La alegría no es solo brasilera
“Puede que no sea Río pero sabemos cómo divertirnos”, aseguran los habitantes de Dawlish, una localidad costera de doce mil habitantes en el condado de Devon, casi frente al Canal de la Mancha. Allí, desde hace cincuenta años, la gente celebra su propio carnaval y lo llama así: “Dawlish celebrates carnival”. Durante una semana del verano europeo se multiplican actividades que incluyen comparsas, disfraces, recitales, concursos de dibujo para los más chicos y certámenes para elegir al perro más coqueto del lugar. Incluso, hay un desfile de músicos con trajes brillantes (obvio, el momento se llama “Sparks!”) que con percusión y coreo que parecen salidas de Brasil pero sobre todo, de los tablados montevideanos (en YouTube, varios videos lo atestiguan) atraviesan la avenida principal. Este año parece que llovió la semana entera pero eso no fue motivo para aguar una fiesta que por un lado, busca atraer turistas a las costas de Devon pero que a la vez, es celebración comunitaria. Así, gente de todas las edades se suma a los festejos con disfraces de bruja, payaso o dama victoriana cubierta de bombitas de luces además de otros improvisados con lo que se encuentra en el ropero propio o de los vecinos. Uno de los momentos más esperados son las competencias de carritos tuneados (sí, muchos son cochecitos de bebés) que deben llegar a la meta a las corridas, llevados por grupos disfrazados de bailarinas clásicas, marcianos o tatarabuelos escoceses. El evento se cierra con el Community Parade: carrozas que evocan a los personajes de Harry Potter o Volver al futuro, a Super Mario Bros, a Barbie y a organizaciones civiles de la comunidad que recorren casi cuatro kilómetros a lo largo de la franja costera. En medio de tantos vendavales, contagia gozo ver a la gente de Dawlish divirtiéndose sin prejuicios como parte de una fiesta propia, nacional y popular.
Fuerza natural
La edición británica de Vogue del mes de septiembre tiene en tapa a Naomi Campbell, Cindy Crawford, Christy Turlington y Linda Evangelista para celebrar en un número especial a estas mega modelos, íconos de los noventa, que rondan hoy los cincuenta años. Sin embargo, el look total black y sobre todo, las capas y capas de retoque, encendieron el enojo de una ex editora de la revista. Alexandra Shulman, de ella se trata, estuvo a cargo de la edición inglesa de Vogue entre 1992 y 2017. Al ver la tapa, escribió en el periódico The Mail on Sunday: “Explíquenme por qué fueron transformadas en una versión plástica de sí mismas, vestidas como viudas glamorosas y expuestas a tantos retoques digitales que el resultado final es una versión caricaturizada de ellas mismas”. El cuestionamiento echa por tierra la actitud bienpensante de la revista, que ha proclamado su decisión de dar una imagen inclusiva poniendo en tapa, por ejemplo, a Miriam Margolyes en sus espléndidos ochenta años. “Estas modelos tienen una belleza sin igual, que en su momento inspiró a varias generaciones. Y ahora son tan espléndidas que resultan el sueño dorado para cualquier mujer de su edad. No es que sean así para Vogue sino en la vida real”, afirma Sherman. De todo modos, la editora tampoco es el colmo de chica progre, teniendo en cuenta que muchas de cincuenta bebieron de esas páginas cuando eran jovencitas acomplejadas con sus cuerpos rebeldes, incapaces de ceñirse a mandatos por entonces también despóticos.
Yoko y su arte profético
Quienes se acercaron a la Fundación Faurschow de Nueva York para ver una instalación de Yoko Ono sintieron mucho desconcierto al ver el lugar tabicado aunque por detrás, escapaban sonidos grabados de pajaritos. Es que la instalación era parte de la obra Ex It, una serie de árboles de hojas perennes plantados en ataúdes de madera, como forma de apostar por la persistencia de la belleza aún en tiempos oscuros. La instalación es parte de una muestra conjunta con obra de los artistas Miles Greenberg y Louise Bourgeois. Sin embargo, parece que la invención de Yoko decidió hacer su propio aporte a la causa. “Todos los árboles se murieron. Aunque obvio que intentamos mantenerlos vivos por diversos medios”, confesó un empleado de la recepción, según indicó el sitio Artnet News. Sin embargo, desde la Fundación dijeron otra cosa: “De los 100 árboles de la instalación, cuatro fueron descartados porque no se consideraron saludables y seis fueron donados a un artista para que formara parte de un proyecto paisajístico”. El resto, aseguraron, han sido donados al Marcy Green Center, protector del Under The K Bridge Park en Greenpoint, Brooklyn, un espacio verde que hace poco se inauguró bajo el gran puente de cemento. Sin embargo, la institución admitió que “la fecha de la donación se adelantó para garantizar la salud de los árboles”. Estaba previsto que la instalación estuviera abierta hasta el 17 de septiembre.
La columna vertebral del carbón
John Berger escribió sobre estos mineros en un texto épico, que abre su libro Cada vez que decimos adiós. La película Billy Elliot se despliega sobre ese mismo conflicto como telón de fondo. Pero la huelga minera que se extendió por el Reino Unido a mediados de los ochenta, luego de que Margaret Thatcher avanzara con despidos masivos es, como indica el escritor James Graham en The Guardian, un pliegue más en la historia que puede perderse si no es preservado. Graham es guionista de Sherwood, una serie policial de la BBC que desde la ficción, explora esa época que él conoció de niño, de primera mano. Además de situar el modo en que la cultura popular evoca este momento, él se encarga de escribir un artículo esclarecedor sobre Backbone of the Nation. Se trata un flamante libro escrito por el historiador Robert Gildea (catedrático en Oxford) que a través de imágenes y testimonios reconstruye esta memoria colectiva, un intrincado engranaje que incluye a trabajadores de las principales cuencas carboníferas inglesas, muchos de ellos entrevistados por primera vez. El libro, apunta Graham, “es un panorama vívido y evocador para aquellos interesados en los últimos estertores de la sociedad industrial o que provienen de las comunidades que se extiende desde las acerías en Port Talbot hasta los muelles de Immingham en el Humber y los astilleros en el Clyde”. El título está tomado del testimonio del ex minero Thomas Watson, de 87 años: “Mi padre decía que los mineros son la columna vertebral de la nación. Sin ellos, el país simplemente no podría funcionar”. Thatcher apostó su gobierno por defender lo contrario en una época donde la discusión también puso en crisis los modelos productivos vigentes. Ni los políticos de ese momento (el Partido Laborista y la Confederación Sindical británica no fueron solidarios con la huelga) ni la policía, aparecen en los testimonios por clara decisión de Gildea, para quien la historia no es “un lienzo en blanco sino una trama manchada de pasiones”. Sin embargo, si bien está claro de qué lado de la mecha el historiador está, tiene la honestidad de reflejar el desacuerdo sobre quiénes eran realmente la “columna vertebral”. La activista Heather Wood de Easington afirma que ese rol fue de las mujeres mineras. “Siempre han sido los que realmente salieron y lo hicieron”, desde el acto de recaudar fondos hasta los piquetes. Y como recuerda Lesley Hogg, incluso vestirse de Papá Noél mientras sus maridos seguían dando la disputa en plena Navidad.