“Mi estudio justo está en refacción”, advierte Tweety González al momento de definir la locación para las fotos de esta entrevista. Es por eso que sugiere hacerlas en la sala de al lado, la de Lisandro Aristimuño, músico con el que no sólo comparte búnker, sino también amistad. De esto último hace ya varios años. Además, la admiración es mutua. Si bien el nativo del barrio porteño de Versalles lo arengó a hacer varios experimentos juntos en un pasado inmediato, incluso a colgarse el bajo en una formación que improvisó para un show en el Cultural Morán, el rionegrino le devolvió la gentileza al invitarlo a participar en el tributo que orquestó en el CCK para el disco Bocanada, de Gustavo Cerati. Algo parecido a un acto de redención, pues, pese a la amistad que unía al también llamado “Cuarto Soda” con el líder de la terna, no fue parte de ese aclamado disco solista. Pero sí ayudó a crear el boceto de “Beautiful”, tema de ese trabajo que terminó tocando en el homenaje.

En sus 40 años de trayectoria musical (el punto de partida formal fue su aporte en teclados en el disco Mi voz renacerá, de Celeste Carballo), Fabián Andrés González Amado encarna a la perfección ese pasaje de “El amor después del amor”, himno de Fito Páez, que versa: “Me hice fuerte ahí, donde nunca vi. Nadie puede decirme quién soy”. Después de hacerse fundamental en la historia del rock argentino cultivando la complicidad artística, y compartiendo la humildad de su conocimiento sonoro y tecnológico en obras indispensables de la escena local, el productor y músico finalmente se animó a salir al frente como frontman. Uno raro, porque, apelando al hueso del imaginario del término, no se escucha su voz cantando. Ni siquiera tarareando. Por eso es difícil etiquetar el rubro en el que cabe el álbum con el que debutó en solitario, Twitin Club, de publicación reciente. “Entra en la categoría de ‘Disco de productor’”, se envalentona a rotularlo. “Lo pondría ahí, de cabeza”.

En las diez canciones que constituyen el repertorio de Twitin Club, el artista practica algo parecido a lo que canta Roger Daltrey (vocalista de la banda inglesa The Who) en el tema “See Me, Feel Me”: “Escuchándote, me sale la música. Mirándote, me da calor. Siguiéndote, subo la montaña. Me emociono a tus pies. En vos veo la gloria. De vos obtengo una opinión. De vos obtengo la historia”. Si bien todo eso se transformó en una especie de manifiesto laboral a lo largo de su sustanciosa carrera (sus créditos aparecen en cientos de discos editados en todo el continente), esta vez lo puso en marcha para su propio beneficio. Apoyado además en una novel generación de artistas. “No me considero un compositor nato. Me considero más un degustador de música, un productor. Ni siquiera soy un muy buen instrumentista”, confiesa González. “Por eso la parte de la composición siempre la tenía como abandonada o relegada, desde hace mucho”.

-¿Por qué decidiste sacar ahora este primer disco solista?

-Se convirtió en una necesidad. Hubo discos en los que metí mano, y empezaban a aparecer cosas mías. Hace seis o siete años, eso se volvió a repetir, lo que me llevó a hacer cosas solo. Y se fueron juntando. Luego vino la pandemia, que me dio suficiente tiempo libre para agarrar esas micro semillas que hice. Se potenciaron cuando me junté con gente. Al tomar velocidad, mutaron y pasaron mi filtro autocrítico. Ahí vislumbré que podía ser un disco.

-Por lo que asomás, las canciones no forman parte de un mismo proceso. ¿Se trata de un disco compilado?

-Al principio era material aislado. En el tercer o cuarto tema que surgió, salió la idea de Twitin Club. Me gustó mucho la imagen del club porque es un espacio en el que entran y salen jugadores. Eso me permitió trabajar dentro de un concepto más cómodo. Cada canción tiene su mundo. Las que grabé con Maia Tarcic, por ejemplo, son tipo suite. “Una pregunta más”, que hice con Lisandro Aristimuño, se corta sola. Y “Caer”, en la que participan los raperos (se refiere a Kofke 117 y Rayo) junto a Leandro Lacerna, es distinta.

-Aparte de los temas que quedaron afuera del álbum, a lo largo de tu carrera debés tener discos rígidos llenos de canciones sin terminar.

-El año pasado estuve en Medellín, y me llevé ideas de canciones que quedaron afuera del disco. Los Zizek (sello disquero argentino pionero en la cumbia electrónica y el folk digital) tienen un estudio allá. Empezaron a caer raperos, y la cosa se puso muy hiphopera. Artistas como Homie, un pibe que compone para J Balvin, agarró un tema que hice con samples de Charly García. Fue lindo estar en la cuna de eso con material que no sabía que podía terminar ahí.

-Salvando las distancias marketineras, fuiste una especie de Bizarrap en los ochenta y noventa. ¿O eras más próximo al personaje de “Total interferencia”, temazo de Charly García: el que “tiene manos de marfil y teclados de Taiwán, un chico conectado con la ciencia”?

-No sé. Hubo muchos años en los que me pasaba 36 horas sin parar, de un estudio a otro, cuando se juntaban los discos. Tuve años bien calientes. También fueron tiempos del auge del MIDI y del sampler, y yo estaba muy hasta los dientes con eso. Entonces todo el mundo me chiflaba para que trabajara en sus discos.

-En el biopic de Fito de Netflix, hay una escena en la que él te llama desde un teléfono público, y pone al lado del auricula un grabador con un tema de Charly García para que les digas el tono. ¿Mito o realidad?

-Algo de ese tipo de cosas pasaban todo el tiempo. Pero no me acuerdo si pasó exactamente eso, y si fue por teléfono. Lo que sí es cierto es que yo no tenía todos esos aparatos que aparecen en la serie, ni tampoco puse el teléfono contra el micrófono. Quizá lo expliqué de otra manera o lo ficcionaron, porque la serie no deja de ser una ficción. De chico, yo era mega nerd y Fito no. Nos compensábamos muy bien. Aún hoy en día sigo buscando los secretos de cómo hicieron algo. Para mí es una de las cosas más divertidas de la música.

-¿Te llegaron a descubrir algún secreto?

-Hubo varios intentos. Pero nadie adivinó todavía de dónde salió el loop de (la canción) “El amor después del amor”. Todo el mundo tira nombres, y siguen sin pegarla.

-A propósito de eso, vos te encargaste de piano y programación en el disco El amor después del amor. ¿Tuvo sentido que Fito hiciera de vuelta un álbum perfecto para que sonara a esta época?

-Primero que nada, la serie me pareció blandísima. Si bien no deja de ser un producto comercial, me hubiera gustado que estuviera mejor hecha. Fito no era tan blando como ese pibito que hace de él. Sobre lo que me preguntás del disco, la primera vez que lo escuché me dio cosita. Pero la segunda vez, me pareció que un tema como “El amor después del amor”, que lo haya roto todo, y que no se parezca a la versión original, fue un acto valiente. Y de paso le salió bien. Te puede gustar o no el resultado. Sin embargo, hay colaboraciones que no entiendo. Creo que son cosas más de la industria.

Por más que entra y sale constantemente de las fauces de la industria musical, este hijo de padre electricista y madre docente de música (de ese híbrido proviene el identikit artístico que lo distingue) nunca quiso ser parte de ella. A tal punto que fundó un sello discográfico independiente, Twitin Records, por el que editó no sólo su álbum solista, sino también el de varios artistas argentinos. “Siempre tomé distancia de la industria musical mainstream, nunca me llevé bien con ella”, confirma quien antes de que aparecieran en la década de los 2000 productores argentinos del calibre de Rafa Arcaute, Nico Cotton o Evlay, integró una especie de Santísima Trinidad de la producción musical de manufactura local junto a Gustavo Santaolalla y Cachorro López. “He visto cosas que nunca me gustaron, y fui maltratado por ciertos personajes. Siempre me llamaron los músicos. Nunca las compañías discográficas”.

-¿Fue la tecnología la que te ayudó vivir en la contemporaneidad constante?

-Hablando crudamente, la tecnología estuvo permanentemente en mi vida y me dio de comer. A mí me sigue emocionando descubrir a un artista nuevo, al igual que me pasó con Charly García a los 14 o 15 años. Por lo menos al año, descubro uno o dos artistas que me vuelan la cabeza. Y los pongo en mi lista, al lado de esos que me gustan desde chicos. Me parece que lo maravilloso que tiene la música es la búsqueda de la pepita de oro entre tanto barro.

-En la contratapa de Dynamo, álbum de Soda Stereo, Cerati preguntó: “¿Y dónde está la música? ¿En los cables?”. En esta época, en la que todo pasa por el Smartphone, desde la escucha hasta la hechura, ¿para vos la música está ahí?

-Para mí está en tantos lugares, que no está en ninguno. Yo me lo pregunto todo el tiempo. Lo que no puedo entender es que alguien joven sólo conozca a cinco artistas. Me asombra que haya tanta desinformación en la era de la sobreinformación. Pero en ese momento tengo que ser objetivo y entender que soy de otra generación, y que la música no puede tener la misma importancia para todos.

-Más allá de que el título lo sugiera, la propuesta de tu disco es atípica. No sólo para un músico, sino también para un intérprete.

-No es que me quiera poner a la misma altura, pero los productores que a mí me gustan tienen discos. Quincy Jones tiene discos instrumentales. Cuando incursionó en el pop, hizo unos discos con un montón de invitados. No toca ninguna nota, en ninguna canción. Yo, por lo menos, toco. George Martin tiene sus discos, lo mismo que Don Was y Phil Spector.

-¿Cómo harás para tocarlo en vivo?

-Hicimos una fecha el año pasado, pero fue bastante caótico el tema de ensayar. Eramos muchos, con muchas cosas a la vez, y ensayamos poco. Eso me estresó. Nunca pensé que fuera un disco para tocar seriamente. Ahora estoy empezando a hacer al revés: no uso el estudio de grabación como instrumento.

-Justo lo que hacían Phil Spector, Alan Parsons o Giorgio Moroder…

-Hoy la computadora es el estudio para un chico de 20 años. Pero tengo la suerte de tener un muy buen estudio de grabación, y unos amigos de la puta madre que se lo tocan todo. Por eso es un club.

-¿Cuál es el esqueleto de Twitin Club?

-Las combinaciones. Cada tema es como una cena: ves el mantel que usarás, elegís lo que vas a comer y tomar, y quién se va a sentar con vos.

-En el disco no hay temas cantados por vos. ¿Cantaste alguna vez?

-En el conservatorio tenía que cantar. Pero no hay registro de eso.

-El tema que cierra el álbum, “Jazzypop”, está inspirado en la sala Jazz y Pop y alude a tus orígenes en el jazz.

-Más que en el jazz, fue en el jazz rock. Ese mismo jazz rock que yo escuchaba influenció al rock argentino. Por algo Pedro Aznar terminó tocando con Pat Metheny. La última vez que Herbie Hancock vino a Buenos Aires, Charly le regaló Películas, de La Máquina de Hacer Pájaros, porque en ese momento fue una gran influencia para todos los tecladistas. “Jazzypop” fue homenaje a eso.

-En noviembre cumplís 60 años. ¿Cómo vivís la previa?

-Los 60 es un número que tiene mucha matemática. Te asusta un poquito. Paré la pelota para pensar qué es lo próximo que quiero hacer, y la verdad es que deseo hacer algo distinto. Me quedan mis viejos amigos, y extraño muchísimo a los que se fueron. También tengo un montón de amigos jóvenes. En algún punto, los veo como sobrinos. Tengo el honor de que me muestren sus discos tres meses antes de que salgan, y para mí eso vale más que un Grammy.

(Imagen: Leandro Teysseire)

La oreja del productor

Mientras se encuentra enfocado en el futuro inmediato, del que sobresale la producción de los nuevos lanzamientos discográficos de Miau Trío y Mugre (bandas en las que participa la cantautora argentina Mariana Michi, con la además que grabó un par de temas en plan de dúo), Tweety González hace una pausa para remontarse al pasado. A fines de los noventa, en sociedad con Alina Gandini, el músico y productor creó Acida. Primer proyecto musical en el que actuó como coprotagonista, por lo que sirve de antecedente de Twitin Club

“Lo de Acida es una cosa previa de este proyecto. Tiene algunas cosas en común con este disco”, respalda el artista sobre un laboratorio sonoro de impronta hiphopera, con un pie en Los Angeles y otro en Buenos Aires, y que dejó a manera de legado el disco La vida real (2005). “Lo del hip hop en ese momento era mucho más fuerte porque cuando nos mudamos a Los Angeles, a principios de los 2000, era la época en la que apareció The Neptunes. Y toda esa onda me influyó mucho”.