En la programación del DocBuenosAires –cuya edición número 23 comienza este martes, con la Sala Leopoldo Lugones como nave insignia- nunca faltan cineastas de gran trayectoria, que siempre han acompañado a la muestra. Este año es el caso del chileno Ignacio Agüero, de quien se podrá ver no sólo su film más reciente, Notas para una película, donde el director se aparta de su cine intimista para viajar hacia tierras mapuches adoptando el punto de vista de un viajero europeo decimonónico, sino también un clásico casi desconocido de su obra, Sueños de hielo (1994), que también tiene un viaje en su centro.

Del francés Nicolas Philibert, que viene de ganar el Oso de Oro de la última Berlinale con Sur l'Adamant, se verá su film inmediatamente anterior, De cada instante (2018), nunca exhibido hasta ahora en el país. Otro amigo francés del Doc, Sylvain George, envía La noche oscura – Adiós aquí, en cualquier lugar, que viene de ser premiada en el Festival de Locarno hace apenas una semana atrás. Y el argentino Gustavo Fontán, que ya ha estado otras veces en la muestra, tendrá a su cargo el film de apertura, La terminal, que llega en condición de estreno absoluto y será el mascarón de proa de varios films argentinos que presenta este año el Doc, entre otros los de Martín Farina, Julieta Lande y Juan Zeballos.

Pero si hay algo que siempre ha caracterizado al DocBuenosAires –y más aún desde la llegada a la dirección artística del crítico, docente y ensayista Roger Koza- son los descubrimientos, las revelaciones. Esa vieja costumbre del Doc de adentrarse en terra incognita y encontrar cineastas fuera de norma que parecen escapar a los radares de los grandes festivales tiene en esta edición un film faro –esos que son capaces de iluminar todo un camino- en Autorretrato: cuento de hadas en 47KM, de la directora china Zhang Mengqi, a quien el festival a su vez le dedica la primera retrospectiva de la que se tenga noticia en América latina.

De por sí, ya es toda una curiosidad encontrar en la República Popular China a una mujer cineasta tan joven (36 años), con tantos films a cuestas y a su vez con un cuerpo de obra tan riguroso y consistente como el que está construyendo Zhang. “Primero bailarina, después cineasta autodidacta, Zhang empezó a filmar un pueblo situado a más de 100 kilómetros de Pekín y de ese gesto hizo una obra con una decena de películas. Nada de lo que hace Zhang se parece a otras películas realizadas en su país y por cineastas más conocidos, incluyendo a los documentalistas más destacados de la Sexta generación. Su obra es una singularidad y una extensión de su sensibilidad”, señala Roger Koza.

Autorretrato: cuento de hadas en 47KM forma parte justamente de un conjunto de “autorretratos” que la directora viene llevando a cabo desde 2011 en la aldea de su padre, situada a 47 kilómetros de la ciudad de Suizhou, distancia por la cual lleva ese nombre. Inicialmente, Zhang volvió a 47KM como parte de The Folk Memory Project, un proyecto documental en curso que explora las historias personales de los aldeanos que sobrevivieron a la hambruna del llamado Gran Salto Adelante (1958-1961) en las zonas rurales de China, durante la era de Mao. El proyecto fue iniciado en 2010 por el cineasta Wu Wenguang y el coreógrafo Wen Hui, quienes pidieron a los jóvenes cineastas que regresaran a las aldeas con las que tenían relación para recopilar la memoria censurada de la Gran Hambruna en China.

Cuando Zhang llegó por primera vez a la aldea de su padre, no sabía que iba a volver formar parte de 47KM, donde ahora vive gran parte del año. Desde entonces, su serie de películas floreció al mismo tiempo que ella y la particularidad de su autorretrato más reciente, titulado “Cuento de hadas”, es que ya no se afirma sobre el pasado, como toda su obra previa, sino que mira de frente hacia el futuro. Sus protagonistas ya no son sus padres y abuelos sino sus pequeñas sobrinas y amigos, niñas y niños que junto a Zhang juegan, bailan, dibujan, filman y aprenden a soñar y a materializar esos sueños con sus propias manos.

La película comienza con el reencuentro de Zhang con 47KM y su decisión de levantar allí, en medio de ese puñado de casas, en una de las colinas rodeadas de tilos donde las gallinas se refugian de los perros, un pequeño centro cultural, un espacio donde las chicas y chicos del pueblo tengan un lugar que les sea propio, donde puedan dar rienda suelta a la imaginación. Cuando empieza este “Cuento de hadas” allí no hay nada de nada, salvo el deseo de Zhang, quien con su cámara (ella es siempre, como hubiera querido Dziga Vertov, “la mujer con la cámara”) nos explica dónde y cómo quiere hacerlo, con la ayuda de la comunidad.

 Zhang Mengqi y la "Casa Azul"

Hay una sensibilidad y una determinación muy femeninas en el proyecto de Zhang, que es capaz de ir construyendo simultáneamente el film y esa casa, que las niñas imaginan azul (y será azul), a la vez que consigue que todo el plan tenga un carácter lúdico. Es esencialmente femenino también todo ese pequeño mundo porque en su familia predominan las mujeres y es a las niñas a quién Zhang les confía sus cámaras y les enseña a filmar, para que “aprendan a ver el mundo con ojos nuevos”.

Es así como lo cotidiano se vuelve extraordinario en Autorretrato: cuento de hadas en 47KM. Se diría que cada secuencia, que comienza de la forma más prosaica, se convierte mágicamente en una pequeña epifanía, porque el de Zhang es más que un proyecto cultural: es un proyecto poético, y por lo tanto también político. La directora no necesita recurrir a nada que no tenga a mano y que no esté allí al alcance de cualquiera de la zona. Y sin embargo logra que un árido paisaje invernal se convierta en esa utopía que imaginaba John Lennon y que Zhang y sus sobrinas cantan y bailan con la única ayuda de la música que brota de un teléfono celular: “Imagina a toda la gente / Viviendo en paz / Puedes decir que soy un soñador / Pero no soy el único / Espero que un día te unas a nosotros / Y el mundo entonces será mejor”.