios haciéndose pasar por votantes, y posteando para defender lo indefendible. ¿Y nosotros?

Por eso, quizá, citamos los mismos libros y cantamos las mismas canciones que al pueblo le han dejado de interesar. Porque el pueblo unido esta vez son ellos. Dos de cada tres argentinos votaron en contra nuestra, en contra de los derechos, en contra de la investigación científica. Feíto, ¿no? Pero real. A menos que ustedes crean que el sesenta por ciento de la gente que vota a esta gente horrible no sea “el pueblo” si no marcianos.

¿Cómo termina este partido? No lo sé. Sabemos que podemos hacer goles con la mano, que el arquero de ellos se puede lesionar. Eso sí, no habría que olvidar que el VAR lo manejan ellos desde las usinas de poder que los puso en la puerta de dirigir este país. Y que el árbitro es amigo/socio de ellos, y que la cancha ahora es también de ellos y está inclinada para el lado de ellos.

No se perdió todo. Nunca se va a perder todo. Pero para que eso no suceda hay que entender que, como podría haber dicho Gramsci, el viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer y en ese claroscuro nos llenan la canasta de goles.

 

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