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Según Martín Adán, el mundo está demasiado feo y no hay manera de embellecerlo.
Según Adorno, las mujeres de singular belleza están condenadas a la infelicidad; se supone que los hombres también, aunque no fueron incluidos en esa sentencia.
Según Agamben, los escritores se distinguen por su inscripción en una de estas dos grandes clases: la parodia y la ficción. Pero también son posibles soluciones intermedias: parodiar la ficción o ficcionalizar la parodia.
Según Aira, cambiar de tema es una de las artes más difíciles de dominar y la clave de todas las demás. Para que haya arte, debe haber un desvío, una perversión, si se quiere, del interés; y el modo más económico de lograr ese desvío sería casarlo abruptamente con otro interés. Inocua como parece, la operación es radicalmente subversiva porque el interés se define por su aislamiento obsesional, por ser único y no admitir competencia.
Según Ana Ajmátova, qué nos importa al fin y al cabo que todo se convierta en ceniza.
Según Akutagawa, el biombo del infierno fue una consumada obra de arte, en cuyo centro la figura de la agonizante dama de la corte en el carruaje de bueyes devorado por las llamas sería la representación más espantosa de las mil y una torturas del llameante infierno.
Según Al Alvarez, cuando un/a artista pone un espejo frente a la naturaleza, descubre quién es y qué es, pero a veces el conocimiento lo cambia tan irremisiblemente que tal vez se convierta en esa imagen. Y esto Sylvia Plath quizá lo percibía: cuanto más escribía sobre la muerte, a fuerza de manejar el tema en su obra bien pudo encontrarse viviéndolo. Al final habrá querido acabar con el tema para siempre.
Según Mário de Andrade, fue en lo profundo de la selva virgen donde nació Macunaíma, héroe de nuestra gente. Era negro retinto, hijo del miedo de la noche... Este inicio de novela me parece uno de los más cautivantes que he leído. Vi primero la película, premiada en el Festival de Cine de Mar del Plata en 1970; recién en 2022 tuve en mis manos el libro en traducción al castellano. Su autor declaró que lo escribió acostado en una hamaca paraguaya, entre mangos, ananás, cigarros y cigarras; justamente las primeras palabras de su personaje fueron: “Qué pereza”.
Según Oswald de Andrade, hay una sabia pereza solar, una energía silenciosa y cierta hospitalidad allí donde reine la floresta, la danza, la oración, la cocina, el mineral y la vegetación sobre bárbaros, pintorescos y crédulos.
Según Apollinaire, un culo debe oler como un culo y no como esencia de colonia.
Según Reynaldo Arenas, cuando se vive en el campo se está en contacto directo con la naturaleza y, por lo tanto, con el mundo erótico: uno ve que las gallinas se pasan el día entero cubiertas por el gallo y las yeguas por el caballo, las moscas fornican sobre la mesa en la que se come, las perras al ser ensartadas arman una algarabía capaz de excitar a las monjas más pías, las gatas en celo aúllan por las noches con tal vehemencia que despiertan los deseos más recónditos. Además, en el campo son pocos los hombres que no han tenido relaciones con otros hombres, pasando por encima de todos los prejuicios machistas que los padres se encargan de inculcar a los niños. Un ejemplo de esto habría sido Rigoberto, hombre casado y muy serio y el mayor de los tíos de Reynaldo, quien a los ocho años iba al pueblo a caballo sentado con su tío en la misma montura; inmediatamente que montaban, el
enorme sexo de Rigoberto empezaba a crecer. Reynaldo se acomodaba de la mejor manera, ponía sus nalgas encima de ese sexo y, al trote del caballo durante un viaje que duraba más de una hora, iba saltando y viajando como si fuese transportado por dos animales a la vez. Finalmente, Rigoberto eyaculaba.
Según Roberto Arlt, la angustia es algo que puede arraigarse en los huesos como la sífilis. Por caso, su personaje Erdosain contó que una vez que estaba en una estación de campo, esperando un tren que se demoraba, vino a sentarse a su lado una niña de unos nueve años, con delantal blanco, y él, sin poderse contener, desvió la conversación hacia un tema obsceno, con prudencia, sondeando el
terreno. Desde la garita de los guardagujas dos cambistas lo miraban con atención. Erdosain contó que allí le reveló a la niña el “misterio sexual”.
Según Armand, las personas que han experimentado mucho en el dominio de la sensualidad sexual están más calificadas para iniciar a las más jóvenes porque, generalmente, proceden con una delicadeza y una suavidad que ignora la fogosidad de la adolescencia. Doy fe: mi iniciación sexual fue con una mujer que tenía doce años más que yo. Dicho sea de paso, Émile Armand fue el seudónimo de Ernest
Lucien-Juin, un teórico del individualismo anárquico y un militante del amor libre. Vivió entre 1872 y 1963, y publicó en París entre las décadas de 1900 y 1930 sus textos más conocidos sobre la revolución sexual, la camaradería amorosa y el amor plural. Un adelantado para su época (o tal vez pasa que nuestra época está cada vez más atrasada).
Según Artaud, un encantamiento es una maniobra no psíquica sino física, que alerta y a veces pone en marcha a poblaciones enteras, con hileras numéricas de mujeres y de hombres confundidos, frente a las cuales las multitudes de las procesiones de Lourdes no son más que hormigueros en pequeña escala.
Según John Ashbery, algún desvío de la norma ocurrirá a medida que el tiempo se hace más abierto.
Según W.H. Auden,
el secreto al fin se revelará
como siempre ocurre al terminar
la rica historia madura ya estará
para ser contada a la más íntima amistad.
Este es el primer capítulo de Según: Una autobibliografía (Caja Negra), de Osvaldo Baigorria. Se trata de un experimento en el que el autor no sólo nos permite acceder a sus lecturas, sino que son ellas las que le permiten a él acceder a la escritura. Una vida entre libros que hablan por él: destacados, subrayados, que forman una huella de tiempo y una especie de relato polifónico. Un juego y escritura coral que es un ejercicio intelectual, ordenado alfabéticamente pero con total libertad sobre el origen de las citas elegidas.