Recordar es aprender y eso, al menos en parte, distingue a los sapiens como seres que piensan. Sin embargo, olvidar también puede ser saludable en algunas circunstancias. ¿Qué sucedería si, como máquinas, las personas tuvieran la capacidad --o más bien, el infortunio-- de recordar cada segundo de su existencia? La hipertimesia fue descubierta a principios del siglo XXI y, según se estima, afecta a tan solo 60 personas en el mundo. Se trata de una condición a partir de la cual los recuerdos, lejos de constituirse como piezas que emergen y luego se desvanecen, se graban con lujo de detalle en la mente de los individuos. Tanto que, en los casos más extremos, se parece mucho a un castigo.
Se cree que el origen podría estar en un lóbulo temporal (región del cerebro que contribuye a procesar la memoria) o en el núcleo caudado (que ayuda a aprender) de mayor tamaño a lo normal. Sin embargo, por más maravilloso que parezca, poseer una memoria absoluta todavía está en discusión para algunos científicos reconocidos. “No existe ni un solo artículo científico que muestre alguna diferencia en los cerebros de personas que supuestamente tienen una memoria superior y las que no. En su momento, publiqué un artículo donde trato de desnudar a una supuesta condición muy similar. Me refiero a aquellos que argumentan contar con una capacidad de cálculo extraordinaria. Sostengo que los que dicen que hacen cálculos sin esfuerzo, realmente están aplicando las técnicas, aunque digan que no”, dice Andrés Rieznik, físico, neurocientífico y comunicador de la ciencia.
“En este caso, creo que pasa un poco lo mismo: algunas personas tienen mejor memoria que otras, pero nadie puede recordar cada detalle de su vida. Eso no existe, todo lo que sabemos sobre el cerebro va en contra de esa posibilidad”, remata quien estudió el tema de cerca y también se desempeña como matemago. Que la hipertimesia realmente exista no constituye un impedimento para revisar la historia de una condición que, aunque se caracterizó recién en este siglo, cuenta con casos que funcionan como antecedentes atractivos.
Casos famosos y polémica
Solomón Shereshevski fue un mnemonista ruso cuyo caso adquirió fama internacional. Tenía la capacidad de recordar series interminables de números, letras y palabras. Vivió en Moscú durante la primera parte del siglo XX y fue estudiado por el neuropsicólogo Alexander Luria en el libro La mente de un mnemonista (1968). Su memoria era fotográfica y le permitía repetir a la perfección cualquier experiencia que hubiera tenido, incluso años después. ¿La curiosidad? Lo que sobra por un lado, falta por el otro: a Solomón le costaba mucho interpretar textos con algún grado de complejidad, comprender las metáforas y conectar con las ironías y el humor.
“Para mí la hipertimesia no existe. Con respecto al famoso Solomón Shereshevski que estudiaba Luria, todo indica que utilizaba técnicas de memoria como usan todos los mnemonistas que participan de campeonatos internacionales, o bien, el tipo de demostraciones de memoria que algunas veces hago en mis presentaciones”, destaca Rieznik. Luego continúa: “Si uno utiliza técnicas de memoria pero no lo cuenta, la gente lo puede creer porque no tiene la chance de entrar a tu cerebro y ver qué es lo que pasa”.
Otro caso llamativo es el de Jill Price, una mujer norteamericana que narra con detalle y experimenta con intensidad cada uno de los momentos de su vida pasada. Todo como si fuera la primera vez, como si la experiencia volviera a recrearse en cada ocasión. El malestar de Price se produce porque no tiene la posibilidad de controlar aquello que recuerda, sino que se ve desbordada por sus memorias. En una nota con la BBC, lo deja en claro: “La mayoría de la gente lo considera una bendición, pero yo lo llamo carga. Cada día repaso mi vida entera en mi cabeza y me está volviendo loca”.
En 2017 recorrió el mundo “el fenómeno Rebecca Sharrock”, una mujer australiana de 33 años que puede acordarse de todas y cada una de las acciones que realizó en su vida. Como si fuera una grabadora humana, las imágenes se le forman en su cabeza y son narradas sin error. Una auténtica “máquina de emociones”. Para combatir este problema, quienes padecen hipertimesia procuran recurrir a recuerdos positivos, o bien, directamente se involucran en equipos de investigación y se prestan como singulares objetos de estudio. Es precisamente el caso de Sharrok, que participa de dos proyectos de investigación en las Universidades de Queensland y California. Una mejor comprensión del funcionamiento de su memoria, dicen los expertos, podría ser útil para avanzar hacia tratamientos vinculados a enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer.
Ciencia (y) ficción
Los seres humanos poseen múltiples memorias, definidas como la capacidad que desarrolla el cerebro de codificar, guardar y expresar experiencias. Son centrales, ya que participan de los acontecimientos más triviales --como recordar dónde están las llaves del auto-- o decisivos --por ejemplo, recordar la anestesia que debe suministrarse ante una intervención quirúrgica--. Una vez que la información se almacena en el sistema nervioso ayuda a los individuos a mejorar sus comportamientos, desenvolverse de una manera lógica y a construir su identidad.
Hay quienes la ejercitan de una manera particular, como los mnemonistas profesionales que, a diferencia de quienes sufren hipertimesia, entrenan la memoria con el objetivo de recordar series interminables de números o palabras. “Conociendo las técnicas y con el esfuerzo suficiente se pueden hacer cosas que para quien no conoce las técnicas ni realiza el esfuerzo parecen propias de una mente extraordinaria, como si pertenecieran a un cerebro o a una genética especial”, asegura Rieznik, conductor del programa La Liga de la Ciencia (TV Pública). En su libro Atletismo mental (Sudamericana), el neurocientífico enseña a ejercitar la memoria a partir de la fusión de técnicas milenarias y avances científicos, y deconstruye esa idea de genio que todo lo recuerda sin ningún tipo de entrenamiento ni método.
Si la hipertimesia no existe en la realidad, al menos sí tiene su lugar en la ficción. La referencia obligada es para Funes, el memorioso, ese relato emblemático de Jorge Luis Borges, en que su protagonista, dueño de una memoria prodigiosa, se ve imposibilitado de olvidar. Publicado en 1942, ese pequeño relato ilustra con maestría cómo sería la vida de un individuo perturbado por recordarlo todo.
Pero también hay ejemplos ilustrativos más cercanos en el tiempo. La serie distópica Black Mirror lo aborda en el capítulo Toda tu historia. Los personajes tienen implantes en sus cabezas que les permiten recordar todo lo vivido con una precisión quirúrgica. Los recuerdos almacenados en memorias artificiales invaden las relaciones humanas, en la medida en que las escenas pueden ser recordadas de manera reiterada. En su libro Sociedad pantalla, el filósofo Esteban Ierardo lo detalla de este modo: “La memoria del implante sirve para vivir, sí, pero en el pasado, que siempre puede regresar con una vivacidad apremiante. (…) Vivir en el pasado recordado desplaza el presente directamente vivido”.
En otras palabras, con o sin hipertimesia, se vive para recordar. Y se recuerda para vivir.