MATO SECO EM CHAMAS - 8 puntos
Brasil/Portugal, 2022
Dirección y guion: Adirley Queirós y Joana Pimenta.
Duración: 153 minutos.
Intérpretes: Débora Alencar, Léa Alves da Silva, Gleide Firmino, Joana Darc Furtado, Andreia Vieira.
Estreno exclusivamente en CineArte Cacodelphia (Diagonal Norte 1150).
No resulta extraño, viniendo de quien viene: el brasileño Adirley Queirós es uno de los cineastas latinoamericanos más originales a nivel formal y más transparentes en términos políticos. Por ello, no sorprende que su última película –codirigida junto a la debutante Joana Pimenta, artista visual y realizadora portuguesa– explote en la pantalla como una bomba molotov con capacidades energéticas y reverberaciones que no conviene mensurar con los instrumentos cinematográficos usuales.
Como en sus films previos –en particular El blanco sale, el negro entra y Era uma Vez Brasília– el registro documental y la ficción se abrazan desde el primero hasta el último de los planos, y es imposible, absurdo intentar distinguirlos. Menos aún, escindirlos. Sin embargo, no hay nada en Mato Seco em Chamas, a pesar de los diversos combustibles de origen, que no remita a Ceilândia, la urbe satélite de Brasilia en la cual Queirós se crio y vivió toda la vida. Más precisamente a Sol Nascente, una de las zonas periféricas más postergadas de la ciudad, barriada que remite de forma especular a la Fontaínhas de Pedro Costa.
La referencia al gran cineasta portugués no es casual, ya que en Mato Seco… varias secuencias en las cuales el diálogo íntimo entre las hermanastras Chitara y Léa desnudan recuerdos, miedos y deseos, remiten en términos estéticos, sin paradas intermedias, a la trilogía dedicada a la “favela” lisboeta. Pero Queirós y Pimenta no imitan, más bien regurgitan formas y tonos para construir algo nuevo, en un relato que integra la visión distópica de un futuro cercano –que bien podría ser el presente– con la mirada estricta del documental puro y duro; los géneros cinematográficos con el registro social; la mirada etnográfica con la sátira política.
La primera secuencia presenta espacios y personajes: un grupo de mujeres de más de treinta años, muchas de ellas exprostitutas, otras expresidiarias, intercambian bidones de nafta por dinero con una pandilla de motoqueros, antes de recorrer las rutas en sus motocicletas de alta cilindrada. Chitara, Léa, Andreia y Joana se dedican a la explotación petrolera a pequeña escala en el patio de su vivienda/refinería/bunker, resistiendo la constante presencia policial y de otras bandas.
Que la vida en el lugar se parece bastante al Lejano Oeste lo deja en claro la canción que cierra la película, un clásico del hip hop brasileño de los años 90. Tierra de nadie, tierra arrasada, las chicas, resistentes de varias batallas, conviven y se mueven en el terreno como auténticas guerreras. En paralelo, la visita a una iglesia o la presencia de una cantante itinerante durante una fiesta nocturna permite que los realizadores registren la vida lejos del espeso líquido oscuro que brota del interior de la tierra. En otro momento, el montaje abre con un hachazo la cronología de la narración para introducir una marcha de bolsonaristas antes de las elecciones que llevaron al poder al candidato del Partido Liberal en 2019. “Nuestra bandera jamás será roja”, se escucha en la movilización. En la “ficción” de Mato Seco en Chamas, el imaginario Partido del Pueblo Prisionero, en el cual militan las protagonistas, se propone cambiar las reglas del juego político mientras en las calles se moviliza un auténtico pelotón parapolicial encerrado en un vehículo fuertemente blindado.
Va de suyo que las actrices que interpretan los papeles centrales no son profesionales, pero en uno de los mejores momentos del film la cuarta pared es destrozada a golpes: una de las protagonistas reflexiona en cámara sobre un hecho de la realidad y recuerda un llamado a Queirós para alertarlo sobre la imposibilidad de seguir adelante con el plan de rodaje tal y como estaba previsto. Más tarde, cuando las llamas envuelven los restos esqueléticos del blindado merodeador –incendio literal que hace las veces de potente símbolo– este híbrido de documental, relato futurista lo-fi con guiños a la saga Mad Max y agitprop rebelde y matriarcal celebra la idea de resistencia como una posibilidad cierta, dentro y fuera de la pantalla.