Alrededor de la figura de Witold Gombrowicz, el escritor polaco que pasó poco más de dos décadas en la Argentina, hay cientos de rumores que nunca se terminan de desentrañar. Por ejemplo: dicen que cuando se fue del país, antes de que zarpara el barco, gritó “¡Maten a Borges!”. Pero esto es apenas un mito. Pasan los años y la leyenda sobre este personaje que vivió en la pobreza, al mismo tiempo que cenaba con los ricos del país, se vuelve más conocida y popular ya que hay detectives que quieren tratar de reconstruir, lo más que se pueda, el rompecabezas de la vida de este autor. Y entre esos detectives está Mercedes Halfon, la escritora que publicó recientemente Extranjero en todas partes, un libro editado por la Universidad Diego Portales que reconstruye los días que Gombrowicz pasó en la Argentina.

Halfon hilvana diferentes instantáneas de la vida de este autor en el país. Desde su llegada en 1939, hasta una crisis de asma que tuvo poco antes de morir 30 años después, pasando por los años de pobreza absoluta a comienzos de la década del 40 y las tardes jugando ajedrez en el bar Rex. El trabajo de Halfon logra algo que pocas veces sucede en este tipo de textos biográficos: revive Gombrowicz, lo hace caminar otra vez por Buenos Aires, lo deja habitar su vida cotidiana. Extranjero en todas partes no es una enumeración de hechos, una entrada de Wikipedia, sino un relato íntimo que da cuenta del humor con el que Gombrowicz recorrió las calles de esta ciudad y de otras también –como Tandil–. Este es un libro que se siente como un diario íntimo, pero escrito por otra persona.

Paradójicamente, el propio Gombrowicz escribió un diario sobre sus días en la Argentina, pero Halfon tomó ese material únicamente como una posible línea de investigación. Sobre esto, en diálogo con Página/12, la autora dice: “Lo central de su diario es que tenemos anécdotas de la vida Gombrowicz contadas por él. Sin embargo, cuando empecé a contrastar con otras fuentes había incongruencias en su relato. Por eso para el libro trabajé con aquellas escenas en las que encontraba, además de lo que él dijo, dos o tres fuentes más que las respaldaran”. En este sentido, hay una decisión estética muy marcada en el libro y es la de priorizar la investigación periodística por sobre el color de la chismografía. Extranjero en todas partes permite pensar a Halfon como una gran narradora, pero también como una gran periodista, capaz de encontrar en medio de múltiples versiones flojas de papeles un puñado de certezas.

“Gombrowicz es un personaje complejo. Siempre tuvo mal carácter, era misógino y tenía muy mala relación con muchas figuras importantes de su época, yo menciono eso en el libro pero mi intención no fue contar su vida juzgando desde el presente, ni desde una concepción moral –dice Halfon–. Cuando iba leyendo los testimonios de sus amigos, o de la gente que hablaba mal de él, sentía mucha cercanía con esa cualidad de ser tan odioso y a la vez tan simpático y cautivante. Por eso, trabajé ambas cosas: mostrar toda su faceta detestable y a la vez la otra que es muy luminosa”.

Lo que propone Extranjero en todas partes es, por un lado, un repaso por la vida de Gombrowicz y, por otro lado, distintas claves de lectura de sus textos. Mientras estuvo en el país, este autor creó la mayoría de su obra. Si bien su primera novela, Ferdydurke, había sido publicada en 1937, gracias a un trabajo de traducción colectiva –tardes enteras en el bar Rex dedicadas a esta tarea– este libro también apareció en el país. Halfon entrelaza el análisis de la obra de Gombrowicz, con momentos de su vida. Esto genera que el libro transforme el relato en un material híbrido que se escapa de los géneros. No es sólo una investigación periodística, o una biografía, o un libro de crítica literaria. Es todo eso al mismo tiempo.

A lo largo de su vida Gombrowicz publicó: un libro de cuentos, cinco novelas, tres obras de teatro y sus diarios. También dio conferencias, clases de filosofía para “señoritas bien” y pasó horas enteras discutiendo acerca de todo en diferentes bares de la ciudad de Buenos Aires. A excepción de su libro de cuentos, su primera novela y su primera obra de teatro, todo el resto lo produjo mientras estuvo en la Argentina. Sin embargo, su trabajo nunca ingresó de lleno al canon oficial del país. Incluso hay algunas discusiones sobre la pertenencia identitaria de este escritor: escribía primero en polaco, después traducía al español y publicaba en Buenos Aires. Esta discusión es retomada por Halfon en Extranjero en todas partes y para “intentar” saldarla cita una conferencia que dio Ewa Kobyłecka-Piwońska –investigadora polaca que dedicó su trabajo a pensar la influencia de este autor– en el Congreso Gombrowicz: “Ustedes [los argentinos] lo consideran suyo –basta con ver dónde lo ubican en las librerías, siempre en los estantes con la literatura argentina–. Así que no es la lengua de la escritura lo que decide la pertenencia a un canon o una tradición nacional, sino un modo de lectura”.

Más allá del abrazo cálido de lectores y libreros, que comentan y comparten la obra de Gombrowicz, su obra continúa teniendo un espacio marginal dentro de la literatura. “Las dificultades para entrar al canon tienen que ver con que él quería hacerlo en sus términos, que no eran los de la escena argentina –dice Halfon–. Además, su literatura tampoco es tan fácil de leer. No es de fácil acceso. Es un escritor de vanguardia. Por ejemplo, sus obras de teatro se pueden pensar dentro de lo que se conoce como ‘teatro del absurdo’, pero las hizo 10 o 15 años antes de que eso apareciera”.

El corrimiento por parte de Gombrowicz de la escena local no tenía únicamente que ver con su manera de escribir, es decir, no era sólo una cuestión formal sino también temática. En Trans-Atlántico, una novela publicada en 1953, el autor escribió una suerte de parodia de su propia travesía marítima, la que lo había depositado en el puerto de Buenos Aires décadas atrás –el narrador de la novela lleva el mismo nombre que el autor–, pero la particularidad del libro no es esa, sino la inclusión de un personaje llamado Gonzalo, alias “el puto”. Este personaje está pensado como un alter ego del propio Gombrowicz, que pasó noches enteras deambulando por Retiro en busca de la compañía de jovencitos encantadores. Escribe Halfon sobre Trans-Atlántico: “Esta novela fue pionera al presentar abiertamente en una obra de ficción a un personaje gay y seguirlo en un larga travesía. Parecería otra de las formas encontradas por Gombrowicz de ir empujando la vida, cada vez más, hacia adentro de la literatura”.

Incluir un personaje abiertamente homosexual en una novela y llamarlo “el puto” genera un doble corrimiento por parte de Gombrowicz. Primero, puede funcionar como una ofensa o un ataque contra las buenas costumbres de la época, que ponderaban -y ponderan- la heterosexualidad como forma ideal de vínculo. Segundo, y de manera paradójica, Gombrowicz no realiza una valoración de la homosexualidad, justamente porque Gonzalo es “el puto”, es decir, utiliza un término despectivo para referirse a él –y por qué no a sí mismo–. Dicho de otro modo: a Gombrowicz no le importaron las buenas costumbres, ni tampoco las maricas.

Para Halfon, Gombrowicz se armó como un escritor muy contestatario y muy beligerante dentro de la escena argentina. “Hoy, en el arte o la literatura, no se dan peleas tan fuertes. Pareciera que la corrección política, la amabilidad, los buenos modales, tomaron el campo. Por eso mismo creo que hay que leer a Gombrowicz, porque es una figura que pone la discusión donde hay que tenerla, como para no pacificar tanto, sigue habiendo enemigos, aunque parezca que no, que somos todos muy amigos”.

Witold y Rita Gombrowicz

A la vuelta de la esquina

De la ciudad que Gombrowicz habitó no queda nada. Apenas un eco o una ilusión. En los bares donde jugó al ajedrez o tradujo con amigos Ferdydurke, ahora hay “cafés de especialidad” o carteles que dicen “Coffee & Co.” como si ese “& Co” significara algo para las personas que pasan por esas mesas a diario. El recorrido que realiza Halfon en Extranjero en todas partes por reconstruir la vida de este escritor es también un recorrido para contrastar la escena cultural de aquel entonces con la Buenos Aires de ahora. Lo que queda es un mito, un susurro y una escritora que camina esas mismas calles imaginando la vida de alguien que murió en 1969.

Entre las personas consultadas por Halfon para contar esta historia está el escritor César Aira. Cuando tuvo que contestar a la pregunta sobre cuál es la influencia que podría tener Gombrowicz en la escena literaria, dijo: “¿Quién dijo que existen las influencias de unos escritores sobre otros? ¿No será una invención de los críticos para tener algo sobre lo que hablar? (...) ¿No será que nos estuvimos autoengañando siempre al hablar de influencias, quizás con el deseo inconsciente de pertenecer a una gran familia prestigiosa?”.

A esto, Halfon agrega: “Las características propias de su personalidad y de su obra generaron que no se convirtiera en un escritor central, como Borges. A su vez, tuvo una vida muy marginal durante los primeros años en la Argentina y después, cuando le empezó a ir bien, hubo algunas resistencias: hay rumores que dicen que desde el gobierno polaco se presionó para que no se le diera el Nobel de Literatura, al que fue nominado mientras estuvo vivo. Sólo con eso ya tenés toda una zona que también atentó contra su posibilidad de trascender”.

Gombrowicz fue un francotirador que desde su casa en Tandil disparó contra todo el mundo, mientras creaba su obra. Su compromiso, al parecer, era consigo mismo y con la escritura. Su incapacidad para ceder un poco, tan solo un poco, lo convirtieron en lo que es: un personaje curioso, con un aura misteriosa alrededor. Incluso tras la publicación de Kronos, un diario suyo que apareció en 2013 en el que se relatan sus aventuras sexuales y escenas de su vida más íntima y casi secreta, este escritor continúa siendo una caja de sorpresas por descubrir. Y tal vez esto tenga que ver con algo que escribe Halfon en su libro: “Gombrowicz será aquí en Argentina un autor de culto, esto quiere decir: desconocido para casi todo el mundo”. 

Recuadro

Lo bajo y lo alto: un fragmento de Extranjero en todas partes

por Mercedes Halfon

Mastronardi era cercano al grupo sur y colaborador de la revista. Tenía muy buenas relaciones con Victoria Ocampo y su hermana Silvina –pertenecientes a una de las familias patricias más importantes de la Argentina–, con Adolfo Bioy Casares –novelista y marido de la última– y, por supuesto, con Jorge Luis Borges, quien tenía en alta estima la poesía del entrerriano. La revista, y posteriormente editorial Sur, comandada por la imponente Victoria y un comité de renombre internacional, marcaron, desde su fundación en 1931, el rumbo de la literatura argentina por más de dos décadas. Fueron el canon, tanto por lo que iluminaban de la escena local, como por lo que traducían de lo extranjero. Borges, con el paso de los años, ocupará el centro. A Gombrowicz no le hubiera venido nada mal hacerse de esos vínculos, quizás publicar en la revista. Por eso Mastronardi organizó una cena, en la casa de Silvina y Bioy, a la que también acudió Borges.

La secuencia fue contada por Gombrowicz en el Diario y también comentada por los anfitriones, pero de modos muy distintos. El primero le dedica varias páginas, reflexiona sobre estos figurones, no del todo amablemente. Escribe: “¿Cuáles eran las posibilidades de comprensión entre esa Argentina intelectual, estetizante y filosofante y yo? A mí lo que me fascinaba del país era lo bajo, a ellos lo alto. A mí me hechizaba la oscuridad de Retiro, a ellos las luces de París”.

Gombrowicz se siente incómodo en el encuentro, habla poco, no mira a nadie, no saca temas de conversación, no es amable con los anfitriones. Su español es defectuoso, el francés de ellos, dice, le resulta inaudible. Se impacienta, se resiente. Su orgullo, su dolorosa extranjeridad lo hace cerrarse sobre sí mismo como un candado.

En los años setenta, mientras hacía la investigación para su libro Gombrowicz en Argentina, Rita Gombrowicz, su viuda y albaceas, entrevistó a Silvina Ocampo. Tuvieron el siguiente diálogo que, con mucha perspicacia, Rita transcribió tal cual:

RG: Hábleme de esa famosa cena evocada por Gombrowicz en su Diario.

SO: ¿Por qué famosa?

El malentendido era obvio. Mastronardi, artífice del encuentro y nexo entre los dos bandos, dio algunas explicaciones. En particular del comportamiento de Gombrowicz. Los demás, pareciera, no tenían necesidad de dar explicaciones.

En Argentina no buscó ni tampoco fue rechazado por aquellos que ornaban el Olimpo literario; más bien habría que decir que estaba muy a gusto en otros medios. Nunca quiso, ni aquí ni en su patria, entrar en la Cultura como se entra en un templo en el que los fieles rezan de rodillas.

Como cierre de su visita y de su reflexión sobre el grupo Sur, epicentro de la literatura argentina en el tiempo que Gombrowicz estuvo en el país, escribe una de las formulaciones estéticas más bellas de su Diario. Se termina de comprender que su diferencia con ellos no es de clase, ni de nacionalidad, ni de estilo, ni de escritura. La diferencia está en el lugar a donde cada uno va a dirigir la mirada:

El arte es ante todo un problema de amor, si queremos conocer la verdadera posición del artista debemos preguntar ¿de qué está enamorado?