Hubo un tiempo (que fue hermoso, como todo tiempo pasado) en el cual las series de televisión definían en gran medida su formato gracias a una cualidad transparente: cada episodio, más allá de los detalles dramáticos ligados al devenir de los protagonistas, se contenía a sí mismo. No se trataba exactamente de unitarios, al menos si se sigue su definición más rigurosa, pero el desarrollo narrativo y dramático de cada entrega –semanal, quincenal o, en algunos casos, mensual– ofrecía un prólogo, nudo y desenlace definitivos. De esa manera, las señales de televisión podían repetir tal o cual serie sin prestarle demasiada atención al orden en el cual habían sido emitidas originalmente, y el espectador solía disfrutar del desorden entregándose al relato específico sin preocuparse por continuidades y rupturas. En aquella era, la miniserie se desmarcaba precisamente de la serie por su carácter de narración cronológicamente férrea: cada episodio debía ser visto en el orden correspondiente, como un extenso largometraje dividido en X cantidad de partes (la miniserie es deudora de los viejos seriales del período mudo y primeras dos décadas del sonoro). El comienzo de la así llamada “era dorada de las series” –esta que seguimos atravesando sin final a la vista, afirmada en las raíces de las plataformas de streaming– vino a romper con los viejos esquemas, y las series, con sus infinitas temporadas y decenas de capítulos, adoptaron con fuerza el viejo esquema de las miniseries, que ahora, en español, suelen llamarse “series limitadas”, adoptando el rótulo que siempre se utilizó en idioma inglés.
Esta extensa introducción, que el lector sabrá disculpar, viene a cuento de la llegada a la señal de cable Universal+ de Poker Face, la última creación de Rian Johnson, que vuelve a los viejos trucos de las series tradicionales, con una protagonista que resurge en cada capítulo para vivir una nueva aventura, resolver un caso –por lo general, un asesinato– y seguir su camino hasta el siguiente apartado. Más allá del piloto, que enmarca lo que sigue y ofrece contexto y bagaje para el personaje central –como lo hicieron cientos de series anteriormente, desde El hombre nuclear a El auto fantástico, de Kung Fu a El Zorro–, los nueve que le siguen y los que aparecerán en futuras temporadas, pueden ser disfrutados fuera de orden, sin conflictos de continuidad de gravedad. Protagonizada por Natasha Lyonne, la pelirroja de Muñeca rusa y Orange is the New Black, Poker Face conjura los placeres del clasicismo televisivo como ninguna otra serie lo había hecho en tiempos recientes.
Rian Johnson, cuyos pergaminos previos incluyen el díptico Knives Out y la octava entrega de Star Wars, no inventa ni ambiciona inventar la rueda. Por el contrario, la cubre de varias capas vintage, que incluyen secuencias de títulos que –desde la tipografía, el color y la imitación del fundido in y out– remiten invariablemente a las series de los años 70. Lo retro no quita lo contemporáneo: Poker Face está poblada de teléfonos celulares, cámaras de seguridad digitales y redes sociales. Y todo confluye en Charlie Cale, personaje creado específicamente para la carne, los huesos y la sangre de Natasha Lyonne, cuya actitud desenfadada y eterna carraspera vuelven a formar parte de su inseparable personalidad en pantalla. Así, en el capítulo 1, titulado coherentemente “La mano del hombre muerto”, un poquito más extenso que los que le siguen, Charlie es presentada en sociedad. Una mujer que anda por los treinta y pico y trabaja noche y día en un casino de Las Vegas, como una simple mesera. El paso de los minutos deja en claro que su llegada al lugar tuvo un paso por las mesas de póker, y que entre sus habilidades se destaca una muy especial. Una suerte de sexto sentido que la alerta cuando alguien está mintiendo. “Bullshit”, suele expresar cuando le escupen una mentira en la cara, reacción inconsciente que en más de una ocasión le jugará una mala pasada. Un don impagable en la mesa de juego y también –como se verá en cada capítulo– en la vida real.
El primer eslabón de la serie es tan compacto como los demás, y cuenta con Adrien Brody como el villano de turno: el hijo del dueño del casino, diseñador de un plan para el éxito personal que incluye, desde luego, la inestimable participación de Charlie. Es esa entrega seminal la que habilita el leitmotiv de la fuga que atraviesa toda la temporada. El escape de las garras del mandamás del juego, la aparición en una pequeña ciudad o pueblo en el cual la protagonista se esconde de sus perseguidores y donde nunca permanece más de unos días. A lo sumo, una semana. Y donde siempre, inexorablemente –reglas del guion mediante–ocurre algo extraño, un crimen, cerca suyo. Y, por lo tanto, enciende la aventura. Como en B.J., pero sin camión ni mono de compañía (hay un perrito, eso sí, aunque su presencia es marginal). En la repetición de ese esquema radica la gracia de Poker Face. También en el evidente hecho de que la “cara de póker” no es precisamente una de las virtudes de la metiche Charlie.
Según recuerda Johnson en una entrevista reciente con el sitio especializado Collider, en el comienzo del proyecto “no había virtualmente nada. Lo único que tenía era el concepto de ‘el caso de la semana’, siempre protagonizado por Natasha Lyonne. Nos sentamos con ella a cenar, comimos un bife con papas fritas, tiramos fruta ida y vuelta y llegamos a una idea diferente. De allí me fui a escribir. Ella ha sido una socia creativa durante todo el proceso, desde el principio. Esta es una casa que construimos juntos. Incluso cuando las historias ya estuvieron escritas, la colaboración continuó hasta llegar al resultado final. La clave era intentar comprender cómo iba a ser el juego de Charlie, qué haría a su personaje algo único y especial,”. Respecto de la forma que Poker Face adquirió finalmente, el guionista y realizador (dirigió tres de los diez episodios de la serie) recuerda lo que ahora resulta más que obvio: el show estuvo construido a la medida de la actriz. “Todo me recuerda a las series que veía cuando era chico. Como Columbo. Pero recuerdo que no solía mirar Columbo por los misterios, por los casos. Todos veíamos esa serie para pasar el rato con Peter Falk, realmente. La noción central de Poker Face era construir un personaje con el que quieras volver a encontrarte semana tras semana, pasar el rato con ella y verla triunfar. Nos dimos cuenta de algo rápidamente, y eso fue una revelación para Natasha: su personaje realmente quiere a la gente. Charlie se interesa en la gente, la gente le cae bien, y al mismo tiempo tiene esa cualidad dura que Natasha le brinda de forma natural. Al poner esas dos cosas juntas me enamoré del personaje, caí en la cuenta de que realmente teníamos algo interesante en las manos”.
Charlie se da a la fuga, y en el segundo capítulo se mete en una situación complicada justo en el cruce rutero por excelencia: dos locales comerciales a la vera del camino, una parada de comida rápida y una tienda de productos varios. Allí se produce un triángulo semi amoroso que se torna sangriento cuando un billete de lotería grita bingo. Como en casi todos los relatos de Poker Face, el espectador es introducido en la historia merced a los personajes secundarios y, a partir de cierto momento, el guion regresa al pasado reciente para advertir que Charlie ya estaba allí, conociendo a los actores del drama sin advertir lo que estaba a punto de ocurrir. No se trata, como en ambas Knives Out, de un whodunit, el clásico relato detectivesco a lo Agatha Christie en el cual el detective –profesional o improvisado– debe descubrir al responsable del crimen. Por el contrario, el espectador posee de antemano mucha más información que la protagonista, quien deberá en cada situación descubrir y desenmascarar al asesino, utilizando un poco de su sexto sentido (que siempre es una intuición, nunca una certeza) y, en gran medida, su agudeza para dejar al descubierto el plan. En algún que otro episodio, incluso, es la causalidad externa la que termina desnudando al criminal, luego de que Charlie ha salido de nuevo a los caminos, montada en su desvencijado automóvil. Desde luego, a diferencia de La reportera del crimen, otro clásico televisivo protagonizado por Angela Lansbury, Charlie no puede reportear absolutamente nada, so pena de que el heavy que la persigue consiga dar con su paradero y acabe con su vida.
“Guest-starring”. O bien “Guest Appearance”. Las placas que anuncian, desde los títulos de arranque, que el capítulo que está a punto de comenzar incluye la participación de una figura que no forma parte del reparto habitual. Un actor o actriz generalmente reconocidos por el gran público, muchas veces una estrella por derecho adquirido, suerte de bola extra actoral que anticipa algún roce con el o la protagonista, ya sea como enemigo o aliado. Para Poker Face, Rian Johnson se nutrió de un equipo de guest stars que, en ciertos casos, ya habían compartido pantalla junto a Natasha Lyonne. Por ejemplo Chloë Sevigny, que en la segunda temporada de Muñeca rusa supo encarnar a la madre del personaje interpretado por Lyonne, y que aquí adquiere los ropajes de una cantante. La líder de una banda metalera que tuvo en el pasado un único hit, maldición que la persigue tanto a ella como a sus compañeros como si se tratara de un demonio musical invencible. O la dominicana Dascha Yolaine Polanco, que compartió celda en Orange is the New Black. Pero la lista no se acaba ahí, y a lo largo de los diez capítulos pasan revista el mencionado Adrien Brody, Nick Nolte, Ellen Barkin, Tim Blake Nelson, Ron Pearlman y Benjamin Bratt, entre otros. “El placer de hacer eso es similar al de Knives Out y su secuela”, afirmó el creador de la serie en la entrevista mencionada. “La gran cantidad de actores con los que uno llega a trabajar a lo largo de una temporada. Hay tanta gente que me gustaría incluir. Me encantaría poder convencer a mi amiga Jamie Lee Curtis de participar en un episodio futuro. El primer trabajo de Jamie fue en un capítulo de Columbo, por lo que eso terminaría por completar el círculo. Lo cierto es que las posibilidades que ofrece el reparto, la idea de tanta gente que a uno le encanta, de ver cómo se emparejan con Natasha, se siente como un paisaje interminable”.
Johnson afirmó en varias ocasiones que el germen de Poker Face no fue otro que el maratoneo de Columbo –serie integrada por auténticos telefilms, de entre 75 y 90 minutos– durante la cuarentena estricta. En ese sentido, ya confirmada la temporada dos de su nueva creación, espera que “si seguimos en el futuro con el proyecto, mi deseo es acumular la suficiente cantidad de capítulos como para que exista una verdadera colección. Y que, de la misma manera que hice binge watching de esas viejas series durante la pandemia, alguien pueda abrir la colección de Poker Face y clickear en sus capítulos favoritos. Esa es mi esperanza”.