-No te quedes ahí parada -dijo Mauricio.

Renata soltó la aspiradora, se acercó hasta la puerta y juntos tiraron del cuadro.

-Con fuerza -dijo Mauricio.

-Está trabado -dijo Renata.

Mauricio comenzó a sacudir el cuadro y una nube de polvo cubrió la habitación.

Tosieron.

El sol que entraba por la ventana le dejó ver a Renata millones de puntitos moviéndose por toda la habitación. Poco a poco, como en una danza lenta, cayeron y se acomodan por el sillón, el piano, la mesa ratona, todos los adornos y por último en la alfombra.

-¿Estás seguro? -dijo Renata y tosió.

-Sí. Es este -dijo Mauricio y se sacudió las manos, la camisa y los pantalones formando a su alrededor una nube de polvo igual a la que había salido, segundos antes, del cuadro.

-¿Podes quedarte quieto? -dijo Renata.

Mauricio chasqueó la lengua y se sentó en el sillón.

Renata miró el cuadro a medio entrar.

-¿Sin decir nada te lo dio?

Mauricio cruzó las piernas, sacó un cigarrillo, lo encendió y le dio una pitada honda. Después, soltó el humo haciendo aureolas.

-Yo pregunté: "¿Qué hacemos con esto?" y Marita dijo: "Si no lo querés, tiralo".

-¿Que lo tires, dijo?

-Que lo tire, decía. Que lo tire -dijo Mauricio impostando la voz.

Renata soltó una carcajada.

Mauricio se acomodó en el sillón sacando pecho y amasando el cigarrillo entre los dedos índice y pulgar.

-¿Estaba colgado?

-No. Estaba donde vos dijiste.

-En la piecita de la terraza -dijo Renata mirando el cuadro.

-Bien embalado y atrás de un aparador.

-Que vieja guacha. Bien escondido lo tenía -dijo Renata.

Mauricio apagó el cigarrillo en el cenicero sobre la mesa ratona.

-¿Qué agarró Marita?

-No había mucho.

-¿Revolvió todo?

-La mayor parte del tiempo estuvo hurgando en el ropero.

-Buscando cosas de valor. Seguro que buscaba cosas de valor. ¿No viste cosas de valor?

-No había nada. Libros con fotos amarillas, papeles, ropa y montones de bolitas de naftalina. -dijo Mauricio.

-El olor de tu tía -dijo Renata.

Los dos rieron con ganas.

-Vamos. Hay que entrarlo -dijo Mauricio.

-Esperá. ¿Por qué mejor, antes de entrarlo, no lo limpiamos en la vereda?

Entre los dos lo sacaron y lo apoyaron contra el árbol.

-Trae el balde azul, un trapo, detergente, la manguera y la escoba -dijo Renata.

Mauricio entró a la casa y trajo todo. Después agarró un extremo de la manguera, fue hasta la canilla que estaba disimulada con una tapa de chapa detrás del rosal y la conectó. Abrió.

Cuando Renata vio el agua que empezaba a correr por la vereda se arremangó, agarró la manguera y mojó la tela.

Mauricio tiró sobre el cuadro un chorro generoso de detergente.

Renata soltó la manguera, agarró la escoba y comenzó a pasarla enérgicamente sobre la tela.

-Más fuerte. Acá más fuerte -dijo Mauricio señalando en el cuadro la camisa blanca del chico que come uvas.

Renata obedeció.

-Pará -dijo Mauricio y tiró más detergente sobre la tela. Después, agarró la manguera y echó agua.

-Dale ahora -dijo Mauricio.

Renata fregó hasta que toda la tela se llena de burbujas.

Cuando se detuvo, él comenzó a tirarle agua con la manguera a toda la pintura.

Por la esquina de la cortada dobló un carro y se detuvo a la altura donde estaban ellos.

El hombre que tiraba del carro tenía una panza enorme como si debajo de la remera llevase oculta una sandía. Sobre la cara le caían unos rulos grasientos que le tapaban los ojos. Tenía un pantalón corto con el escudo de boca gastado.

A su lado había un chico con una remera blanca y sucia que le quedaba grande. Comía una banana masticando con la boca abierta.

-¿Lo va a tirar, señora? -dijo el hombre.

Renata no lo miró. Fregaba.

-No -dijo Mauricio.

-¿Tiene algo para comer? -dijo el nene sin dejar de masticar pero no lo miraba a ellos. Miraba el cuadro.

Renata fregaba.

Mauricio volvió a decir no. Recién cuando se alejaron unas cuadras Renata dejó de fregar.

-¿Viste como miraba el cuadro? -dijo Mauricio.

-La otra mañana los vi por acá.

-¿Por acá?

-En la puerta de la compra-venta que está sobre la avenida.

-¿Esos?

-Igualitos, igualitos a esos.

-Seguro eran esos.

-Seguro vendían cosas.

-Cosas robadas -dijo Mauricio.

-Cosas robadas -dijo Renata.

-Hijos de puta -dijo Mauricio.

-Hijos de puta -dijo Renata.

-Frota bien ahí -dijo Mauricio.

Renata fregó con fuerza.

-¡Más! ¡Más! -dijo Mauricio señalando la parte de los pies en los dibujos de la pintura. Renata, apretando los dientes, no dejaba de fregar.

El agua que chorreaba por la vereda hasta llegar al cordón primero era de color marrón, bien oscuro, un rato antes de terminar tenía una tonalidad ocre muy suave.

Cuando terminaron Renata se quedó limpiando la vereda hasta que el agua que se juntó formando charcos fue bien clara.

Mauricio rompió una maceta subiendo el cuadro a la terraza pero pudo dejarlo donde quería: secándose al sol.

En la cocina, Renata preparaba la salsa.

De fondo sonaba una canción de Tan Biónica: "Ciudad Mágica".

Comieron fideos y carne en estofado. De postre tenían flan.

Se quedaron hablando de las próximas vacaciones hasta que entre los dos terminaron el vino. Con la excusa de dormir la siesta hicieron el amor.

Cerca de las seis de la tarde Mauricio subió a la terraza y bajó el cuadro. Después, lo apoyó contra la mesa del comedor.

-Ahora, sí -dijo Renata.

-Ahora, sí -dijo Mauricio.

Se quedaron en silencio frente el cuadro.

-¿Estás segura que vale tanto?

-Es arte.

-El que está sentado en el banco parece de once años -dijo Mauricio agarrando una manzana de la frutera y dándole un mordisco grande.

-El otro es más chico. Podría tener seis -dijo Renata.

Mauricio masticaba. Fue Renata la que dijo que mejor que no tuviera tantos colores, que le gustaba más así: "En la gama de los marrones", dijo.

Mauricio trajo la escalera y el taladro.

-¿Acá? -dijo señalando la pared blanca frente a la mesa del comedor.

-Ahí está perfecto -dijo ella.

Una vez que lo colgaron no tardaron mucho en ponerlo derecho. Después de cenar, Renata juntó los platos y los llevó a la cocina.

Mauricio se quedó comiendo una porción más de ensalada de frutas. Cuando terminó encendió un cigarrillo y miró el cuadro.

-Un día de estos podríamos invitar a comer a Marita -dijo Renata desde la cocina.