“El público se va encontrar con una selección de improvisadores, no improvisados”, asegura Gabriel “Conejo” Jolivet a la hora de sintetizar, leve y breve, el concierto tracción a rock y blues que va a ofrecer este miércoles 23 de agosto a las 22.45 en BeBop (Uriarte 1658). Habla de sus laderos, claro. Entre otros, de Patán Vidal, tecladista de profusa experiencia en ambos palos. Del baterista Timothy Cid, que no le va en zaga. Del cantante Dhani Ferrón. Y del eterno Daniel “Alambre” González, que precisamente debutó en el Colegio San Román (el de Luis Alberto Spinetta y Emilio Del Guercio como compañeros de banco), junto al anfitrión. “Éramos dos pibes, Alambre tenía 15 y yo 13”, evoca Jolivet, anclado en el minuto cero de un trayecto a base de Fenders, Telecasters y Gibsons.
Con el elenco antedicho, más Fernando De Hoz en bajo y Eduardo De La Torre en guitarra, Jolivet recreará temas propios (“Ahora está todo bien”, entre ellos) y piezas de Spinetta, David Lebón, Jeff Beck, Freddie King y Tommy Bolin. “Creo que es tiempo de celebrarlos ¿no? porque el rock & roll se vive a pleno, siempre. Es un modo de vida… a los 65 años sigue estando en mí”, enfatiza el experimentado rocker nacido hace 65 años en República Dominicana pero criado en plena urbe porteña, donde supo tocar de entrada con los embrionarios Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota; con una de las mil formaciones de Pappo´s Blues, y en la Bluesbanda, que luego se convertiría en Dulces 16.
“A Pappo lo conocí en 1978, cuando recién había llegado de Inglaterra y no contaba con apoyo ni de los managers ni de la prensa. Recuerdo que lo insté a comprar un colectivo a la B. B. King. Para convencerlo, le dije: 'carpeta… si los negritos se la bancan con el Ku Klux Klan, nosotros la bancamos con los milicos y la cana.' Y así fue”, cuenta el guitarrista, sumergido en un tramo de su historia. “Traigo la anécdota porque con ese primer micro hicimos una gira por Necochea, donde fue bárbaro, y por Mar del Plata, donde el Gordo Pierre Bayona, alias 'el Vitricida', nos esperó en un departamento con un plato de arroz integral y nos dijo: 'muchachos, ayer la policía cerró La Botonera, el teatro donde estaba tocando Alejandro Medina e iban a tocar ustedes. Lo que hay es esto'. En fin, cosas así pasaban”.
Además de su condición de violero, Jolivet quedó en la historia por ponerle el cuerpo al rock and roll, literalmente. Él mismo salía a pegar carteles, repartir folletos, alquilar lugares para tocar y buscar difusión en medios alternativos, labores propias de la autogestión y la independencia. “Fue una epopeya a viento y marea, aquella”, sostiene. “Gracias a teatros autoproducidos y manejados por mí, es que se mantuvo el blues y el rock and roll en alto durante esos años de plomo. Había que bancársela, ¿eh? Pappo estaba proscripto, por ejemplo. No podía tocar. Cuando me vino a buscar para armar Riff, en 1981, venía de estar en cana en Villa Gesell. Por esos días también fue que cayeron tres tipos de la SIDE en casa, vestidos de perramus y mi vieja me dijo '¿qué hiciste?', pero yo no había hecho nada. Bueno, esa mismo tarde, asomó Pappo por casa y me dijo 'Conejo, quiero que toques en mi banda. Se llama Riff y vamos a hacer hard rock'".
-Pero el guitarrista terminó siendo Boff. ¿Qué pasó ahí?
-Que yo no quería tocar la rítmica. Además, tenía contrato y disco con los Dulces 16. Y entonces le dije a Pappo: "Mirá que hay un pibe del barrio que tiene una Fender Stratocaster y un Marshall". Al principio Pappo no quería saber nada con él, hasta que le avisé que la novia medía 120-60-90 y así terminó yendo a buscar a "Pelusa", que más tarde sería Boff.
-¿Hay verdad o mito en tus diferencias con Patricio Rey, otra banda de la que fuiste parte en tus principios?
-Mito. Los respeto y los quiero. Lo que pasa es que prefiero otro estilo de música para mí. Escucho blues y rock & roll, e intento tocarlo, cuando ellos en cambio eran más amplios, porque tocaban de todo un poco. Otra cosa era la parte laboral, que sí era complicada, por más que Skay y el Indio son dos viejos amigos para mí… tuvieron un sueño y en parte se hizo realidad.
-¿Cómo te vuelve ese pasado?
-Como una fiesta muy divertida… el Doce, Mufercho, Monona, Rocambole, Fenton, Migoya, Néstor Madrid, en fin, y después, más acá en el tiempo, la parte de los altos conciertos en Huracán, en Racing. Todo muy emotivo. Me dio pena su fin… Ojalá se amiguen Poli, Skay y el Indio.
-Luego de tus experiencias con Pappo, Redondos y Dulces 16 te fuiste a España. ¿Qué pasó allí?
-Fue duro. Sobreviví años tocando en la calle y en el metro, muy a la buena de Dios… eran doce horas por día en un solo de viola. Llegaba a casa y ponía las manos en agua fría, sin haber bebido ni comido nada en todo el día. Pero luego volví y acá se me abrieron muchas puertas.
Jolivet no solo se refiere a los ocho Gran Rex que experimentó junto a Pappo y B. B. King, en 1993 o a los mega conciertos con Los Redondos en Racing y Huracán, sino también al Obras que compartió con Deacon Jones y el “Carpo” –el de los solos interminables-, o los discos con La Mississippi, El Soldado, Ciro Fogliatta, Alejandro Medina y Edelmiro Molinari que lo tuvieron como partícipe. “¡Edelmiro...! genio. Fue mi maestro, cuando yo tenía 12 años. Él no está en el circuito de las corporaciones ni de las grabadoras, ni en el negocio de nadie, como suele ocurrirles a los músicos de las décadas del sesenta y del setenta, que fueron expoliados en sus grupos que vendieron millones de copias. Él está solo”.
-¿Se te ocurren motivos?
-Es que el mundo está muy estúpido, la verdad. La música está para atrás. El sonido es peor con el dominio digital… hay algunas nubes negras, y hay gente que hace un romance de pesadillas que no conoce. Por lo demás, la gente está muy alienada, porque la tele y la matrix formatean mentes. ¡Volvió el corte de pelo presidiario de los años 20! En fin, la actualidad y la inequidad son, fueron y serán parte de la lucha de los rockeros como Edelmiro y tantos otros. Es el combustible que nos alienta desde siempre.