Desde Rosario
Una cápsula de felicidad durante cuatro días. Esa era la sensación que se respiraba en la convención internacional de historietas Crack Bang Boom que terminó el domingo. Una suerte de acuerdo generalizado de miles de personas por fingir demencia, mientras la realidad se filtraba a cuentagotas, lenta pero inexorable, en planillas de Excel, discursos de premiación y pequeños detalles.
Aunque todavía no hay cifras oficiales sobre la asistencia de este año, los habitués de la convención rosarina reconocían una afluencia por debajo de las ediciones más convocantes, aunque por encima de lo esperado. En ese sentido, las ventas en los stands experimentaban un balance similar. Consultados por Página/12 los responsables de muchas editoriales evaluaban las ventas como “buenas” o “dignas”, pero por debajo de las de años anteriores. “Los precios se triplicaron pero lo que la gente puede gastar en cultura no creció igual”, graficaba uno. La industria editorial sufre mucho la crisis del papel –complicada desde la pandemia y agravada por la guerra en Ucrania-, pinzada por la inflación.
En lo artístico fue una convención sólida. Las visitas internacionales del español Enrique Sánchez Abuli, del croata Esad Ribic y del brasileño Marcelo Quintanhilha conformaron a todos. Incluso el brasileño sorprendió con algunas intervenciones –su conferencia, devenida en una suerte de performance-entrevista pública con Página/12- despertó aplausos espontáneos en distintos pasajes. El veterano español, en tanto, ratificó su encanto y su buena sintonía con el público argentino, que había demostrado en otras visitas cortas al país. También se lucieron los nacionales en charlas dedicadas a explorar el universo de los webcomics o las posibilidades de inclusión que la historieta ofrece a las disidencias, entre otros temas. Una legión de dibujantes jóvenes como Dolores Alcatena, Carlos Dearmas o Federico di Pila demostraron que hay un recambio que ya no promete: cumple sobradamente a las expectativas del medio.
Uno de los momentos centrales del evento que la entrega de los Premios Trillo, uno de los más importantes del sector –y en cuyo jurado de preselección hay tres créditos de este medio: Diego Trerotola, quien esto firma y el rosarino Leandro Arteaga. Los ganadores de los Trillo resultan del voto de todos los artistas invitados a las ediciones anteriores del festival. Esta edición se alzaron con los galardones La Madriguera (de Femimutancia) como Mejor obra público adulto; La caja 3: apestados (de Esteban Podetti) como Mejor obra de humor gráfico; Max Hell: rescate en Oberón (de Guillermo Hohn y Pablo Tambuscio) como Mejor Obras para público infantil; Nathaniel Fox y la tierra hueca (de Rodolfo Santullo, Manuel Loza y El Santa) como Mejor Webcómic; y Santa Sombra (de Paula Boffo) como Mejor portada. Mientras, Carlos Dearmas fue reconocido con el galardón de Mejor dibujante (por Apagón, un relato junto a Martín Tejada sobre el terrorismo de Estado en Jujuy); Rodolfo Santullo como guionista por La orden del Bes; la Metamorfosis de Paula Andrade fue distinguida como mejor antología, y Dolores Alcatena como mejor autora integral por El fuego que purifica. Lo de Dolores no sólo destaca por su juventud (tiene 24 años), sino que además obtuvo el reconocimiento gracias a un libro autoeditado. Además, suma un detalle simpático: es la primera vez que dos generaciones de dibujantes son premiadas en la misma edición: su padre, Quique Alcatena, fue reconocido con el premio al Mejor Rescate, por su Universo DC.
La entrega de los Premios Trillo tuvo varios momentos emotivos. Paula Boffo aprovechó la ocasión para recordar que el principal referente de la historieta argentina es Héctor Germán Oesterheld, un desaparecido por la última dictadura cívico-militar, y alertó contra la proliferación de los discursos de odio y el ascenso de candidatos negacionistas. Manuel Loza, un fervoroso militante del webcómic, alentó a utilizarlo como medio de expresión y reconocerlo como medio para las viñetas. Finalmente, el reconocimiento a la trayectoria de Eduardo Mazzitelli aportó una cuota profundamente emotiva. El guionista, veterano de décadas y con infinidad de relatos en su haber, recibió el abrazo de sus colegas. “La historieta es un camino arduo, con el que a veces la pasás mal, pero es el arte más hermoso, y en noches como hoy agradezco no haber estudiado ingeniería en computación”, celebró.
Aunque la inevitable realidad se filtró varias veces en la burbuja de felicidad de la Crack –las alternativas electorales y las económicas por igual eran difíciles de desatender, aun con los mejores esfuerzos-, tampoco ganó la desesperanza. Por lo pronto, de parte de la organización estaba la certeza de una próxima edición, en 2024 y con nueva sede. Parte del plan a 10 años firmado recientemente con la Municipalidad de Rosario involucra un cambio de sede. Esta doceava edición significó la despedida de los galpones pegados al río (incluyendo el Centro de Expresiones Contemporáneas, que había abrazado a CBB como propia). En el horizonte asoma el predio local de La Rural. La futura fisonomía todavía es desconocida, pero la certeza de una nueva edición aporta una garantía. Como la historieta de toda la vida, esta también continuará.