“A menudos los hijos se nos parecen…”, afirma Joan Manuel Serrat en su escuchada canción "Esos locos bajitos". “Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma, nuestros rencores y nuestro porvenir…”, recita el catalán en otro tramo de ese tema que sintetiza la fuerte ligazón que existe entre madres y padres con sus hijes. Un vínculo tan estrecho como complejo, que involucra un legado de genética, costumbres, expresiones y hasta visiones del mundo, pero no carente de tensiones y hasta la obsesión -en algunos casos- de no repetir el pasado de la generación anterior. ¿Es posible, acaso, escapar a esa herencia familiar de la que se proviene? ¿O por más esfuerzo que se haga por no cargar con las mochilas de los padres la esencia se impone irremediablemente? Esas preguntas son las que sobrevuelan Cómo provocar un incendio, la obra de teatro que estrenó en el Multiteatro, protagonizada por Gonzalo Heredia, Eugenia Tobal, Laura Azcurra y Nicolás García Hume.
Cómo provocar un incendio fue escrita por Heredia, el actor que desde hace años despunta el vicio y la necesidad de escribir, con dos novelas en su haber (Construcción de la mentira y El punto de no retorno) y que ahora debuta en la dramaturgia teatral. Lo hace con una comedia que indaga sobre los mandatos, secretos y deseos no asumidos que irremediablemente se repiten de generación en generación, muchas veces naturalmente y otras a pesar del esfuerzo consciente que se haga para que no suceda. ¿Qué tan distintos son los hijos de los padres? ¿Cuánto replican de sus progenitores las nuevas generaciones? ¿Son rehenes de las figuras -metafórica y literal- maternas y paternas?
Dirigida por Eva Halac (Timerman, La voluntad: teatro a distancia, Las manos sucias, Los Kaplan, Las de Barranco), Cómo provocar un incendio es una comedia planteada en dos actos. En el primero, dos parejas se juntan a comer un asado en el quincho de una casa, dando pie a charlas sobre todo tipo de situaciones, mientras de fondo se escucha jugar a sus hijos infantes. El segundo acto sucede tres décadas después, en la misma casa, en el mismo quincho, pero esta vez quienes se convocaron a comer un asado y charlar y discutir son los hijos de aquellos. Dos tiempos, dos generaciones y cuatro actores para interpretar a padres e hijos.
“Es una obra que no trata de dar respuestas porque si no sería un material muy cerrado y pretencioso”, le cuenta Heredia a Página/12. “Tanto el libro como en la construcción en el escenario tratamos de que no haya una bajada moral de nada. No tener una bajada de línea -y mucho menos moral- de algo. Lo que hay es una pregunta que se hace la obra, sobre si uno puede salir de la herencia familiar, si uno puede correrse. ¿Uno es mejor que sus padres, o repite todo el tiempo características y miradas de aquellos en un círculo que no se puede romper? Obviamente, no hay respuestas contundentes a esa pregunta porque no se sí existe una respuesta absoluta. Además, me aburre mucho la respuesta concreta sobre algo, porque siento que me están obligando a pensar de cierta forma. Justamente, uno escribe un libro o hace una obra de teatro porque tiene incertidumbres”.
“Las obras comparten las preguntas con el público -se suma Halac-. Comparten interrogantes y las contradicciones que todos llevamos. Esta obra no tiene ninguna intención didáctica, ni una bajada. No podríamos hacerlo. No sabemos nada de esto, la verdad. Somos tan ignorantes y tan sufridos como los que están debajo del escenario. Nadie nace sabiendo ser padre o madre. Tampoco nacemos sabiendo ser hijos. Y mucho menos sabemos cómo sacarnos todo el lastre de nuestros padres de encima”.
-Gonzalo, ¿qué te propusiste contar cuando te sentaste a escribir Cómo provocar un incendio?
Gonzalo Heredia: -Intenté contar estas repeticiones por herencia que surgen, a veces de manera inconsciente. Porque la mayoría de nosotros creemos que no nos parecemos a nuestros viejos, pero una mirada más periférica muestra que hay un ciclo que casi no se puede cortar. Podríamos pensar que el ser humano pasa por diferentes estadios: al principio, cuando sos chico, sos como una especie de esponja absorbiendo esos modelos. Cuando crecés, renegás de esa educación porque tenés que construir tu propio modelo. Y, tal vez, cuando nuestros padres llegan a una cierta edad, volvemos a ese lugar de que nos enorgullece ser parecidos a mamá o papá.
-Hay momentos en la vida en los que pareciera necesario “matar” figurativamente a esa figura materno-paterna, a la vez que hay algo de lo formativo que siempre está presente en el vínculo filial.
Eva Halac: -Sí, hay gente que logra matarlos y literalmente. Es verdad. Eso es admirable (risas).
G.H.: -Eso es porque no escriben teatro. A mí no me quedó otra que escribir. Tenía menos consecuencias (risas).
E.H.: -Nosotros hacemos esto para entender la incertidumbre de la existencia: escribimos algo, montamos una escenografía, involucramos a otra gente, a nuestros cómplices. Esa suerte de catarsis que hacemos, es a la vez divertida, porque no se sufre; es una catarsis hermosa. Todo el tiempo estamos recordando. Nadie quiere parecerse a sus padres, por eso hay una mirada de sorpresa cuando alguien dice “te pareces a tu mamá”, “te pareces a tu papá”. “¿En serio? ¿Qué tanto?”, solemos responder. Creo que eso que llevamos encima se traslada a todo. Y es lo que pasa cuando tenemos hijos y nos convertimos en madres o padres. Ahí el espejo es inmediato. Creo que ese circuito es interminable y, a la vez, es muy parecido al teatro, ¿no? Porque tiene que ver con la mimesis, con la copia, con los rasgos que uno va adquiriendo a medida que los va repitiendo. Tanto en las novelas como en esta obra, Gonzalo asume algo muy personal y muy arriesgado: trabaja con él y se involucra. Esta obra tiene ese arrojo y ese descaro también de exponer su propia identidad. Hasta la escenografía se parece a la casa de sus viejos, a la casa de Munro donde nació.
-¿O sea que la obra tiene mucho de autobiográfico?
G.H.: -El punto de partida siempre es uno. Uno concibe el mundo desde su lugar, no tenés otro, otra mirada, partís desde ahí. El tema es que si me limitara a contar mi vida, saldría algo aburridísimo. En cambio, si vos a partir de tu vida empezás a contar algo que es un poco más universal y encarás otros universos, eso puede ser mucho más interesante.
E.H.: -El tema siempre es cómo contamos el mundo. Uno puede contar mal hasta la vida de Maradona…
G.H.: -Te puedo asegurar que Maradona tuvo una vida un poco más divertida. Uno parte de sí, pero el material después no se asemeja a la realidad. Me ha pasado con las dos novelas y también ahora. Lo más cercano a la realidad es lo que nunca queda, decanta solo porque ya se construyó un universo propio que difiere desde el cual surgió el disparador.
E.H.: -Y entran las ficciones de los demás, las ajenas. En los ensayos se empezaron a sumar las historias de los demás. La obra terminó siendo como un gran álbum familiar. Es una navidad, un cumpleaños, donde aparecen todo tipo de personajes que terminan haciendo mella en el actor. Los personajes siempre se traen de algún lugar de la vida de cada uno. Hay personajes que todo el mundo tiene, una tía, la mujer de un amigo de los padres, o alguien que odió mucho en la infancia, y de los que te agarrás para construir. Son como fotos que llevas dentro.
-El hecho de que sean cuatro actores para interpretar a ocho personajes, ¿fue una decisión que tiene que ver justamente con esto de este hilo que se sigue en el tiempo y se mantiene de generación en generación?
G.H.: -Que sean cuatro es porque histórica y estructuralmente el sistema nos “enseñó” que una familia tipo es de cuatro integrantes. Así nos prepararon. Padre, madre, hijo e hija. Nuestros padres tuvieron ese diseño familiar y nuestra generación, esa que va de los 25 a los 50 años, que somos padres y madres, nos estamos corriendo de ese lugar. Se está rompiendo la estructura familiar tradicional. Nosotros heredamos aquello, pero a la vez somos ese fusible quemado que detiene el devenir. Ahora, tenemos por delante el desafío de la comunicación. En todo sentido, en el expresar lo que queremos construir y también en el criar hijos e hijas hipercomunicados, donde tienen todo al alcance de la mano.
-Cada uno de los cuatro actores interpreta dos personajes de generaciones diferentes. Eva, ¿cómo fue el abordaje a la hora de la dirección actoral?
E.H.: -A los actores siempre les gusta el desafío de hacer más de un personaje. Siempre es muy divertido y encantador. Y hacer de los padres y de los hijos fue un atractivo más. Así que los actores estaban desde el vamos entusiasmados con el proyecto. El desafío fue saber qué tomar de sus madres o padres para componer a sus hijos, , y qué no. Porque hay algo que me gustó mucho de la propuesta, que es esto de que negamos algunas características, inclusive los prejuicios. Todos los hijos nos creemos mejores que nuestros padres, más modernos, más superados en muchos aspectos. Y quizás eso no es tan así.
-Tal vez ese creerse mejores y más avanzados que los padres sea un mecanismo de defensa.
E.H.: -Sí, o de sobrevivencia. Eso está en la obra, sobre todo en el segundo acto, donde hay más máscara. Porque al principio, y esto empezó a decantar por su cuenta, empezamos a ver que en el acto de los padres hay como un colorido que después desaparece con sus hijos. Y que es un poco lo que nos está pasando también en la modernidad. Ese colorido tiene que ver con la falta de filtro que existía en otros tiempos, sin tantos matices y sin tanto cuidado, sin pensarlo demasiado. Mientras que en el segundo acto, representado por los hijos, todo resulta más pensado, más elaborada y quizá termina siendo peor... Trabajar esas dos generaciones fue muy interesante por la cantidad de capas existentes en la lógica del pensamiento de unos y de otros, entre lo que se dice y lo que no. El subtexto en el segundo acto es muy diferente al primero y, sin embargo, termina después en el mismo lugar. Es una de esas obras que todo el tiempo se van a ir transformando.
G.H.: -Los espectadores y nosotros vamos a ir descubriendo infinidades de cosas en el andar. Primero por tratarse de una comedia. Que uno piensa que se van a reír acá o acá, y seguramente eso no suceda y sí pase en otros lugares. Y también por el hecho de la continuidad del linaje familiar. Al hacer cada actor del padre y del hijo, las actrices de cada madre e hija, hay algo en ese diálogo tácito y constante que el espectador descubrirá a maridos que avance la trama. En algún punto, el linaje familiar es infinito y eterno.
-Es un hilo que permanece en el tiempo. No es fácil cortar los lazos con el pasado.
G.H.: -Es una obra multigeneracional en ese sentido. Siempre se habla de que son los mayores de 50 años los que vienen al teatro. La obra es una propuesta a la que pueden venir la pareja de 30, la de 40 años y los padres de 60. Los hijos se van a identificar, los padres también, los abuelos.
E.H.: -Y los solos también. A mí me encantan las obras de familia y nunca tuve una familia típica, no recuerdo a mis padres juntos. Mi familia es un quilombo, no es la prototípica de mamá y papá en la misma casa. Y mi hija repite lo mismo. Ella nunca nos vio a su padre y a mí juntos. Pensar la familia siempre es atractivo. Es imposible no identificarte con la obra, o con algún personaje que por separado te hace acordar a alguien cercano. Hasta por omisión genera ese misterio.
-No por nada la familia y sus vínculos es uno de los grandes temas de la literatura universal.
E.H.: -La obra forma parte de esa saga familiar histórica. Hoy estamos transitando un momento en donde cierta institucionalidad empieza a ser cuestionada, empieza a cambiar, por un montón de razones. Tanto individuales, del ser humano, como económicas, como políticas y culturales. Entonces, también es un momento oportuno para pensar la familia y el vínculo padre-hijo.
-Incluso, antes los padres eran los portadores de muchas enseñanzas. Hoy, con la conectividad y Google, eso cambió.
E.H.: -Los tiempos cambian, las prácticas sociales se modifican, y el vínculo madre-hijo o padre-hija no puede quedar indemne, aunque los azotan los mismos demonios. También pasaba en las novelas del siglo XIX, como Padres e hijos de (Iván) Turguenev. Cada generación propone cambios que parecen que marcan el fin del mundo, con esa idea de juventud que termina con todo. Y después, esa juventud que terminaba con todo y parecía tan rebelde termina siendo conservadora.
-¿Por qué el tono de Cómo provocar un incendio es el de la comedia?
G.H.: -Cuando la escribí, surgió así, como una comedia nostálgica. Desde que Eva se hizo parte del proyecto, eso cambió raudamente. A partir de su mirada, se terminó de construir en una comedia, que a mi juicio es la mejor forma de poder meter un mensaje en lo más profundo de tu ser y llevártelo con vos. Soy muy partidario de reírme de mí mismo y creo que la mayoría deberíamos darnos ese lugar. Eso está presente en la obra.
-¿El contexto social ayuda a la comedia? Se vive un momento social y económico difícil, complejo. ¿La gente necesita una vía de escape y el teatro puede brindarle esa posibilidad?
E.H.: -Las vías de escape las necesitamos todos. Cuando dirijo, estoy en el escenario y en la platea a la vez. El espectador sabe que la comedia no resuelve todo, pero también sabe que es una mirada que no deja de ser real y que, si se anima, la tira sobre sí mismo y abre una ventana distinta sobre la realidad.
-Muchos siguen tildando a la comedia de un género superficial.
E.H.: -No lo es, porque es una vuelta más. Al contrario, es mucho más compleja. El humor es revelador. En la obra, los cuatro actores son muy buenos comediantes, pero tienen distintos registros de humor que la enriquecen y permiten dar distintos puntos de vista. Pasamos del drama a la comedia, a la tragedia y al absurdo. No solamente tienen una amplitud de registro sino que tienen ganas de que esto llegue al espectador. Creo que la comedia tiene un lugar de circularidad que termina atravesando las defensas culturales de cada uno y llega del otro lado. Ojo: la obra tiene pinceladas en el medio: no es un gag tras otro. Depende de la mirada de cada cual, uno se puede emocionar con lo que pasa, se puede horrorizar, se puede reír, se puede angustiar… Para algunos habrá situaciones que son terribles y para otros serán patéticas, o le causarán gracia.
-La perspectiva suele cambiar con el paso del tiempo y aquello que pareció terrible luego se puede volver insignificante o hasta absurdo. Woody Allen decía que la comedia era tragedia más tiempo. Lo mismo sucede con situaciones familiares.
E.H.: -Tal cual. Además, ¿qué es lo terrible? Como decía también Woody Allen: está la tragedia, tenemos tragedias en la vida, pero después estamos nosotros y la vida sigue. Estamos acá, viviendo, charlando, trabajando, soñando, hay que desacralizar un poco. A veces forzar el drama nos vuelve ridículos.
G.H.: -El drama puede, incluso, llegar a ser más superficial. Cuando siento que me quieren llevar hacia un lugar de emoción, como espectador me molesta mucho. Tratamos de huir de eso. Es un material y una obra honesta, no hay nada forzado. Y quizá le resulte gracioso o no a los espectadores. Habrá algunos a los que sí y otros a los que no. O que se van a enganchar con un personaje o con el otro, porque sépanlo: acá tenemos sobre el escenario a toda nuestra familia (risas).