“Lavorare stanca”
Cesare Pavese
Hace muchos cientos de kilómetros que conduzco este automóvil grande al que no estoy acostumbrado, pero mientras tanto, me he venido preguntando porqué el tiempo es tan caprichoso con el discurrir de un paisaje a otro. La velocidad, a lo largo de todo el viaje, ha sido más o menos constante, sin embargo, en este último tramo de apenas algunos cientos de kilómetros, que a mis antepasados gringos les hubiera representado atravesar tres o cuatro países, el paisaje ya casi no cambia, ha perdido toda condición litoraleña y las plantas ahora tienen hojas pequeñas y tallos leñosos.
Se ven, cada tanto, algunos chivos pastando en la orilla de la ruta y otras veces es un alambre, al que llaman “boyero”, lo que impide que las vacas que pastan en la banquina invadan la calzada. Como el boyero es antiguo y tiene poca inteligencia, hay además un hombre, a caballo, a quien suele nombrarse igual que el alambre electrizado que contiene a las vacas, y está encargado de casi las mismas funciones sobre el ganado, pero ejecutadas con el ritmo cansino de la tierra yerma que, de a ratos, interrumpe todo verdor.
Antes de esto yo he visto pasar, en uno y otro sentido, indios en moto. La moto es pequeña, ágil y estridente, pero parece muy popular entre estos usuarios, por eso, no me sorprenderé más adelante al ver muchas motos congregadas y en movimiento, porque todo es movimiento en la ruta. El tiempo civil se suspende, el trabajo se aquieta, el teléfono no se contesta, y la velocidad se enlaza firmemente con el espacio y el tiempo: si estamos ahora en este pueblo, a eso de la oración estaremos llegando a tal otro, pero la gente que queda atrás en la ruta, vive un tiempo diferente al del que viaja y aún así, el tiempo sigue circulando. ¿Será todo esto sólo un asunto de ilusión y relojes?
Sin embargo, yo sigo guiando este automóvil enorme; vistos desde aquí, los indios en moto no parecen llevar apuro, van con su propio tiempo tiempo, en su velocidad y en su propia vida. El tiempo en la reserva tal vez discurra antes al ritmo de las estrellas que al del celular.
A causa un poco de los indios en moto y otro tanto en razón de mi propio cansancio, ya no llevo el auto a las velocidades extremas a las que lo he conducido por otras tierras. Las motos, al igual que los indios que las guían, se mueven tan despacio que termina pareciendo que yo anduviera a alta velocidad sobre la cinta de bitumen negro, pero es sólo nuestra mirada de gringos; nos sorprende verlos en moto, como nos sorprendería una flor sahumando monte adentro. Pero he hecho bien en disminuir la velocidad, a lo lejos y en lo recto del camino veo unas sombras impropias: la ruta es siempre derecha y ofrece un horizonte color bleque aunque si aparto la vista del gálibo, aparece el marrón fresco de la tierra seca o el verde amarillento de las plantas de hojas pequeñas; el marrón de los troncos aparece atenuado porque no predominan por aquí los grandes troncos, en cambio, lo que veo, es algo oscuro y al avanzar, incluso, ya empiezo a distinguir, sin mis anteojos de présbite, una camioneta blanca y reluciente que no parece desplazarse a gran velocidad.
Mirar un punto en la lejanía hace que los dos ojos vean casi la misma imagen y antes que la sensación de profundidad, el relieve, lo que guía la interpretación de la imagen es la memoria: también yo sé desde pequeño que cuando las cosas están lejos aparecen pequeñas al ojo pero de cerca son lo suficientemente grandes como para percibir que si cierro un ojo, la imagen que sucede no es idéntica a la que sobreviene si cierro el otro y esto es lo que me da sensación de relieve.
Hace bien el lector en ensayar mi propuesta abriendo y cerrando ojos. Pero cuando ya empiezo a ver en relieve, entiendo que no es sólo una camioneta blanca, también hay autos de otros colores, una buseta de ocho asientos y muchas, muchísimas motos de baja cilindrada, todo eso es lo que está alrededor de los indios que sostienen algo que, a la distancia, yo no sé distinguir y termino, por vagancia, cansancio o balumba del alma, adjudicándole el carácter de bandera o pasacalles. El conjunto obtura la ruta y hace imposible la pacífica circulación de mercaderías, camiones o motos.
Mi bella acompañante entiende que he frenado suavemente porque su automóvil finalmente ha empezado a entenderse conmigo. Yo sé que ella se ríe cuando, en caminos de una sola trocha, al adelantarme a un camión y viendo otro que se me viene encima, yo animo a la máquina con chasquidos de lengua y besitos, como si fuera un caballo, pero no es que no le tenga confianza, es que así me pongo campo afuera, relleno de un niño con pasado de vieja ruralidad.
Finalmente freno del todo. Detrás de mí, lenta, despaciosamente, vienen a detenerse otros vehículos mientras los indios en moto se cuelan por cuanto espacio haya. ¿Nombre toba no pudo haber tenido? Mariel desciende del automóvil y va pronto a conversar con la gente. ¿Quién podría negarse a informarle sobre lo que pasa siendo como es de bella, amable y encantadora?
Se trata de un piquete, me explica, pero mientras me da detalles y perspectivas, yo no puedo dejar de recordar a Milan Kundera cuando hablaba de una guerra entre tribus africanas durante la edad media. ¿Qué aporta la recurrente tensión militar entre Alemania y Rusia, en una serie que viene modulada por las crisis sobre Lituania? Pero no me dura mucho la explicación, enseguida vuelve ella a bajarse y a mezclarse entre la gente. Parece que hay una comunidad que no tiene agua y el piquete es para reclamar que el agua llegue. A mí me parece razonable el pedido, si yo fuera un indio en moto me gustaría tener agua para poder vivir. Sin embargo no accedo a bajar del vehículo. Al rato un criollo viene a contarnos sobre los piquetes. Que están acostumbrados a no trabajar, dice, como si esto fuera igual para los tobas que para los hijos de Juan de Salazar Espinosa. Tal vez, se me ocurre, haya entre los quom, buenos pilotos de drones esperando la ocasión.
Resuelvo dormir una siesta. Me hace falta. Sin embargo, apenas conciliado un medio sueño, me despiertan los motores, el piquete se ha suspendido, aunque el agua no haya llegado. Arranco poniendo especial cuidado en esquivar indios en moto.