A Pilar le gustaba el mar, sumergirse, ser parte del agua. Un diploma con una foto suya de cuando era una niña y usaba trencitas debajo del logo de un club social y deportivo celebra su rol de salvavidas. Esa niña salvavidas que aprendió a caminar y a nadar casi al mismo tiempo nunca abandonó el mar. 

Nació en Tampico, Tamaulipas, y fue la hacedora de la arqueología subacuática mexicana, germen de su tradición. Los inicios de su pasión por descubrir la cultura prehispánica escondida en las aguas profundas se emparentaban con un primer recuerdo: el de su mamá angustiada preguntándole por qué quería estudiar si adentro de su casa lo tenía todo. 

Pilar era la hija menor y la primera mujer de la familia que quería un título universitario. Para Pilar ese “todo" definitivamente estaba afuera, donde estaba el mar, el planeta azul, el lugar de todos los comienzos y de todos los futuros. Cuando estudiaba arqueología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia de México descubrió en la biblioteca un libro de George F. Bass, el llamado “padre de la arqueología subacuática”, con el libro bajo el brazo organizó un curso de buceo y le escribió una carta a Bass. "Debo haberle escrito una carta que lo conmovió porque me contestó a vuelta de correo cuatro hojas a máquina, para decirme que con mucho gusto vendría a México a ayudarme, cosa que ocurrió en el año 1979". 

Unos años después buceó con él en Turquía: “trabajamos en el suroeste del país excavando un barco con cargamento de cristal, un barco bizantino precioso. Vivíamos en un acantilado, donde no había nada. Allí estuve tres meses, fascinada y trabajando a 40 metros de profundidad, con dos buceos diarios.” En las profundidades la estaban esperando restos de existencia humana, estructuras, objetos, edificios, razones de ferocidad, opresiones y batallas, ella iba a descubrirlos (como a uno de los caracoles monumentales del Recinto Sagrado de Tenochtitlán), iba a protegerlos: “Los tesoros no se venden, se estudian. El patrimonio cultural sumergido es de todos”, decía la “azote de los cazatesoros”, como solían nombrar a Pilar. 

“El agua se me fue metiendo”, decía cuando recordaba sus años como maestra de natación de bebés y de niñas y niños con síndrome de Down, antes de unir su pasión por el mar y por la arqueología; una pasión que la convirtió en exploradora y salvaguardia del patrimonio subacuático. Durante treinta y siete años dirigió el Centro de Arqueología Subacuática del Instituto Nacional de Arqueología e Historia (INAH) de México, su pasión territorial fue imprescindible para crear una red de arqueología subacuática en América Latina y el Caribe. 

La niña salvavidas del mar testeado que se convirtió en guardiana de los precipicios, superó una histoplasmosis (los médicos le habían presagiado un día de vida) y volvió a nadar a pesar del daño que la enfermedad le había causado en sus pulmones, hizo visible lo invisible. En el mar, el país que nos toca visitar, nos espera una abadía colosal, esencia húmeda del fondo de los fondos.