La dolarización en Argentina es una propuesta que resurge periódicamente, pero que podría ser una receta para el desastre económico. Ha sido un proyecto político por parte de la élite argentina desde los años 1970, resurgiendo con fuerza en los años 1990 y que hoy regresa en un nuevo traje de la extrema derecha anarcocapitalista, representada por figuras como Javier Milei.
El interés principal de la dolarización reside en enterrar el poder del Estado de fijar una política de desarrollo propia, buscando despolitizar y eliminar por inanición las fuerzas políticas y sociales que buscan un proyecto de desarrollo autónomo para el país.
A pesar del entusiasmo en torno a la dolarización en Argentina, esta propuesta carece de sustento basado en evidencias. Este entusiasmo parece impulsado más por emoción que por lógica, producto de una desesperanza ocasionada por la crisis económica y una profunda desconfianza en el peso.
Es cierto que la economía argentina ya está significativamente dolarizada debido a la poca confianza en el peso. La dolarización completa no parece, a primera vista, un salto demasiado grande. Pero con ella, se elimina la discreción de las manos de los funcionarios públicos y se atan las políticas económicas a las decisiones monetarias de Estados Unidos, un país con vínculos económicos limitados con Argentina.
La dolarización es una estrategia peligrosa y sin salida. Podría sembrar las semillas para una enorme contracción y colapso económico. Bajo la dolarización, el crecimiento de Argentina dependería de mantener un superávit en cuenta corriente y generar flujo de capital. Sin embargo, esto resulta ser una tarea difícil en un mundo de crecimiento global incierto y precios de commodities fluctuantes. Y es totalmente fortuita porque la cotización del dólar quedaría sujeta a la discreción de la Reserva Federal de Estados Unidos, que claramente no se ocupa de la competitividad de la economía argentina.
La dolarización, además, no solucionaría el daño al poder adquisitivo de la población ocasionado actualmente por el efecto de las devaluaciones sobre los precios. En un escenario dolarizado, los salarios podrían no ajustarse tan rápidamente como los precios tampoco, como ha sucedido en otros países que adoptaron esta medida, como Ecuador y El Salvador.
La experiencia argentina de los años 1990 y principios de los 2000 ofrece una advertencia extrema. Aunque el plan de convertibilidad tuvo éxitos temporales en combatir la hiperinflación, este modelo no fue sostenible. Pagó un alto precio, con el remate de activos domésticos mediante privatizaciones que dejaron a Argentina vulnerable para sostener el modelo. Esto incluyó emblemáticas empresas como YPF y Aerolíneas Argentinas, que pasaron a manos extranjeras. Además, dejó a Argentina extremadamente vulnerable a factores externos, como las crisis de México, Asia y Brasil, además de la política monetaria de Estados Unidos de valorización del dólar, lo que llevó a una pérdida de competitividad externa. El crecimiento colapsó mientras el desempleo y el déficit en cuenta corriente se dispararon.
Argentina fue entonces incapaz de financiar sus déficits externos y perdió acceso a los mercados internacionales. Dado el elevado endeudamiento en dólares, los inversores vendieron activos argentinos, las tasas de interés se dispararon insosteniblemente, se impusieron controles de capital y el plan de convertibilidad colapsó en medio de una enorme crisis económica, social y política.
Hoy, Argentina enfrenta una situación de reservas netas negativas, lo que plantea serias dudas sobre cómo se respaldaría una dolarización completa. En este escenario, las autoridades financieras perderían significativamente su capacidad de actuar como prestamista de última instancia, lo que incrementaría drásticamente la vulnerabilidad del sistema bancario local. Claramente, no es tarea de la Reserva Federal actuar como prestamista de última instancia de los bancos argentinos, dejando a los depositantes vulnerables ante una crisis financiera que los deje en situación de iliquidez.
Una estabilización basada en la dolarización podría reducir más rápidamente la inflación, pero la falta de una política de salida podría llevar a una contracción económica y un colapso mucho más graves, similares a los sucedidos tras el fin del plan de convertibilidad. El plan, por lo tanto, sería políticamente inestable y sufriría de un déficit de credibilidad. Esto probablemente exacerbaría las presiones recesivas en el país, ya que los residentes argentinos, dudosos del arreglo, podrían preferir mantener la mayoría de sus dólares en el extranjero.
El camino para resolver los enormes desafíos de la economía argentina no es fácil y no reside en soluciones mágicas como la dolarización. Se requieren medidas como frenar la creación de dinero de reserva a través de las LEBACs, que son una forma peligrosa de alimentar la fuga de capitales y, por lo tanto, la inflación por el exceso de pesos respecto a los dólares en las reservas del Banco Central. También es imperativo abordar una reestructuración pronta de los Eurobonos emitidos en la reestructuración de deuda de 2020, que comienzan a amortizarse en 2025 y que, actualmente, se cotizan en valores bajos, lo que hace poco probable su refinanciamiento.
En lugar de la dolarización, Argentina necesita una combinación de políticas fiscales y monetarias sostenibles y políticas que fomenten la productividad y el crecimiento económico.
La dolarización es una solución falaz y peligrosa para Argentina. Es hora de que el país busque soluciones sostenibles y duraderas a sus problemas económicos, sin ceder su soberanía monetaria.
(*) Doctora en leyes de la Universidad de Leeds en Gran Bretaña.