Desde hace algunos años la idea de aventura en la historieta argentina viró mayormente hacia los sucesos interiores, historias de cuarto cerrado, con conflictos individuales y de orden psicológico. En ese escenario actual, la aparición de una historieta como Náugrafo Morris, que abre las puertas de las grandes travesías para relatar las peripecias marítimas de un joven que se embarca por sueños y dinero y, tormentas mediante, padece todos los males imaginables (naufragio, hambre, frío, traición, cárcel y enfermedades) es, qué duda cabe, una anomalía. Ahora, ¿qué desafíos implica ese retorno al corazón clásico del arte, es decir, a las aventuras a cielo abierto, de grandes espacios, con la mirada puesta en el comportamiento humano en relación al conjunto? Son pocos los que pueden dar respuesta a ese interrogante, y uno de ellos es Lautaro Fiszman, acaso el último dibujante aventurero.
Y esa afirmación no sólo se sostiene a partir de su estupendo Náufrago Morris –con guión de Pablo Franco–, un trabajo que se llevó en 2022 el primer premio en el Primer Concurso Latinoamericano de Historieta, y que ya salió en Brasil y será editado en Francia. Sino que se completa, además, al revisar sus obras anteriores como Barro y sangre (2014), Nuda vida (2019) y Trelew, la patria fusilada (2022), en los cuales el dibujante no le teme a los relatos con grandes escenarios sociales y políticos (conflictos bélicos, la Guerra del Paraguay o el Estado opresivo) y en los que propone historietas que sean “recias y alegres, violentas y humanas”, como pedía Oesterheld. “Hay historias que siento la necesidad de contarlas, que me conmueven, que me emocionan y me dan ganas de llevarlas a la historieta”, comenta Fiszman, uno de los últimos alumnos del taller de Alberto Breccia. “Todo depende que haya una acción o situaciones que me parezca interesante dibujar o pintar”.
En este caso, la situación interesante es el famoso relato en primera persona del guardiamarina Isaac Morris, tripulante de la fragata inglesa Wager, embarcación que formaba parte de la escuadra de ocho barcos de la Marina Real Británica (seis de guerra y dos con suministros) que salió hacia América del Sur con el propósito de disputarle a los españoles el oro y el territorio. La travesía de Morris arranca en Londres en septiembre de 1740 cuando advierte que la tripulación de su barco está integrada también por presos y hombres con antecedentes de insania. A la altura del pasaje del pasaje de Drake al sur del cabo de Hornos, y luego de varios contratiempos, muere el capitán de la Wager y asume el mando el terrible David Cheap. Una gran tormenta termina por estrellar a la nave contra las piedras de una de las islas cercanas a Chile. El resto de la flota inglesa, también herida, se aleja, y en aquella isla un mayo de 1741 se desata el llamado Motín del Wager. Cheap enloquece y es asesinado. Hay traición y muertos. La tripulación se dispersa en grupos. Algunos buscan volver a Inglaterra por la ruta hacia el norte de Chile y otros optan por la dirección hacia el sur: a través del Atlántico.
Las desgracias durante ese regreso son demasiadas para un hombre, pero Morris ya ha dejado de ser un joven inglès de 24 años con ilusiones de progreso, ahora es apenas un cuerpo seco que intenta sobrevivir en una tierra desconocida como Argentina (a la altura de Mar del Plata) ante la incredulidad de los indios conducidos por el cacique tehuelche Cangapol. Cuando los sobrevivientes logran llegar a Buenos Aires, son capturados por los españoles que les exigen convertirse al catolicismo. Los ingleses se niegan, y como castigo, terminan como esclavos en el famoso buque Asia. Para Morris aquel viaje será un nuevo escalón en el infierno.
La historia de cómo sobrevivió, qué vio, y qué sintió junto a sus compañeros, se la relató Morris a un escriba en Londres, mientras el marino era sometido a un juicio por el motín. Se habría publicado en 1750 y en Argentina se conoció por primera vez en 1956 bajo el título de Una narración fiel de los peligros y desventuras que sobrellevó Isaac Morris, con un estudio de Milciades Alejo Vignati. Como es sabido, aquel naufragio tiene otros cuatro escribas sobrevivientes además de Morris, de los cuales dos se editaron en el país: Naufragio en las costas patagónicas, de John Byron (abuelo del poeta), editado por Colihue; y Un viaje a los mares del sur en los años 1740-41, de Bulkeley y John Cummins, publicado por Eudeba.
¿Qué hicieron Fizsman y Franco con toda esa documentación? Un relato directo, veloz, preciso como un documental (el guión de Franco es aséptico, efectivo, pocas palabras y al hueso) y tan clásico como una película de John Huston sobre los mares. Con todo eso Fiszman se puso a pintar la tragedia humana. Claro que esa tragedia no es producto de la bravura de la naturaleza, sino de la crueldad del hombre para con el prójimo y es, ante todo, el poder destructor de las fuerzas invasoras. Morris no es una víctima, es quien lleva a sus espaldas las consecuencias de la codicia y de la traición en un mundo atroz. Y esa visión, saludablemente presente en este libro, convierte a Náufrago Morris en un ineludible del género, que acaba de ser editado conjuntamente por Historieteca y Loco Rabia. Cuenta Fiszman que el trabajo les demandó cuatro años: “Pablo estaba escribiendo una novela sobre Morris, y cuando me contó la historia enseguida me la imaginé en una historieta. La idea era hacer la adaptación cuando él terminara, pero no fue así, y al final decidimos arrancar con la historieta. Empecé a pintar los originales en la pandemia, no había nada de laburo y aproveché a meterle todos los días”.
Otro de los grandes aciertos del libro es permitirle a Fiszman olvidarse de las ataduras propias de la historieta, para pintar escenas (gestualidad e irreverencia brecciana) que fueran más allá de los límites de las viñetas: mares embravecidos, cielos argentinos, rostros de inolvidables asombros, y, ante todo silencio, mucho silencio. Porque ¿qué otra cosa puede haber en la cabeza de un náufrago con hambre y terror? “Pablo tuvo mucho que ver en la decisión de hacer cuadros grandes de paisajes o de espacios”, dice Fiszman. “Traté de mantener el formato clásico de tres tiras por página que ayuda a que el relato sea más cinematográfico, pero luego entendí que a veces las historias necesitan un cuadro a página entera que ofrezca al lector un respiro, sobre todo dentro en una historia densa como la de Morris”.
Fiszman lo hizo otra vez, y los lectores de las verdaderas aventuras dibujadas, agradecidos.