"Verde que te quiero verde,/ verde viento. Verdes ramas". Manzanita (Federico García Lorca)

Como una niña que salta las baldosas blancas para caer sobre las negras, en el juego invisible de la conversación, presto atención a las metáforas. Este juego de la adultez me permite abstraerme de algunas charlas mientras tomo notas mentales y, a veces, en la distracción encuentro raíces profundas.

De pronto, un abogado cuenta sus asuntos cotidianos con la lógica de los videojuegos: “ya estamos en modo experto”, “nos queda una última vida” o simplemente dice “game over”. El contador que tiene un jugador de fútbol agazapado en el pecho afirma: “me sacaste roja”, “equipo que gana no se toca”. 

La profesora que estudió arquitectura habla de bases firmes y de estructuras sólidas para armar una postura de yoga. La colega que gracias a su abuela materna adora la costura habla de “tejer poemas”, “hilvanar oraciones”, “observar el tejido del que somos parte” o comenta, al pasar, que alguien “no da puntada sin hilo”. 

La amiga boxeadora que me alienta a que no afloje o que insiste en poner a alguien contras las cuerdas. Puedo seguir: un cinéfilo que jetonea “no te comás la peli", “a esta película yo ya la vi, eh" o declara que “no todos los finales son felices”. 

El navegante que dice que “hay buen viento” para un proyecto, “a mal puerto fuiste a parar” o susurra que al final siempre llegamos a la otra orilla. También nos decimos, cada vez con más frecuencia, que estamos en “piloto automático” o "estamos fundidos" sin por ello sentir que somos artefactos o motores, ¿o sí?

El juego de recolección de metáforas es entretenido e infinito, lo cierto es que devela que adoptamos o creamos metáforas para expresarnos, por eso, estos mecanismos lejos de ser un decorado son consustanciales al lenguaje. Se podría decir que son el barro mismo en el que algunos pensamientos brotan, una y otra vez.

Dos autores estadounidenses, Lakoff y Jhonson, hablan de una metáfora conceptual. Sería algo así como un mecanismo conceptualizador que permite enlazar ideas diferentes aunque análogas, poner dos mundos que, en apariencia, nada tienen que ver en contacto. Afirman, entonces, que la metáfora impregna la vida cotidiana, desde el lenguaje al pensamiento y a la acción.

En ese lenguaje poético cotidiano, algo germina y encuentra su lugar. Un lugar en el que brota una esencia o un momento de vida florece y se deja ver. De allí también la relevancia de mirar hacia aquello que muchas veces habla desde la cristalización de sentidos como algo que nos es natural o dado de antemano: metáforas bélicas, raciales, sexuales, familiares, deportivas, comerciales… Vale la pregunta: ¿desde qué suelo nos plantamos?