Su voz, eterna y entrañable, es la que se escucha en “Chan Chan”, de entre los catorce temas que pueblan el disco debut de Buena Vista Social Club, tal vez el más bello. No es que fuera un ignoto músico entonces –como serlo con 50 años y casi 20 al frente del Cuarteto Patria-- pero sí que aquella patriada musical modelo 1997, colocó a Elíades Ochoa en un lugar preeminente dentro del amplio mundo de las músicas populares latinoamericanas. A partir de “Chan Chan” (y “El Carretero” y “Candela”) y sus universales efectos, fue que el cubano pudo grabar nueve discos, ganar cuatro Grammy`s Latinos, y seguir una virtuosa ruta que ha llegado hasta hoy, a través del flamante Guajiro, trabajo producido por Demetrio Muñiz, con Rubén Blades, Charlie Musselwhite, y Joan Wasser, como participes convidados.

Once piezas lo habitan. Una de ellas, el botón que basta para la muestra, se llama “Se soltó un león”, una plena boricua, género hermano del calipso caribeño originado en la transpiración de los trabajadores del azúcar. La otra es “Pajarito voló”, la que comparte con Blades. Lejísimo está de la verdad que Guajiro omita entonces, dados sendos ejemplos, sonidos de intrínseca raíz centroamericana. Incluso se puede sumar a esta senda, la lúdica y fiestera “Ando buscando una novia”; la más abolerada “Abrazo de luz”, o inevitablemente “Anita Tun Tun Tun”, tríada que también gira en torno a esa tradición.

Pero lo que también ocurre es que Elíades, hoy aquerenciado en Madrid, ensancha los límites estéticos hacia diversos horizontes. Pampeanos, por caso, como emerge de la singular versión que el “Johnny Cash cubano" hace de “Los ejes de mi carreta”, aquel poema del uruguayo Romildo Risso hecho milonga por Atahualpa Yupanqui, que Eliades solía tocar en el programa “Trinchera Agraria” durante los sesentas. Más emblemática aún en esta veta de fugas suena “West”, pieza que incrementa su vena folk-country por la intervención de la armónica del blusero Musselwhite. Nació éste de la pluma de un Elíades de 77 años viajando hacia su infancia poblada de películas de vaqueros, que pervive –además-- simbolizada en su sombrero, y que suma un tinte universal a un pasado hecho de tumbadoras, campo abierto y guateques.

Guajiro ocupa el decimoquinto lugar en una prolífica discografía solista que inició allá por los años dulces de Buena Vista, a través de un disco cuyo nombre alía con aquella era: Cuidadito Compay gallo...que llegó el perico. Pero es el primero que Ochoa edita en siete años (el anterior había sido Los años no determinan) y lo que desmarca a Guajiro de la cosecha que lo precede es --más allá de lo antedicho en términos musicales-- la confirmación de un cantautor más preocupado por contar historias propias, que por inmiscuir lo suyo en piezas de compositores desconocidos. Por tanto, otra vía central para ingresar a las entrañas del trabajo es su componente autobiográfico, personal, que sobrevuela especialmente “Creo en la naturaleza”, tema que comparte con la cantante y multiinstrumentista Joan Wasser. De ella es --además de la voz inglesa que contrasta con la castellana del cantor nacido en Loma de la Avispa-- el violín que viste esta pieza medio bolero, medio milonga, otra de las que desmarca del universo de sones montunos, guajiras, changüíes y guarachas, propios del acervo de Elíades.