Los resultados de las PASO siguen generando repercusiones y son motivo de reflexión y análisis, de búsqueda de respuestas y formulación de estrategias de cara a las próximas elecciones generales. Se reclamó escucha atenta a la dirigencia política tradicional y hasta se denostó a la política misma por la incapacidad para dar respuesta a las demandas y las necesidades de la ciudadanía.
La dirigencia política no supo leer los problemas y la profundidad de los mismos, tampoco la intensidad de la angustia convertida en desasosiego, algo que algunos tradujeron como “bronca”, y que se volcó en las urnas para avalar propuestas que, a simple vista, contradicen derechos ganados en democracia.
Dado que la finalidad primigenia de la democracia es el goce integral de los derechos humanos (civiles, políticos, económicos, sociales y culturales) y la igualdad de oportunidades de mujeres y hombres para participar en la vida política y pública, es indudable que más que voto “bronca” los resultados de las PASO solo pueden leerse como una radical respuesta política y crítica a quienes están siendo responsables de conducir la vida social en su conjunto. No entenderlo así es profundizar la sordera. Lo que hay en la ciudadanía es frustración que, sin duda, conduce también a cometer errores de apreciación respecto de dónde y cómo encontrar las salidas. Una democracia sin goce de derechos no es tal.
Como sociedad estamos en una encrucijada difícil de sortear y de la que no puede hacerse responsable a las víctimas que son prisioneras de condiciones de vida que no desean, que se sienten estafadas por el sistema y por quienes lo conducen y, sobre todo, ven con impotencia que su calidad de vida se deteriora día tras día por la vulneración de sus derechos.
Lo esencial sigue siendo la vigencia integral de los derechos. Y este es el punto sobre el que hay que trabajar de manera acelerada en plazos que en términos políticos son siempre perentorios y en estas circunstancias se tornan desesperadamente angustiantes.
Lo primero debería ser la adopción de medidas urgentes que atiendan a las necesidades básicas (salarios, alimentación, condiciones de vida) de la población. Pero para que sean efectivas necesitan generar mejoras reales que impacten en los bolsillos de las personas. Habrá que hacerlo aún a riesgo de que ello resulte insuficiente y tardío. También riesgoso y hasta temerario de cara al futuro. Lo contrario sería caer en el derrotismo, no apenas de un partido o de un frente político electoral sino del sistema que está puesto en cuestión. Sería quedarnos con las manos vacías desperdiciando lo construido hasta aquí como sociedad y una forma de darles la razón a los depredadores de la democracia.
Hay que escuchar antes que hablar. Solo la escucha alimenta la palabra adecuada en la construcción de la acción política. Palabras que den satisfacción, por ejemplo, al pedido de “libertad” que reclaman muchas y muchos, especialmente los más jóvenes. Respuesta que tiene que ayudar a comprender que la libertad solo se construye colectivamente y en igualdad de derechos, mediante el diálogo en la diferencia. Se necesita restaurar el sentido básico de la democracia sobre la base de una pedagogía política y comunicacional transformada en militancia, basada en el convencimiento de que, aún en el sistema capitalista liberal, todas y todos necesitamos de las y los demás para vivir dignamente.
Hay que resignificar la bandera de los derechos humanos. Reivindicando “memoria, verdad y justicia” hay que releer sin embargo la consigna en el contexto actual y para audiencias ciudadanas atravesadas por nuevas vivencias, con otro tipo de aspiraciones e interpeladas por otros lenguajes.
Se precisa encontrar las formas y los métodos para que los derechos, esencia de la democracia, sean tangibles y adquieran visibilidad para las nuevas generaciones. Para ello no bastan las palabras. Los hechos, los gestos y las decisiones de gestión tienen que hablar por sí mismos. O, dicho de otra manera: para que la ciudadanía se convenza de que aún está a tiempo de actuar en defensa propia hay que demostrar con hechos e iniciativas que la vigencia de los derechos se hace tangible en su vida diaria. Todo lo demás será inútil.