Vivimos una revolución mundial sin precedentes, en la que las sobrevivientes de la violencia sexual hacen oír sus voces y sus denuncias en el espacio público, exigen justicia y reparación, enfrentan los poderes hegemónicos patriarcales y los discursos antifeministas que las acusa de fabuladoras: quieren enlodar de escepticismo esa fuerza crítica que no está dispuesta a ser clausurada por la connivencia machista de los patrones culturales. Las palabras, borbotones casi robados a su autora, la filósofa feminista panameña Linda Martín Alcoff, son parte esencial de la sustancia que esta teórica, activista y sobreviviente plantea en su libro “Violación y resistencia. Cómo comprender las complejidades de la violación sexual” (Prometeo Editorial), “para no permitir que se desdibuje la complejidad de las violaciones sexuales. Sucesos como ése al que me vi sometida, son parte de una constelación de conductas normativas que frustran la capacidad de las mujeres y las jóvenes de desarrollar formas de autoestima lo bastante fuertes como para resistir las reglas aceptadas del juego”.
Presencia destacada en el XIX Congreso de la Asociación Internacional de Mujeres Filósofas “Feminismos hoy”, organizado por el Departamento de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA), Martin Alcoff dio un seminario de doctorado con las filósofas Noelia Billi y Florencia Rimoldi, y participó del panel plenario “La interseccionalidad en perspectiva”, junto a Mabel Campagnoli, donde señaló la urgencia de que los activismos desarrollen un análisis de la índole interseccional de la dominación y de su impacto en las violaciones sexuales. “La resistencia antiviolación podrá identificar y atacar con mayor efectividad las estrategias de recuperación, pensando en algo superador al mero defenderse”, advertirá durante la entrevista.
¿Por qué subraya que debemos hablar de violación sexual para referirnos a ese tipo de violencia?
-Si sólo decimos violencia sexual se pierde la especificidad de lo que es la violación sexual. Necesitamos un concepto más amplio para entender toda la cantidad de maneras que las mujeres y diversidades somos violentadas. La violencia sexual, en el sentido que lo pienso, no es solo la violencia sexual física de ser violentada y forzada a tener relaciones sexuales, sino también el hecho de cómo te subjetivás sexualmente, porque de alguna manera te están forzando a tener una sexualidad muy determinada. Aquellas personas vulnerables a estas situaciones, están siendo limitadas en la capacidad de generar algún tipo de sexualidad más amplia, más experimental, de pensar también quiénes son a través de su sexualidad.
¿Cómo fue el proceso de desarmar y resignificar desde la filosofía su condición de sobreviviente de violación?
-Todas estas elaboraciones teóricas que realicé son una forma de poder entender qué fue lo que me pasó a los 16 años y de poder darle algún sentido. Son el tipo de preguntas que se hace cualquier persona que es sobreviviente de una violación sexual. En mi experiencia, una característica de las sobrevivientes no es saber tanto quién lo hizo, sino detener al violador para que no viole a otras personas. Y, al mismo tiempo, precisamente para prevenir que no les pase a otras personas se trata de comprender cuáles son las condiciones de posibilidad que generó ese hecho.
Y en su caso, además, hablando como sobreviviente.
-La razón por la cual en mi libro hablo desde la posición del sobreviviente es porque, sobre todo en el ámbito de la filosofía, se cree que si alguien es sobreviviente toma posiciones demasiado emocionales o poco racionales, y por lo tanto no puedo elaborar filosófica y conceptualmente. Entonces también tomo el lugar de enunciación del sobreviviente para demostrar que esto no solo es posible, sino hasta cierto punto necesario, y no implica que sea incompatible con el pensamiento y la teorización. Aunque, obviamente, cada tanto sigo teniendo pesadillas.
¿Desde ese lugar de enunciación logró responder su pregunta sobre cómo maximizar la potencia que la visibilidad de los abusos sexuales le presenta a un cambio social?
-Sí, con el movimiento Ni Una Menos, sobre el que doy clases en la facultad. Es muy inspirador para la academia, para el feminismo estadounidense y en todo el mundo, por esa muestra de asertividad colectiva liderada por mujeres, tan audaz y tan simbólica de lo que precisamos. No necesitamos protección masculina ni sentir vergüenza por lo sucedido. Y NUM transformó la vergüenza en rabia y resistencia colectiva en la esfera pública, de una manera que no puede ser ignorada y que genera una amplia discusión. Esto reduce el poder de los tribunales y de los medios de comunicación para controlar cómo se entiende e interpreta lo que expresan las mujeres, quién puede hablar y qué se les permite decir, porque tanto los juzgados como los medios y los protocolos de las instituciones, muchas veces limitan nuestro discurso y tratan de controlar la narrativa para que sea lo menos conflictiva o expansiva en el alcance de las demandas.
¿Qué implica pensar más allá de los tribunales?
-En los Estados Unidos, los tribunales se centran únicamente en los perpetradores individuales. Ese enfoque drena nuestro dinero, nuestros recursos, tiempo y esfuerzo, con escaso resultado en el cambio cultural. ¡Nosotras queremos más que esto! Castigar a los violadores en forma individual tendrá poco efecto si la cultura no cambia para ver a las mujeres y diversidades de manera diferente, y también al sexo de manera diferente.
¿Con acciones de recuperación colectiva?
-Eso ya está sucediendo. Colectivos de mujeres crean grupos de apoyo que no recurren a la psiquiatría ni a redes institucionales, sino que son redes de víctimas de violaciones sexuales que se juntan y se apoyan. Viene de una conciencia de los años sesenta y de un cambio importante durante esa época, que fue reconocer que la búsqueda de ayudas terapéuticas individualiza el problema y la solución. Estos colectivos de apoyo son una respuesta alternativa a la solución que ofrece la medicalización. No estoy en contra de la terapia, pero es cara, y además muchos terapeutas no entienden cómo funcionan estas cuestiones.
Ni Una Menos propone construcciones colectivas de autodefensa y resistencia, y contra la individualización que significa aislamiento y romper la posibilidad de un tejido social.
-Algunos movimientos de Estados Unidos hacen caminatas a la noche, en espacios públicos peligrosos para las mujeres, como una práctica de recuperar ese momento prohibitivo, y las que fueron abusadas sexualmente acuerdan ponerse bandas en los brazos, como una forma de reconocer que esto es una epidemia. Pero para mí, a diferencia de lo que pasa en los Estados Unidos, es inspirador lo que está sucediendo en la Argentina porque es mucho más asertivo que defensivo. NUM es un movimiento que está metido directamente en la esfera pública, no sale desde la individualidad del espacio privado hacia el espacio público.
¿Qué estrategias de intervención propone frente a las violaciones?
-Todo nuestro activismo no necesita ser global. Hay ejemplos de intervenciones locales, yo digo del mundo real, que no aplican el Estado ni los tribunales, y sin embargo pueden cambiar vidas y marcan la diferencia. En algunos casos son efectivas las denuncias anónimas, o la comunicación en las redes sociales a través de la creación de blogs disponibles solo para ciertas comunidades, como algunas comunidades religiosas, o los esfuerzos de resolución de conflictos en los barrios, o la creación de alianzas entre grupos feministas y grupos de inmigrantes marginadxs. Cuando estos esfuerzos se comparten, inspiran el activismo en otros espacios locales.
¿Habla de un tejido transversal?
-Es un tipo de influencia horizontal. En la Argentina también hay una idea importante de conectar luchas que a simple vista no se ven conectadas, como la deuda, el capital financiero, el fascismo y la violencia sexual. Creo que las Madres de Plaza de Mayo hicieron esas conexiones al igual que NUM, y hoy lo articulan las ministras feministas del actual gobierno. Es extremadamente importante para que podamos obtener una mayor comprensión de las causas de la violencia sexual más allá de los perpetradores individuales, no para permitirles eludir la responsabilidad sino para expandir la responsabilidad a otras fuerzas y estructuras. Y esta transversalización hará que la violencia sexual sea parte del discurso sobre la economía, la salud, la educación y sobre cualquier otra esfera social, no sólo del ámbito judicial.
Usted pone en duda la escucha que se les brinda a las víctimas de violación.
-Se escucha a cierto tipo de víctima, actrices famosas a veces, pero solo si su narración se ajusta a cierta categoría preformada. Si inicialmente acordó tener relaciones sexuales con su perpetrador y luego se volvió coercitivo, no es creíble. Si se considera que la mujer se beneficia con esa “transacción”, la violación ya no es creíble. Si no es blanca, a menudo tampoco es creíble. Y esa escucha ni siquiera cubre los casos de mujeres de clase trabajadora coaccionadas por sus jefes, que es el caso más común de violación, al menos en los Estados Unidos. El público está preparado para creer solo ciertos tipos de hechos, y eso no coincide con otras realidades: la violación ocurre en el matrimonio, con los padres biológicos, con los jefes. A las mujeres pobres no se les cree, porque podrían obtener una ventaja al tener relaciones sexuales; a las que no son blancas no se les cree porque su sexualidad se considera licenciosa. Y se supone que cualquier persona que acusa a un varón rico y poderoso está tratando de obtener dinero. Cuando las víctimas presentan un reclamo ante los tribunales, sus abogados les aconsejan cuidadosamente qué decir y qué no. Les dicen cómo describir lo que llevaban puesto cuando fueron violadas y cómo se desarrolló el ataque, para ajustar su narrativa a lo que un jurado o un juez consideren creíble. Es decir que no escuchan la narrativa real de las víctimas, sino la que sus abogados suponen que será creíble.
Eso implica un proceso de deconstrucción y aprendizaje para quien escucha y, para las sobrevivientes, de encontrar su propia narrativa.
-Tenemos que aprender a escuchar casos desconocidos y la complejidad, así como la incertidumbre y la ambigüedad, cuando hablan las víctimas. Pueden cambiar de opinión sobre cómo nombran lo que les pasó, y eso no significa que estén mintiendo. Yo misma he cambiado la forma de comprender lo que me pasó cuando tenía 16 años. Todavía pienso en eso y en cómo entenderlo, porque puede tomar tiempo entender lo que sucedió y encontrar las palabras adecuadas. Para aprender más sobre la naturaleza del problema, necesitamos poder escuchar la complejidad y aceptarla.
Pero para eso deben crearse espacios seguros.
-Es que las víctimas necesitan un espacio seguro donde puedan “pensar en voz alta”, compartir su proceso de llegar a un idioma propio y no ser forzadas a expresarse de determinada manera para los demás, o por temor a que sean vistas como mentirosas. Eso es importante para desarrollar una mejor comprensión colectiva de la naturaleza del problema. Por supuesto, muchos casos de violencia sexual no son complejos ni ambiguos, pero hay un “área gris" que discutimos hoy, acerca de qué son los comportamientos “aceptables” en las citas o en las relaciones. Y necesitamos un espacio para poder explorar estos temas.
¿Cómo operan los sistemas dominantes de poder institucionales, mediáticos, judiciales, eclesiásticos, cada vez que las mujeres hacen oír sus voces?
-Por supuesto, los medios de comunicación son una empresa y cubren las noticias acerca de las violaciones de actrices famosas, y no tengo nada contra ellas, pero como dije antes la mayor parte de las violaciones sexuales ocurren en las clases trabajadoras, y no es algo que cubran los periódicos ni la prensa en general. Debemos generar campañas educativas públicas antirracistas, no colonialistas, sin odio religioso, y que desmitifiquen la sexualidad de mujeres y varones negrxs, latinxs y racializadxs en general. Por eso es crucial desarrollar el concepto de subjetividad sexuada, porque las personas racializadas no pueden hacer una verdadera experiencia de su sexualidad, están todo el tiempo obligadas a tener una vida sexual muy normativizada para no correr riesgo de ser vulneradas por su sexualidad.
A lo largo de su libro hace hincapié en el enfrentamiento a las consecuencias de la violencia sexual desde nuevas narrativas, que rompan con una lingüística que establece la Justicia.
-Una reforma judicial siempre es necesaria, aunque no hay que minimizar la cuestión del punto de vista jurídico. Pero lo cierto es que ese punto de vista es muy limitado, tanto como plantea el problema, cuanto cuáles cree que son las soluciones, y los abogados, que llevan adelante los procesos, en general están más preocupados por cuántos casos pueden ganar. Si no defienden a las trabajadoras sexuales, no van a defender a las mujeres que acusan a sus propios maridos. Es necesario hacer una reforma judicial, pero nunca va a ser suficiente. Los movimientos como NUM, o les jóvenes, quieren cambiar las expectativas de lo que son los contratos sexuales heterosexuales. Por ejemplo, si salís con un tipo a cenar, se espera que tengas sexo con él. No sé si esto que voy a decir ocurre en la Argentina, pero al menos en los Estados Unidos es muy común que si un varón tiene una erección, necesariamente tiene que tener sexo.
Otro patrón de violencia biologicista.
-El sexo normal heterosexual la mayor parte de las veces ha sido coercitivo. Las mujeres más jóvenes están tratando de cambiar esa idea, y creo que ésa es la razón por la cual los varones en general se ponen histéricos y dicen “ahora las mujeres denuncian cualquier cosa”. Creo que algo de eso sucedió con el caso de Thelma Fardin, que lo seguí a través de los medios de comunicación. Es una respuesta al hecho de que las mujeres de esta generación opongan resistencia a la imposición de que las relaciones heterosexuales se transitan de esa única manera. Solo seis meses después que apareció el hashtag #MeToo, los principales periódicos, como New York Times y Washington Post, publicaban notas del estilo “¿No ha ido esto demasiado lejos?”.
Y aquí volvemos a que si a las víctimas realmente se las escuchara, estos marcos de poder y dominación quedarían destruidos.
-Definitivamente tenemos que encontrar formas de darles un tratamiento efectivo a los marcos narrativos dominantes, que van a desviar todo esfuerzo por lograr una reforma. Necesitamos repensar las estrategias antiviolencia. Me parece mucho más relevante analizar cuál es la transformación que podemos hacer ahora, y una vez que esa transformación se dé, ver cuál será la próxima, antes que pensar a largo plazo. Necesitamos un movimiento que se conecte con las masas, no sólo con un pequeño grupo y con una élite. Debemos pensar cómo trabajar con grandes sectores de población.