En Pulsiones y destinos de la pulsión, Freud sitúa que el movimiento pulsional, empujado por su fuerza constante, busca en su recorrido en torno al objeto su único fin, que es la satisfacción.

Para ello, incluso el mismo sujeto puede ser destino, en tanto objeto, de ese movimiento pulsional, describiendo de este modo ese retorno contra sí mismo.

La satisfacción pulsional, que se distingue de la realización del deseo, puede incluso generar dolor, pesar, padecimiento.

Me preguntaba, a la luz de los resultados de las elecciones PASO, cuánto de pura descarga pulsional se ha puesto en juego en el voto hacia dos espacios, el liderado por Patricia Bulrrich y por el inefable Milei.

Porque sin tapujos, ambos han manifestado en sus propuestas que irán en contra de muchos de los derechos que han costado años de lucha y muchas vidas conseguir: el derecho al acceso a la educación pública y gratuita, el derecho a la salud, el derecho a contraer matrimonio igualitario, el derecho al aborto, los derechos laborales ( jubilación, indemnización por despido, vacaciones, aguinaldo), etc.

Cuesta pensar que quienes pusieron su voto apoyando a estos candidatos acuerden con tales propuestas.

Y sin embargo, lo han hecho y posiblemente lo ratifiquen en la próxima instancia electoral.

Cierto es que una significativa parte de la población ve insatisfechas sus demandas; que la pobreza no ha podido ser revertida, que el empleo no abunda, y que la inseguridad, efecto en parte de la falta de oportunidades, se erige como una de las mayores preocupaciones que atraviesa tangencialmente a todas las clases sociales.

Sin embargo, no existe indicador alguno que señale que ninguno de los mencionados candidatos vayan a solucionar estos problemas. Por el contrario, desde sus propios discursos emana la perspectiva de agudización de los mismos.

¿Qué lleva a un sujeto a elegir que gobierne el destino de un país alguien que abiertamente le dice que le va a hacer daño?

No creo que alcance con la noción de “voto castigo” , o tal vez sí, pero un castigo que, queriendo aplicarse sobre el otro a quien se considera el responsable de los males que aquejan al sujeto, retorna sobre sí mismo.

Como un boomerang, la pulsión de muerte, contornea el objeto al que se dirige, para regresar, virulenta, al punto de partida.

El daño sólo lo padece el sujeto, tomado como objeto por la pulsión.

Sólo así es posible descifrar ese acto, en el que se le provee de herramientas al que va a causar un mal.

Al mejor estilo masoquista, es éste el que conduce el timón, haciendo actuar al sádico que le va a producir dolor, es decir, satisfacción pulsional.

Son tiempos en los que el deseo y sus realizaciones se ve obturado por la necesidad; en los que las pasiones dominan el escenario, frente a la convicción de que ningún anhelo es factible de ser cumplido, y si esto es así, pues dañemos a quien creemos responsable de tales frustraciones.

Este escenario complejo nos pone frente a la inevitable consecuencia de ofrecernos, mansamente, a nuestra propia aniquilación.

Es momento de recuperar la capacidad deseante, una de las formas más eficaces para acotar el goce, y sostener la apuesta más allá del desaliento, de las dificultades y de los enojos. El Otro está castrado, y siempre es mejor ese encuentro, que confrontarse con quienes se presentan por fuera de todo límite. 

Andrea Homene es psicoanalista.