Uno conoce bien esos momentos íntimos, altamente inflamables, de fogosidad encendida y apasionada, también llamados comidas de domingos. En ocasiones en esas sobremesas familiares estallan discusiones virulentas, resbaladizas. La conversación se alborota, se desmadra, y de pronto, en medio de una frase exaltada, te visita una certeza repentina: has empezado a exagerar tu indignación, lo que dices no es lo que piensas, deformas tus propias ideas. La obsesión por acomodar la realidad a la estrechez de cada uno de nuestros intereses se denomina “síndrome de Procusto”. Un “procusto” gigante le salió de las entrañas al excelente novelista y ensayista inglés Martín Amis cuando declaraba, hace unos cuantos años, al diario sensacionalista The Sun: "Sin fútbol y con su adicción Maradona hubiera vivido del delito y los subsidios".
El estereotipo de holgazán de clase que pasa de trabajar y tira de subsidio tiene claros antecedentes mediáticos y políticos en nuestro país. Recogiendo la frase de Amis uno se pregunta cuántos argentinos hoy piensan lo mismo. Sin duda, para una gran parte de la sociedad argentina la familia Maradona representa el perfil ajustado de clan que hubiera vivido del delito y los subsidios, protegidos por una madre "welfare queen", así bautizadas por los medios anglosajones a las "reinas del subsidio", mujeres dedicadas a engañar al sistema y parir un hijo detrás de otro para acumular subsidios estatales. Esa clase baja perezosa, tan dada a chupar y "escupir" de la teta de la patria.
En mayo de este año fallecía el escritor Martín Amis. Es interesante volver a leer "Diego Maradona: lo que fue el pibe de oro", uno de sus artículos más insidiosos sobre el jugador y los argentinos. Fue publicado, hace unos cuantos años, por el diario británico The Guardian y reproducido con un cierto talante festivo por La Nación. "En América del Sur, a veces se dice, o se pretende, que la clave del carácter de los argentinos está en su evaluación de dos goles que hizo Maradona en la Copa del Mundo de 1986. En el primero, que él mismo bautizó 'la mano de Dios', Maradona, en una levitación impresionante, interceptó un tiro cruzado y metió la pelota en la red con el puño izquierdo, astutamente oculto. En el segundo, hecho minutos después, Maradona recogió un pase en su propia área penal, bajó la cabeza, arremetió a través de todo el equipo inglés, engañó a Shilton e introdujo el balón en el arco. Y bien, en la Argentina, prefieren el primero al segundo. Para el macho Argie, el juego sucio es incomparablemente más placentero que el limpio. Lo mismo ocurre en el gobierno y en los negocios. No sólo toleran la corrupción: la adoran (...) En un sentido más amplio, en esta cultura, atenerse siempre a las reglas tiene algo de humillante y abyecto".
Hay que imaginar hasta qué grado de sensibilidad y de desprecio puede el arte del fútbol sublimar las más oscuras pasiones. No siempre comprendemos cuánta fortaleza se necesita para vivir en la fragilidad. Se fue un grande de la literatura universal, y un xenófobo empedernido. Es inútil tratar de contentar a los que viven ideológicamente de su descontento. Su pluma bella y magistral, en ocasiones, se llenaba de escorpiones.
(*) Ex jugador de Vélez, clubes de España, y campeón Mundial Tokio 1979.