Por ahí andan diciendo que la generación del ‘70 somos, de algún modo, hijos de la Revolución Cubana. Y así es.
Toda nuestra vida estuvo influenciada por ella. Yo era una niña cuando el ejército de barbudos entró aquel 1º de enero en La Habana, y sin embargo recuerdo claramente el alboroto que esos acontecimientos levantaron en el barrio y en la familia.
Mi padre había estado en la isla en tiempos del dictador Batista y nos había relatado la decadencia social y las miserias que pasaba el pueblo cubano. Después vinieron los tiempos revolucionarios, los torneos de ajedrez y su amistad con el Che.
Faltaban aún tres décadas para que yo tuviese oportunidad de estrechar la mano del Comandante. Hubo una primera vez en una recepción en la Embajada de México y una segunda vez ensayando en La Habana con artistas cubanos. Entonces Fidel me manifestó que, enterado del suceso que en Argentina había tenido el espectáculo Bola de Nieve, le gustaría que lo estrenara en Cuba. Le prometí que en un futuro lo haríamos. Fue sumamente cálido.
Las veces que lo vi, para que me recordara, debía nombrarle a mi papá, entonces se ponía efusivo y se interesaba por la salud y proyectos de mi viejo. Y luego, con una sonrisa nostálgica, agregaba “¡Cómo lo quería el Che al maestro Rossetto!”.
En el ‘97 me envió un ramo de flores con su tarjeta personal… y con su querido recuerdo siempre reaparecen las mismas preguntas: ¿Cuba sin Fidel hubiese sido Haití? ¿Qué se hubiese logrado sin el criminal bloqueo de la potencia más grande del mundo? ¿Sin Fidel hubiera sido Cuba el único país en América Latina con absoluta alfabetización? ¿Hubiera tenido ese pequeño país los avances científicos que desarrolló? ¿Sin ese espíritu solidario, la Patria Grande se hubiera beneficiado con contingentes de médicos que devolvieron la visión a cientos de miles de personas?
¿Sin esa enorme figura hubiéramos soñado que otro mundo era posible?
*Cantante y actriz