La piel es como un archivo de memorias. Las manos de Marcela Astorga acarician las crines negras de caballo con las que su abuelo materno, Aaron Landesman, fabricó cepillos cuando llegó a la Argentina desde Alemania, de una de sus instalaciones que integra Desatando la línea de tiempo, que se inaugurará el sábado 19 a las 12 en la sala PAyS (Presentes, Ahora y Siempre) del Parque de la Memoria junto con La visión detrás, una exposición de José Luis Landet en la que trabaja con materiales consumidos y desechados de pinturas de artistas amateurs compradas en los mercados de pulgas, enciclopedias heredadas de la biblioteca familiar y hasta los 32 tomos de la obra de Lenin. Las dos muestras se podrán visitar con entrada libre y gratuita, de martes a domingos y feriados de 11 a 17.

A través de objetos, instalaciones, fotografías, acciones, videos y collages, Astorga (Mendoza, 1965) construye una poética en donde la existencia del cuerpo es crucial y no se sostiene sin una piel. “Las crines de caballo forman una línea invitando al espectador a sumergirse en la exhibición, nos rozan de manera involuntaria en el estrecho camino y despierta nuestra percepción sensorial a través de la propia piel”, plantea la curadora Silvia Rottenberg, quien admite que ese roce puede provocar molestia, pero permite “tomar conciencia del aquí y ahora, del estar vivo”.

La artista mendocina, que vive en Buenos Aires, cuenta a Página/12 que la línea está “muy presente” en su obra. Como sucede también en la segunda instalación donde se pueden ver unas telas negras y blancas desgarradas sobre unos muros, como si fueran telarañas, con las que busca “romper la trama”, dice. “Yo saco los hilos negros con la idea de que estas telas estuvieron en contacto con cuerpos. Ya había comenzado a hacerlo con telas rojas; entonces mi fantasía era que los hilos rojos que sacaba eran como las heridas de ese cuerpo que estuvieron cubriendo”, explica Astorga, que ha exhibido su trabajo en La Maison Rouge, el Centre Pompidou, la Fundación Klemm, el Museo de Arte Contemporáneo de Rosario y el Centro Cultural Recoleta, entre otros espacios.

Lo que parece una telaraña en una de las instalaciones de Desatando la línea de tiempo para Astorga expresa “una fragilidad que no es frágil” porque el poliéster “no es fácil de quebrar con la mano”, aclara, y toma un pedazo y lo estira para demostrar que no se rompe. “Cuando empecé a deshilar las telas también fue un acto feminista esta cuestión de no construir la trama sino de desarmarla, de no tejer sino de destejar. En todo mi trabajo fui como entrando a campos en los que la mujer no podía, como trabajar con cueros de vaca. Me acuerdo que los gauchos me miraban como espantados. Fue medio inconsciente esa tarea de entrar al campo del hombre desafiando ese concepto de que la mujer tiene que tejer o bordar, cosa que hago muy bien”, subraya con una sutil ironía.

Óculo es una videoinstalación de Astorga que dura 13 minutos en la que ante una casa a punto de ser demolida la artista interviene y hace unos agujeros en el techo para que entre la luz. La videoinstalación condensa la primera acción realizada en 2009 en una casa en la ciudad de Córdoba. “Mis imágenes son todas estáticas y el video me permitía explorar el movimiento. Los agujeros que se van viendo se corresponden con la Cruz del Sur; la ubicación de las estrellas en el techo de la casa es como armar un cielo a escala humana”, reflexiona la artista.

Hay dos paredes de la sala PAyS con lo que José Luis Landet (Buenos Aires, 1977) denomina “desclasificación de las enciclopedias” en la serie “Tríadas”, que forma parte de La visión detrás. “Trabajo con desechos socioculturales que pueden ser enciclopedias, diapositivas, fotografías y pinturas, entre los años'40 y los años '70, de pintores amateurs que encuentro en los mercados de pulga”, revela el artista que expuso en Nueva York, Miami, Lima, Londres, Torino, Madrid, San Pablo y Ciudad de México. “La operación acá es acumular cantidad de enciclopedias y después empezar a cortar y a sacar las imágenes. Una vez que saco todas las imágenes, agarro tres al azar que no tengan vínculos: una sobre el universo, otra bélica y la tercera del fondo del mar, por ejemplo. Esas tríadas unidas de manera automática las pego en un papel milimetrado. Al papel milimetrado y a las tríadas le saco una fotocopia con impresora a color y después la pego en un cartón. El cartón se pega en un mdf (una especie de tablero) y el mdf a un bastidor. Después se sumerge en pintura, en esmalte negro sintético mate. Al ver cada tríada, el cerebro automáticamente hace una frase, una relación. Para eso busqué en Google qué piensa la ciencia del cosmos y me aparecieron 70 tomos impresos, me los compré, y durante meses estuvimos recortando títulos y subtítulos, se pusieron en una bolsa y se iban sacando de a uno y se iban pegando”, repasa Landet el minucioso trabajo detrás de “Tríadas” .

Una pregunta asedia a Landet como una obsesión que crece: “¿quién produce, quién distribuye y quién consume los objetos socioculturales que los artistas producimos?” En otra de las obras recorta las firmas de los pintores amateurs, cuyos nombres no pasaron a la historia. La curadora Tania Puente observa que mediante una serie más o menos estable de acciones “pone en común los materiales, los interroga y sitúa su atención en los detalles que corren por los márgenes. Se los arrebata al pasado, los desordena y los abre. Propone un juego en el que las imágenes se vuelven sus compañeras y, codo a codo, entran en un estado permanente de negociación de sentidos. En otras palabras, producen presente”.

El artista repasa lo que sucedió con esas pinturas de pintores amateurs que acumulan polvo en los mercados de pulga. “En los años '50, estaban en las mueblerías que te regalaban un cuadro para adornar el living o un cuarto. Como en los '60 apareció el empapelado, con colores y formas geométricas, una cosa más abstracta, se abandonaron los cuadros en las casas, y fueron a parar a los hoteles de paso y empezaron a ocupar la cabecera de una cama donde suceden también otras cosas. En los '80, como ingresaron los espejos y la iluminación, los cuadros se fueron de los hoteles a los mercados de pulgas”, resume el itinerario. Entre las firmas de esos pintoras y pintores “rescatados” aparecen las de Olimpia Gómez, Héctor de la Fuente, J. Roy y Silvia Sosa, entre otros artistas amateurs de México, Colombia, Perú, Brasil y la Argentina.

Un amigo de Landet, coleccionista de libros, le donó los 32 tomos de las obras de Lenin. Entonces se le ocurrió “Ensayo para partitura L”, hecha con esmalte sintético negro mate sobre papel prensa y tachuelas sobre un muro en que se pueden apreciar hojas sueltas con los ensayos. “Lo que hice fue deshojar cada uno de los tomos y los sumergí en pintura, en esmalte sintético negro mate, de un lado y después del otro; luego las recorto y las concibo como si fueran partituras”, cuenta Landet, quien analiza su modo de trabajar con eso que ha sido consumido y desechado. “Los desechos terminan siendo narrativas; hay algo de la potencia del material y de la memoria de la persona que lo hizo que sigue quedando. Aunque uno no conozca la identidad, hay un gesto, una experiencia que queda materializada”, destaca el artista que en el último tiempo cuenta con la complicidad creativa de La Bomba de Humo, un grupo de improvisación teatral que trabaja con los personajes que surgen del universo artístico de Landet.

Más que asumirse parte de una tradición conceptual apropiacionista, los procesos poéticos de Landet se emparentan con aquello que la escritora Cristina Rivera Garza llama desapropiación -precisa la curadora-, estrategias que ‘se mueven hacia lo propio y hacia lo ajeno en tanto ajeno, rechazando necesariamente el regreso a la circulación de la autoría y el capital, pero manteniendo las inscripciones del otro y de los otros en el proceso’”.