“Lo que está en juego es la defensa de la democracia”, advierte la investigadora feminista brasileña Sonia Corrêa, sobre el crecimiento de los votos hacia Javier Milei en las PASO y con la experiencia reciente del devastador gobierno de Jair Bolsonaro en Brasil. Corrêa es co-coordinadora del Observatorio de Sexualidad y Política (SPW), de Río de Janeiro, desde donde hace más de una década viene estudiando los movimientos transnacionales “antigénero” y las nuevas derechas. En una entrevista conjunta con el periodista argentino y experto en política internacional, Juan Elman, analizaron en diálogo con Página/12 los resultados de las elecciones internas en el contexto latinoamericano y global, el peso del discurso antifeminista del candidato libertario en la adhesión que concita entre adolescentes y jóvenes y el impacto en las instituciones democráticas y en la agenda de derechos de su posible triunfo en octubre.
Corrêa se sorprende por la sorpresa Argentina frente al aluvión de votos que recibió Milei. “El enigma para mí es por qué hay tanta sorpresa en Argentina”, dice a este diario, desde su casa en Río. El resultado de Milei en las PASO se inscribe en un patrón que se observa en la región, afirma:
“Lo de Milei es lo que en nuestros estudios llamamos tormentas perfectas. Cuando empezamos a ver este fenómeno no estábamos mirando las políticas de derecha, sino los campos donde se conformaban los ciclones antigénero. Y muy claramente lo vimos en el caso de Colombia en 2016, con el ataque a los Acuerdos de Paz, en Costa Rica con el ascenso del pastor evangélico Fabricio Alvarado que ganó la primera vuelta de las presidenciales de 2018 (y sólo en el balotaje se vio derrotado por el actual presidente, el centroizquierdista Carlos Alvarado), el mismo año en que ganó Jair Bolsonaro en Brasil. También vimos en Uruguay una pequeña tormenta perfecta: en febrero de 2019, diez meses antes de las elecciones generales se conformó Cabildo Abierto y ese partido que no existía, en octubre saca 12 por ciento de los votos. Es un partido de ultraderecha que llevó al debate electoral todos los temas que había traido Bolsonaro en Brasil: la crisis de la seguridad pública, la necesidad de mano dura, la ideología de género, la posición antiaborto. Todo eso puso en discusión Cabildo Abierto y pasó a ser parte de la coalición gubernamental”, enumera la investigadora feminista.
Con esas experiencias, su impresión era que en los demás países de la región se iba a empezar a prestar atención a estas dinámicas, para aprender y captar sus señales y que la gente no estuviera tan espantada cuando pasaran. “Porque hay un patrón -apunta-, y es que la ultraderecha y el conservadurismo religioso están hace 50 años reconfigurándose, reorganizándose en las Américas y en Europa en eso que se llama el giro gramsciano de la derecha, que es salir de una posición reaccionaria, estática, de defensa del orden, a una política estratégica que algunos denominan como metapolítica porque pasa por abajo, al lado, y va más allá de las instituciones políticas. O sea, es una política de captura de corazones, de afectos, de mentalidades, que resulta en la derecha callejera de la que habla Pablo Stefanoni en su libro ¿La rebeldía se volvió de derecha?, de 2021”, dice Corrêa.
También, apunta, se dio el mismo fenómeno en Chile, con el surgimiento de Antonio Kast, que había sido precedido, en 2017, por la llegada a Santiago del bus naranja de Citizen Go, una plataforma digital española ultraconservadora que milita contra el derecho al aborto. “Como si el bus hubiera preparado el lanzamiento de Kast. No solamente casi gana las elecciones de 2021, sino que luego de haber sido derrotado fue elegido presidente de una de las plataformas de redes globales más importantes del campo ultraconservador, que es la Political Network for Values. Kast había estado en la famosa cumbre hemisférica ultraconservadora de México del comienzo de 2017, había sido su figura principal junto con toda esa ecología en la que estaban, entre otros, Fabrizio Alvarado, que un año más tarde pasaría a la segunda vuelta en Costa Rica, y Bolsonaro y sus hijos diputados terminan firmando la carta final. Me sorprende, y es un enigma para mí, como le cuesta tanto a la política tradicional captar estos fenómenos”, comenta. Lo mismo pasó el año pasado en Costa Rica, con Rodrigo Chaves, considerado "outsider" o casi desconocido de la política, tildado de populista, que hizo duros ataques a los partidos tradicionales del país durante la campaña electoral. "No le entregue las llaves a los mismos de siempre", fue una de sus frases más repetidas.
“Milei es un personaje global, de esa ecología de la ultraderecha y del ultraconservadurismo”, destaca Corrêa.
–¿Qué factores confluyen para que crezca la popularidad de estos candidatos?
–Es el resultado de una confluencia de factores, que seguramente vale para América latina y Estados Unidos. El contexto europeo tiene características un poco distintas. En principio, son tres tendencias estructurales que se están cruzando desde hace mucho tiempo: Una es la penetración continuada del neoliberalismo, no solo como política económica, pero como una racionalidad, una manera de organizar la vida, casi como una cosmología que incluso penetra la subjetividad de la gente, eso que se llama la subjetividad neoliberal, el emprendedurismo que va de la mano de la precarización. La segunda es la tendencia paralela de largo plazo de la restauración conservadora en el campo religioso. Acordémonos que el Vaticano sufrió una restauración conservadora en los años `70, cuyo impacto ha sido dramático, especialmente en la Iglesia Católica latinoamericana, que era la más progresista de todas. Y con eso vino la ola del fundamentalismo evangélico. Y, por último, tenemos los déficits y distorsiones de nuestros procesos de redemocratización, con problemas de autoritarismo social institucional que no han sido resueltos, de racismo y sexismo, de corrupción y clientelismo político, y el populismo. Otro de los efectos es el tema de la seguridad pública y de la economía sumergida de la droga, y de la inestabilidad profunda que eso crea, el sentimiento de desorden, y las demandas por más policía, más cárceles, más punitivismo, más líderes de manos duras. Eso estaba clarísimo en Brasil: la defensa del ciudadano de bien contra el criminal. Y además, la ineficacia e incapacidad de los Estados de responder a la demanda de la gente. Ahí hay un nudo. Es una ultraderecha reorganizada en forma de revolución conservadora, transnacionalizada, conectada, que intercambia repertorios, estrategias de campañas electorales, y de circulación discursiva, que está actuando por todas partes, hablan unos con nosotros.
–¿Y Milei es parte de esa trama?
–Mucha gente está espantada porque sigue mirándolo como un hecho aislado. La dimensión nacional es muy importante, pero no explica todo. En segundo lugar, hay que analizarlo como una ecología política, que está presente en Estados Unidos, en la Italia de Meloni, en la Francia de Le Pen, en la España de Vox, y de Citizen Go, en el Brasil de Bolsonaro, está por todas partes. La gente puede preguntarse si Milei se sienta con tal referente de una iglesia o con otro, pero eso no importa porque habitan el mismo ambiente ecológico, con unas agendas convergentes.
–¿Milei solo capitaliza el descontento de la población más vulnerable frente a la falta de respuesta de la política tradicional a los problemas cotidianos más acuciantes o su popularidad expresa también un giro hacia un neofascismo entre sus votantes?
–Sí, creo que capitaliza el descontento pero al hacerlo produce un efecto de difusión, penetración y absorción de parte de la gente de sus idearios, No es sólo un efecto estrictamente electoral. Y eso se ve en Brasil. Bolsonaro no tiene hoy el apoyo de todos los que lo votaron y seguramente va a perder más seguidores porque está a punto de ir a la cárcel. Pero sí seguía teniendo, antes del escándalo de ahora, 25 por ciento de apoyo en la población. La gente que atacó el Congreso y el Palacio del Planalto, en Brasilia, en enero, está ideológicamente convencida de las ideas que se han propagado. No es un grupo chico y tiene capacidad de seguir difundiendo ideas y movilizándose. Ese es su legado: Bolsonaro fue derrotado, pero eso no significa que la ultraderecha, el ultra conservadurismo religioso y su ecología van a desaparecer. En la base social, sigue como si nada hubiera pasado: atacando el aborto y ahora los derechos trans.
Juan Elman: No sé si cabe hablar de fascismo para hablar de estos líderes y sobre todo de las bases que los apoyan que como estamos viendo son súper diversas y transversales. Ese es el principal dato de las PASO: sabíamos que Milei iba a tener un gran apoyo pero nos sorprendimos ante la magnitud de adhesión en provincias muy disímiles. Como en otros países es un fenómeno que va desde afuera de la periferia hacia el centro. Por eso no se percibe, porque estamos mirando el AMBA y a Milei le fue mucho mejor fuera del área metropolitana. Es lo mismo que se vio con Kast en Chile. Lo que capitalizan estos líderes, como Milei, es el gran malestar con las elites. Lo vimos con la crisis global del 2008, y luego Trump, el Brexit. Esas turbulencias empiezan a pasar a medida que las redes sociales toman un lugar más preponderante no solamente en nuestras vidas sino justamente por eso en nuestras democracias representativas. No creo que sean las redes el problema pero ahí hay una coincidencia. Y señalo el malestar hacia las elites, para entender sobre todo cómo entra el antiprogresismo que es otra de las corrientes que estamos viendo en Argentina bien fuerte, y antes en Brasil, en Chile y en otros lugares. El progresismo aparece como la encarnación de esas élites, con consignas vacías de gente privilegiada, de las universidades, que de alguna manera se enfocan demasiado en temas culturales, agendas muy reducidas y no en temas de corte material en los que entra la economía pero también la seguridad que es el más importante hoy a nivel latinoamericano. Quizás la principal estrategia de esas nuevas derechas es poner al progresismo en ese lugar de las élites desconectadas, que de alguna manera son también culpables de este Estado caótico, que por supuesto varía según cada país.
–¿Cómo juegan en todo este escenario las derechas tradicionales?
J.E: Latinoamérica es una región que no ha combinado nunca igualdad con crecimiento y que tiene una carencia enorme en términos de provisión de bienes públicos por lo menos hace 10 o 15 años. Hay un dato que no es menor y es que la ultraderecha en todos los casos entra a medida que la centroderecha que solía contener una parte de ese electorado y de esas consignas entra en crisis. Eso es lo que estamos viendo en todo el mundo y es bastante relevante. Recordemos que Bolsonaro llega con el apoyo de la centro derecha más en torno a la segunda vuelta, por ser el vehículo del antipetismo. Cuatro años después Bolsonaro se termina comiendo ese espacio de centroderecha en todo el país pero además se ve como ese electorado –acá sería el PRO en un primer momento– termina adoptando los consumos, las posiciones y la cosmovisión de lo que antes era la base de ese núcleo duro. Esto es bien importante para entender cómo llegan y cómo se quedan.
S.C: Lo que se ve en Brasil y en otros países es que parte de esa cosmovisión, sobre todo la crítica de las pautas en género y sexualidad, empieza a permear también en la izquierda. Rafael Correa en Ecuador ha sido pionero de las campañas “antigénero” en América latina en 2013. Ahora tenemos muchas más voces, sea en Brasil en nombre de la gobernabilidad, en otros lugares en nombre de no perder votos, se empieza a correr hacia esas agendas. Ese es un elemento que no es menor.
– Ese discurso antifeminista, que engloba todos aquellos avances en derechos para las mujeres y los colectivos LGBT+ ¿ha tenido un peso significativo para atraer a jóvenes y adolescentes varones que votaron por Milei?
S.C.: Por un lado hay un rechazo inercial de resistencia al feminismo, que estaba antes pero que ha sido incitado deliberadamente por estas fuerzas. Pero también tenemos que considerar que la ultraderecha está disputando el feminismo, está haciendo una estrategia que consiste tanto en absorber algunas de sus agendas y hacerlas suyas –como la lucha contra la violencia hacia las mujeres y la conciliación entre trabajo y familia– como promover particiones en el feminismo. Decir que es una agenda anti-feminista en general, lo simplifica demasiado: es una agenda contra un determinado tipo de feminismo, porque ahora tenemos mujeres que se definen como feministas pero que se posicionan contra el derecho al aborto o contra las personas trans y la teoría de género. Es mucho más complejo de lo que era hace cinco años.
J.E: En el caso de los jóvenes y su apoyo a Milei se ve una combinación de dos aspectos: por un lado, efectivamente, hay una reacción notable ante el avance del feminismo, que aparece mucho también en el espacio digital a partir de 2018 y 2019, donde el principal punto de inflexión es la ola de escraches en redes sociales para los adolescentes, al menos con los que hice trabajo de campo. Se ve una construcción de una subcultura que después se termina materializando en el apoyo a Miei pero que es previa. Y por otro lado, hay chicos que lo apoyan justamente porque no ven ninguna salida a la situación económica que enfrentan desde que tienen memoria vital. Una estrategia de las nuevas derechas, que es muy efectiva tiene que ver con esta caricatura del progresismo, y enfatizar cómo en un contexto de crisis económica sus demandas aparecen como expresión de una élite muy pequeña. Por ejemplo, “ideología de género” como sintagma es un sistema muy efectivo porque básicamente lo que hace es reducir la cuestión del aborto, de los derechos trans, y direccionándola a la agenda de los privilegiados, de las minorías, y contraponerla con una agenda material que tiene que ver con demandas materiales más urgentes.
–¿Se festejó en Brasil la buena elección que hizo Milei?
S. C.: Si, la victoria de Milei ha sido conmemorada en Brasil por todo el campo de la ultraderecha, religioso o no religioso. Y está contando con el apoyo, más o menos orgánico, más o menos evidente, de las ultraderechas internacionales. Están todos mirando lo que va a pasar en Argentina porque después de perder Brasil, se convirtió en la joya de la corona. Me pregunto ¿cómo se va a mover el campo progresista no partidario en esta situación?. Porque en la experiencia brasileña uno de los problemas que hemos tenido frente al ascenso de Bolsonaro en 2018 –y un poco se repitió en 2022, aunque con algunas diferencias–, fue la incapacidad del sistema político prodemocracia de crear un ambiente interseccional, de coalición, para contenerlo. En 2018 todo estaba enfocado en Lula y se retardó en la respuesta: Fernando Haddad recién fue consagrado candidato el 11 de septiembre y las elecciones generales se llevaron a cabo menos de un mes después, el 7 de octubre. Lo que está en juego es la defensa de la democracia. Lo que viene con un posible triunfo de Milei como Presidente es la destrucción de las instituciones democráticas.
–¿Qué aprendieron de esa experiencia en Brasil?
S.C: Lo que aseguró la victoria de Lula en 2022, aun cuando el PT haya demorado en construir una coalición más horizontal -porque seguía un tanto autocentrado– fue un tejido conformado en torno de la preservación de la democracia. No fue en nombre del progresismo. Lo que juntó a actores tan distintos, aunque no estuvieran en una misma coalición, como sectores empresarios, al pueblo del Nordeste, a los indígenas, a las mujeres, a la prensa –que fue absolutamente fundamental en la derrota de Bolsonaro– fue la defensa de la democracia.