Después de cuatro años de gobierno de Mauricio Macri y otros cuatro de Alberto Fernández, el hastío con tanta crisis derivó en el triunfo de Javier Milei en las PASO del último domingo. Es el candidato más disruptivo en el escenario electoral, con ideas, discurso y prácticas de la extrema derecha, lo cual seduce a una porción de votantes que no quieren saber más nada con lo que hay y buscan la ilusión de algo nuevo, por más que lo supuestamente nuevo -su equipo económico salió de las catacumbas del menemismo de fines de los '90- los ubique como principales damnificados de las reformas que dice querer realizar.

Milei le sacó ventaja a Patricia Bullrich en esa estrategia, en parte porque se muestra más decidido para encarar transformaciones de fondo y en parte porque no lleva el descrédito de haber sido ministro de dos gobiernos que fracasaron, como los de Fernando De la Rúa y Macri. El desparpajo del libertario para decir cualquier cosa, más el acompañamiento mediático y el apoyo de un sector del establishment que lo instaló en la escena pública, parecen darle cobertura hasta para reivindicar a Domingo Cavallo como ministro de Economía.

La candidata de Juntos por el Cambio también busca sacar provecho del malestar social, planteando que vendrá con dinamita, que el cambio es a todo o nada, pero el recuerdo fresco de la gestión de esa fuerza hasta 2019 le resta credibilidad. Las furiosas peleas internas y las zancadillas entre dirigentes de la fuerza, con Macri que coquetea con Milei, hacen más empinado el camino para Bullrich.

La respuesta del oficialismo ante la arremetida por derecha no es un programa igual de decidido en sentido contrario, que apunte contra las estructuras oligopólicas de los formadores de precios, confronte con dureza con el FMI o despliegue proyectos para resolver la precarización laboral que sufre casi la mitad de los trabajadores en el país. Sergio Massa todavía se presenta más como el ministro de Economía del gobierno del Frente de Todos, intentando tapar agujeros, como ocurrió mayormente a lo largo de la gestión de la coalición oficialista, que como el candidato empoderado de un peronismo transformador.

No hay planes concretos ni promesas firmes para alterar la ecuación que hace años viene achicando la participación del salario en la renta nacional, a manos del capital. No hay definiciones categóricas ni proyectos de ley del Poder Ejecutivo que garanticen que se usará el litio, el cobre y otros minerales estratégicos para el desarrollo industrial, por más que se lo enuncie como objetivo y se hagan algunas cosas en ese sentido. No hay definiciones del estilo "no somos neutrales, estamos con los trabajadores" o "yo estoy con el pueblo", como dijo Cristina Fernández de Kirchner en una Plaza de Mayo colmada hace apenas tres meses.

Massa intenta sostenerse desde el perfil del político pragmático, el piloto de tormentas que no suelta el timón, el que está dispuesto a agarrar la papa caliente, el que dialoga con todos los sectores, el que viaja a Estados Unidos y a China, el que busca salidas negociadas y se ofrece como componedor en las crisis, pero no logra incorporar a esa imagen la del líder convencido de que podrá imponerse para transformar una realidad compleja.

Dos modelos

Los integrantes de Unión por la Patria remarcan con razón que el proyecto del campo nacional y popular es radicalmente distinto al de la derecha. Se persigue el crecimiento de la industria y la producción, la conformación de un mercado interno pujante, el desarrollo científico tecnológico, la inclusión social, la ampliación de derechos, la integración del Mercosur y regional, el diálogo multipolar, se defiende el rol de las empresas públicas, el federalismo y la participación ciudadana, como grandes trazos del modelo que fue capaz de alcanzar conquistas históricas entre 2003 y 2015 y que, aún en la etapa actual, ha intentado mantener esas consignas.

La defensa de la moneda nacional es otra diferencia con la derecha que en este momento es fácil de advertir.

Sin embargo, la explicación de todas esas políticas quedó desdibujada a lo largo de estos años por las peleas internas que caracterizaron al gobierno. Más allá de las razones de los espacios en pugna, esa incapacidad para procesar las diferencias de manera virtuosa terminó arrastrando al peronismo al tercer puesto en las PASO y a sufrir el éxodo de millones de votantes hacia fuerzas políticas que se presentan como verdugos de los sectores populares.

La persecución, el intento de asesinato y la proscripción judicial de Cristina Kirchner también es una derrota mayúscula para el peronismo, que aporta a la explicación de por qué ahora se encuentra en la posición en la que está. 

Contra todos

Los proyectos económicos de Milei atentan contra múltiples sectores productivos y sociales. Por ejemplo, cuando dice que terminará con la obra pública está poniendo bajo amenaza a cientos de miles de obreros de la construcción, lo mismo que cuando advierte que abrirá la economía a las importaciones se mete con el trabajo de miles de operarios industriales y pymes. También cuando anticipa una enorme devaluación para dolarizar, lo que hundirá al mercado interno y a las empresas y comercios que lo abastecen.

El libertario les apunta a los jubilados al oponerse a las moratorias, a la salud y a la educación pública al propender a su privatización. Milei pretende quitar indemnizaciones, eliminar estatutos laborales, reprimir la protesta ciudadana. Su proyecto califica a la justicia social como una aberración y su candidata a vicepresidenta, Victoria Villaruel, reivindica a genocidas y al terrorismo de Estado.

El proyecto de Bullrich no es muy distinto. Al peronismo le quedan 60 días para terminar con el statu quo y ofrecer a las masas populares un programa que enamore.