Pasó muchas veces en la historia que la insignia, el emblema de determinadas luchas, empiezan bien cerca del cuerpo: en el vestido, por ejemplo. En la Revolución francesa la forma en que te vestías tenía que ver con el lugar que ocupabas en ese conflicto.
Los revolucionarios y las revolucionarias que pertenecían a los sectores SIN privilegios, los más pobres, eran los sans-culottes. ¿Saben qué significa sans culottes? Quiere decir «sin calzones». ¿Y por qué los artesanos, los campesinos, los más rezagados se reconocían como los “sin calzones”? Porque los calzones eran esas prendas de vestir de los sectores más acomodados de la Francia de aquellos tiempos.
El pueblo, para ofrecerse a sí mismo una identidad, se sacaba de encima lo que no quería usar: los sectores menos acomodados de la sociedad, los artesanos, los obreros, los campesinos, usaban pantalones largos que NADA tenían que ver con las ropas ostentosas de la nobleza.
Desde la mirada de los nobles, ser un “sans culotte” era sinónimo de desarrapado, de indecente. Fueron los ricos los que empezaron a llamarlos así, con desprecio total. Pero en esa dinámica extraña de la historia, los propios revolucionarios empezaron a reconocerse como sans culottes, a usar ese nombre y a mostrarse con orgullo.
El dilema argentino
Acá, en Argentina, sabemos de descamisados. ¿Qué tienen en común los “sin calzones” franceses y los descamisados? Dos cosas: el padecimiento de la opresión de los poderosos y la fortaleza de identificarse como pueblo o con el pueblo.
El mexicano Carlos Monsivais escribió: “La oscuridad iluminada por el rechazo será llamada la gleba, el popolo, la leperuza, el peladaje, la grey astrosa, el populacho, el infelizaje”.
Acá se los llamó y se los llama grasas, negros, cabecitas, piqueteros y planeros. Ser o estar con el pueblo expresa un conflicto con los que no lo son. Y punto. Pero a veces pasa -o pasa mucho- que hay operaciones por las cuales el pueblo no asume ser pueblo. Hay miles de horas cátedra y pensamiento en relación a eso. Una de esas operaciones es que el pueblo empezó a ser llamado “gente”.
“La gente”
“La gente” es –según Pablo Alabarces- una operación donde todo se dulcifica, se domestica, y entonces el pueblo pasa a ser el público, y las masas han pasado a ser la gente. A grandes rasgos la gente no designa nada; designa la ausencia del conflicto, de la desigualdad, de la diferencia"
Quizás lo primero que debamos volver a entender es qué somos. Si te percibís “como la gente”, no vas a detectar el conflicto, no vas a pensar quién te aumenta el dólar y los precios, quiénes son los dueños invisibilizados siempre, no vas a poder ver o detectar que la demolición de lo que queda de un Estado de Bienestar es espantoso porque te va a dañar.
"¿Y si decimos las cosas? El neoliberalismo punitivo no te va a hacer bien. Te va a hacer mal"
Son tiempos de una democracia debilitada que necesita que nos identifiquemos, que no repleguemos lo que defendemos y que nos reconozcamos, no sé si “sin calzones” o descamisados, pero al menos con un guiño, con una palabra o con un hilito.
Pongo tres palabras sobre la mesa de esta reflexión conceptual: identidad, peronismo y respuestas para que entonces así nos encontremos con los brazos trenzados aquellos que creemos que el pueblo y los derechos conquistados no se tocan porque precisamente son derechos y no privilegios. Son derechos cuya conquista tuvo en la historia un cobro de vidas y dolor.