El sistema nacional de Ciencia y Tecnología de nuestro país es un orgullo nacional y un baluarte en la lucha por la soberanía política y económica: satélites en órbita, vacunas, desarrollo de lanzadores satelitales, investigación sobre enfermedades raras y no raras como el cáncer, creación de un trigo resistente a la sequía único en el mundo… En fin, un sinnúmero de proezas que exceden esta pequeña lista y ponen a nuestro país a la vanguardia de América Latina. Los científicos que lo integran son un ejemplo de compromiso y amor por la patria. Miles de ellos volvieron cuando CFK creó el Ministerio de Ciencia y Tecnología, puso en marcha el Programa Raíces y multiplicó por cuatro el presupuesto del área, en dólares. Cientos de ellos, pudiendo irse a cualquier lugar del mundo donde son buscados y respetados, se quedan trabajando aquí. Luchan y se movilizan con una conciencia admirable, a pesar de ser denostados y atacados permanentemente por una derecha cavernaria e inverosímil.
Este ataque de Milei no es el primero que recibe el complejo científico: ya Cavallo los había mandado a lavar los platos y Macri los desfinanció sin pudor. Pero la dictadura instalada en 1976 directamente los persiguió y asesinó. El INTA fue uno de los destinatarios de su saña represiva: diez científicos asesinados, diez desaparecidos y 800 trabajadores despedidos. Este prestigioso instituto es clave en la lucha por nuestra soberanía y seguridad alimentaria. Por eso es asediado permanentemente por las compañías transnacionales, tanto para cooptarlo como para infiltrarlo, con el objetivo de utilizarlo en su beneficio.
En su tesis doctoral "Ciencia, tecnología y dictadura Producción de conocimiento e intervención militar en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (1973 - 1983)", la investigadora Cecilia Gárgano rescata una historia increíble, que me había llegado de mano de José Catalano, ex vicepresidente del INTA. Es el caso de Sigfrido Kraft un investigador del INTA y sus gallinas fusiladas. Este hijo de pequeños productores chaqueños, en 1959 recibe una beca para estudiar nutrición animal en los EEUU. Terminada la beca vuelve al país con la intención de mejorar la calidad de vida de los agricultores chacareros (aún no eran sojeros). Por ese tiempo todos vivían en las chacras, y el pollo y el huevo se producían en el “patio chacarero”, pulmón de la economía familiar: proveía al consumo de cercanía y lo que sobraba era vendido al “gallinero”, comprador ambulante que luego lo enviaba a los mercados concentradores. Sé muy bien de lo que hablo: mi abuelo materno era gallinero.
Sigfrido empieza a investigar una línea de alimentos para aves con materia prima no tradicional producida en la zona, como eran la semilla de algodón y el sorgo anti-pájaro. A la vez, empieza a seleccionar aves para mejorar la linea genética. El centro de esta investigación estaba radicado en INTA-Pergamino. Después de 10 años de trabajo, el éxito de Sigfrido fue rotundo: consiguió una linea de gallinas resistentes a las zonas semiáridas y un alimento muy barato apra ellas. Soberanía y seguridad alimentaria a pleno! Pero no todos piensan como Sigfrido: “Sos un mal ejemplo porque si vos lo haces los otros lo van hacer tambien” le dijeron los importadores, según le contó a la doctora Gárgano. Este experimento amenazaba los negocios de las grandes compañías transnacionales de genética animal, alimentos balanceados y laboratorios veterinarios, que se estaban instalando en el país. Para Cargill o Purina (Nestlé) que la gente pueda comer bien y barato, sin depender de ellos, es un problema.
¿Cómo terminó la experiencia? En 1976, a los dos días del golpe, la Armada mandó un pelotón a fusilar las gallinas… ¡¡Sí, a fusilarlas!! Entraron al galpón donde estaban los 1.200 ejemplares seleccionados y a tiros los mataron. A las pocas que sobrevivieron, las hicieron puchero; y a Sigfrido Kraft lo cesantearon. Años de estudio, trabajo e inversión pública, de búsqueda y selección de ejemplares fueron a parar a la “olla”. Así es como los cipayos tratan a la ciencia, cuando se orienta a mejorar la calidad de vida del pueblo: tiros, asesinatos y represión, todo para no dejar de ser colonia.
Parecido pasa con nuestras semillas: importamos el 85% de las semillas para huerta y alrededor del 50% de las de pasturas para nuestra ganadería, depende el año. Hace sólo 90 días se reglamentó la Ley 27.188 de Agricultura Familiar. Esta habilitó la creación de Centros de Producción de Semillas Nativas y Criollas (CEPROSENA), en cinco regiones del país. Complementariamente, se creó el programa SEMILLAR en la Subsecretaría de Agricultura Familiar, para garantizar el libre acceso y la reproducción de estas semillas autóctonas. (Una labor como la de Sigfrido Kraft, aunque con un retraso de varias décadas). Es urgente rescatar la diversidad biológica para romper la dependencia, mejorar la alimentación, ahorrar divisas y generar trabajo genuino. Pero este programa tiene tanta demora y trabas, que parecería más fácil lanzar un satélite que producir semillas nacionales.
Milei no es una novedad en la sociedad argentina y su ataque a la ciencia, tampoco. Es Macri en la misma dirección, pero más rápido. Llevan aquí un par de siglos. Es Rivadavia contra San Martin, el golpe de 1930, la Revolución Fusiladora, la dictadura de 1976, Menem, Cavallo, De la Rúa. Son los que fusilan seres humanos o gallinas, para servir a los mismos intereses. Parece mentira que no los hayamos visto venir. Fue CFK la única que los desenmascaró, les puso freno y los desplazó, dándole a la ciencia el valor estratégico que tiene. Por cosas como esa, es que la persiguen, la proscriben y la quisieron asesinar.
La soberanía no debe ser solo un slogan: es un concepto que contiene un hondo sentido emocional, político y económico. Los sirvientes de la dependencia lo saben mejor que nadie, por eso la atacan. Ahora solo falta que el pueblo tome nota. Porque para enfrentar estos intereses hace falta mucha fuerza, no solo razón. Razón sin fuerza es como un tractor sin motor; está pero no te lleva a ningún lado.