Juan Tapia es un narrador oral con una amplia trayectoria y reconocimiento nacional. Fue discípulo del maestro Juan Moreno, fundó la compañía de cuenteros El viajecito de Felipe y actualmente se dedica principalmente a la narración oral de cuentos populares. El próximo 26 de agosto se presentará en el flamante Centro Cultural Haydee Pino, de General Rodríguez, con un show que ya recorrió toda la provincia, “Cuentos de Hadas Argentinos”. Se trata de una ópera de cuento y música construida junto al pianista Mariano Manzanelli y basada en dos cuentos populares nacionales. Además, ambos artistas darán en el mismo espacio el taller “Palabra y Sonido: ¿Cómo explorar la música del cuento contado?”.
La narración oral tiene una tradición milenaria. Incluso antes de que el teatro entrara en escena, las historias eran presentadas y representadas por trovadores y cuenteros. Sin embargo, para introducirse en esta disciplina, para comprender su naturaleza, quizás no sea necesario retroceder tanto en el tiempo. Quizás es suficiente regresar momentáneamente a la infancia, al momento nocturno en el que el pedido de “un cuento, un cuento de imaginación” era la última alegría que postergaba unos minutos el sueño obligado.
-¿Recordás cuál fue tu primer contacto con la narración oral?
-Sí, hay un primer contacto de escuchante. Había varios cuenteros y muy distintos en mi casa, es un poco diferente la familia de mi papá y la de mi mamá. La de mi viejo es más del campo, más contadores de chistes, ese tipo de cuenteros. La familia de mi vieja es más universitaria, contadora de cosas que leían en los libros. Después, yo fui a una escuela donde trabajó Dora Etchebarne, que fue una de las refundadoras del movimiento de la narración oral acá en Argentina, entonces en la escuela había mucha tradición de cuentos. De hecho, ahí conocí a mi maestro, Juan Moreno.
-¿Ahí comenzó tu interés?
-Cuando tenía quince años entró un preceptor pelado al aula y dijo que iba a haber un taller gratuito de narración oral en medio de un contraturno. Tal vez por estas cosas que te decía de la infancia, acudí a ese llamado sin saber demasiado dónde estaba entrando. Fui a la biblioteca de la escuela y ahí fue la primera vez que lo vi a Moreno contar. Me acuerdo que éramos diez chicos y chicas de quince años, y el chabón contó sólo el comienzo de un cuento de los hermanos Grimm que empieza diciendo: Hace dos mil años, una mujer estaba pelando una manzana, se distrajo con la nieve, se cortó y una gota de sangre se escurrió desde su dedo hasta la nieve… sólo eso, y después dijo que no lo iba a seguir contando porque no tenía tiempo. Eso nos movió el cerebro a un par, fueron muy pocos estímulos y muchas imágenes en la cabeza. A partir de ahí, empecé a hacer con él una especie de taller y ya empezamos a hacer espectáculos.
-¿Cómo es el camino de formación de un cuentista?
-No es claro, porque hay una cosa medio híbrida y rara. En todas las comunidades, todo el tiempo, hubo cuenteros y cuenteras. En todas las familias los hay. Eso en las ciudades se perdió y empezó a renacer en distintos lugares del mundo y de distintas maneras. Más o menos entre la década del setenta, acá en Argentina, empezó a funcionar de la mano de la escuela. Empezó a revitalizarse esto de contar cuentos, no leerlos, no mostrar imágenes, simplemente sentarse y contar. Ya entrando a los ochenta se empezó a pasar a una cuestión más escénica, se empezaron a habitar escenarios que no eran los escolares, teatros donde adultos pagaban la entrada para escuchar cuentos. Entonces, lo que hoy podemos llamar la narración oral contemporánea es algo a la vez super antiguo, con estas raíces muy viejas, pero también algo muy nuevo. Es por esto que, a diferencia de otras experiencias escénicas, todavía no tienen trayectos de formación institucionalmente arraigados.
-Todos de niños hemos escuchado cuentos en casa o en la escuela ¿Por qué creés que esto se pierde en el paso a la adultez?
-Sobre la escucha pesa como un tabú de inutilidad, de pereza, que tiene, bueno… toda una historia. Ahí puede tener alguna responsabilidad la escuela primaria o secundaria que marca con el tabú de lo perezoso y lo infantil a todo lo que no tenga una producción escrita. A veces en las planificaciones poner que los chicos van a estar cuarenta minutos por semana simplemente escuchando es casi como poner que van a estar al pedo. Después, la industria cultural también ha hecho un proceso de infantilizar el cuento contado. Los cuentos tradicionales, los cuentos populares, no eran para niños. Cuando vos le contás cuentos a los adultos, sobre todo el material con el que trabajo que son cuentos populares, pasa algo muy interesante: se mezcla algo de lo novedoso y de lo conocido. Yo, por ejemplo, tengo un espectáculo donde cuento Cenicienta de los Hermanos Grimm. No hay una persona entre los cuatro y los ochenta años que no conozca este nombre. Entonces, cuando le contás Cenicienta a alguien es como que está volviendo a una zona que conoce. Capaz porque se lo contaron, porque leyó una versión, porque vio la película de Disney o porque nacimos con la aplicación “Cenicienta” instalada en el sistema operativo. Uno nunca llega a estos cuentos, sino que vuelve. Por eso se produce este choque, algo en la cabeza del que está escuchando mezcla algo muy conocido con algo muy novedoso. Eso, si lo manejas bien, es muy placentero. La gente lo disfruta mucho. Es como descubrir una habitación que tenías en tus recuerdos, una habitación siempre cerrada que un día dijiste a ver qué hay acá, abriste y entraste.
-Además de cuentero sos profesor de filosofía ¿Esta profesión académica te sirve para comprender tu disciplina?
-Tal vez me acerca a aguas un poquito más profundas que me permiten arriesgarme o probar ciertas cosas. Como alguien que va a reformar una casa, si vos no sabes dónde está la viga vas a ser más temeroso. Sabiendo dónde está, podés tirar alguna pared, abrir una ventana en un lugar que no parecía posible. Tal vez me ayude con eso. Hay una filosofía, una protofilosofía de la narración oral en la experiencia cotidiana de los cuenteros y un tema filosófico en relación con qué palabra nos nombramos. “Cuentista” está un poquito más asociada a los que trabajan escribiendo cuentos, “cuentero” es una que a mí me gusta pero que en el Río La Plata tiene una definición peyorativa, “narrador oral” suena como más culto medio académico y “cuentacuentos” viene del storyteller y suena como sacacorcho. Esto te habla de lo joven que es este campo de experiencia que ni siquiera hay una palabra que lo nombre. Ahí, la filosofía ayuda.
-¿Hay algo que hace a un buen narrador oral?
-Sí, podría escabullirme, pero hay una materia prima, algo esencial en el trabajo del narrador, que es el tiempo. El tiempo es esa fuerza de la naturaleza bastante cósmica, irreverente, destructiva. Lo que hace el narrador es configurar eso de una manera humana, experiencial, vivencial. Todo lo que se narra sucede en el tiempo y todo lo que sucede en el tiempo puede ser narrado. Lo más interesante que ocurre cuando un buen narrador empieza a hacer su trabajo es cierta suspensión o viraje del tiempo del reloj a un tiempo estético. Vos me dirás, bueno, pero eso ocurre cuando la gente va al teatro a ver cualquier cosa. Sin embargo, el cuentero te trae algo del pasado, un secreto que empieza a vivir de una manera medio inestable en tu cabeza a partir de unos muy escasos y pequeños estímulos que son apenas palabras. Mientras vos estás escuchando ese cuento, no estás ni en tu tiempo ni en el tiempo de los personajes, sino en una dimensión temporal bastante particular. Si algo hay de magia o de hechizante en este arte que hace que se siga insistiendo en eso, es lo que hace con el tiempo. Después, hay narradores que son muy histriónicos o los narradores tradicionales suelen ser parcos. Lo importante es que lo que se haga mueva al cuento y que el cuento se vaya moviendo no sólo por el sentido de las palabras sino por su sonido, esta es la diferencia con la literatura. A veces alguna gente se enoja con esto, pero la narración oral es un arte popular. Esto no quiere decir ni que es barato, ni que es chavacano, ni que es tonto. Es popular y sencillo en sus medios. O sea, tiene que ser ambicioso en hasta dónde quiere llegar, pero la gente está escuchando y está armando todo solo con palabras, no se la podés complicar demasiado. Te lo digo yo que trabajo en un espectáculo con un pianista del Teatro Colón. O sea, se pueden hacer experimentaciones, pero esto es conocer dónde pasa la viga. En el fondo, tiene que ser popular. Un cuentero es extraordinario cuando uno escucha una historia y quiere ir y contársela a otro.
-Bueno, comentaste un principio de lo que es “Cuentos de Hadas Argentinos”, el show que vas a presentar en General Rodríguez ¿Me podés contar más?
-Este es un espectáculo que venimos haciendo con Mariano Manzanelli, que es músico. Es un concierto de piano que desde el año pasado lo hicimos en varios lugares de la provincia y del interior del país. Se llama Cuentos de Hadas Argentinos y es un concierto para cuantero y piano. Hay momentos de cuento, de narración, de imaginar a partir de palabras, y hay momentos de música, de una escucha potente e intensa. También hay momentos donde estos dos lenguajes se empiezan a entremezclar. El repertorio que traemos son unos cuentos populares maravillosos argentinos tomados de una recopilación increíble, santa y mágica, de cuentos folclóricos argentinos que hizo una investigadora de la provincia de San Luis, Berta Vidal de Battini, entre la década del cuarenta y la década del ochenta.