Aunque la epidemia de los opioides en Estados Unidos perjudica a sus habitantes desde hace décadas, su presencia en la agenda pública internacional se reavivó en el último tiempo. Abundan los informes compartidos por canales de televisión, YouTube y redes sociales que exhiben videos e imágenes de personas con consumos problemáticos que se pasean como zombis por las calles. Drogas como el fentanilo (entre 50 y 100 veces más potente que la morfina) dejaron el ámbito del quirófano y el uso exclusivo y controlado de los profesionales de la salud, para regar las calles de Los Ángeles, San Francisco, Filadelfia e, incluso, Nueva York. Combinadas con otras sustancias como la xilacina (sedante comúnmente utilizado en caballos) se multiplican sus efectos letales.
Los cuerpos encorvados de cansancio, la mirada clavada en la nada. Algunos se duermen parados, otros acurrucados en el piso, pero todos lo hacen durante horas. Al despertar, luego de varios días, no son más que espectros. Se estima que desde 1999 hasta 2016 falleció un promedio de 115 estadounidenses a diario por sobredosis de opioides, y se registraron más de medio millón de víctimas en las últimas dos décadas. La mala noticia es que esas cifras, según los organismos oficiales estadounidenses, continúan en aumento.
Uno de los datos que llaman la atención es que la epidemia es transversal a toda la sociedad, en la medida en que no distingue de clases sociales, edades ni género. Una secuencia se advierte, por ejemplo, en atletas de alto rendimiento: se lesionan durante un entrenamiento o en la competencia, y para no perder tiempo buscan salidas que mitiguen el dolor y los habilite a seguir jugando. Ahí es cuando consultan a un profesional que le receta opioides. Sin saberlo, aunque los efectos inmediatos resultan formidables, el revés a mediano plazo se hace sentir y el desorden trae adicción. Resulta paradójico cómo querer retornar rápidamente a su rutina previa a la lesión, termina por separar a estas personas del deporte. Lo sucedido con Tiger Woods, Aaron Gibson y Carter Hope es ilustrativo al respecto. En el ciclismo, hacia 2019, se prohibió el uso de tramadol, otro analgésico opioide que se estima 10 veces menos potente que la morfina.
Antes del fentanilo y del tramadol, no obstante, la protagonista fue la oxicodona. El 10 de agosto, Netflix presentó Medicina letal, una miniserie que, de la misma manera que lo hizo Dopesick, historia de una adicción (2021), explora el rol desempeñado por los victimarios. Una corporación de grandes dimensiones y poder, Purdue Pharma, liderada por la familia Sackler. A mediados de los 90 fueron los responsables de inundar el mercado con Oxycontin, nombre comercial de la oxicodona, un calmante con una fuerte capacidad adictiva. Desde aquí, aunque comenzó su historia como un exitoso moderador de dolores, a partir de su expansión ocasionó una crisis sanitaria. ¿Por qué? Porque la sed de lucro fue demasiado lejos, y de recetar comprimidos de 10 mg se llegó a 80 mg, a cualquier paciente que fuera por cualquier dolencia.
Tras ser aprobada de una manera irregular por la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, ente regulador equivalente a Anmat en EEUU), Purdue consiguió 45 millones de dólares en ventas tan solo en el primer año. Y la escalada fue notable: en el 2000 la compañía ganó 1.1 billones de dólares y más de 3 billones hacia 2010. Recién para 2019, a partir de las denuncias y cargos en su contra, fue declarada en bancarrota.
La salud en manos del mercado
Un rol clave en la estrategia de ventas de Oxycontin y parte de lo que explica su éxito comercial fue el rol de las visitadoras médicas. Como se puede observar en Medicina letal, se trataba de mujeres atractivas que se acercaban en sus autos de último modelo a convencer a los médicos de los distintos estados norteamericanos para que privilegiaran su fármaco y no el de la competencia.
En Topía, un sitio de psicoanálisis, sociedad y cultura, el psiquiatra Federico Pavlovsky evalúa el caso y, entre otros puntos, destaca el rol central de los Agentes de Propaganda Médica y el trato directo y amistoso con los médicos. En su artículo, define a los APM como “personas entrenadas sistemáticamente con este fin y cumplen directivas de sus gerentes y jefes regionales”. Y también se refiere a la entrega de muestras gratis, regalos, fines de semana en resorts de 5 estrellas, invitaciones y toda clase de atenciones hacia los médicos para establecer una relación de “confianza y amistad”.
De esta manera --salvo excepciones-- los profesionales de todo el país recomendaron el consumo de mayores dosis del opioide en cualquier circunstancia. Al mismo tiempo que los pacientes mentían sobre su dolor insoportable para obtener la droga con facilidad, los médicos se dejaban mentir porque también obtenían sus propios beneficios económicos. Una campaña de marketing agresiva y finamente coordinada que, en su fase de mayor desarrollo, involucró a los propios médicos como parte del staff. Así, los galenos fueron quienes utilizaron sus credenciales y brindaron conferencias a otros colegas para convencerlos de recetar Oxycontin.
Pero Purdue Pharma no se detuvo allí, sino que persistió en una estrategia a varios niveles. Con astucia y coerción, logró influenciar a la FDA hasta obtener una leyenda que describiera a su droga como “poco adictiva”. Una auténtica llave maestra para darle otro nivel a la campaña publicitaria. Detrás del plan, Adam Sackler, el líder empresario, amasaba su fortuna y llevaba a Estados Unidos a una de las principales catástrofes sanitarias.
Esto es lo que sucede cuando el mercado “se autorregula” a gusto y piacere, y cuando la salud se convierte en una mercancía más que debe producirse, expandirse y comercializarse sin fronteras geográficas, legales ni mucho menos morales.
Cómo actúan las drogas en el organismo
Aunque las palabras fentanilo y oxicodona forman parte de la agenda mediática con más o menos fuerza según el momento, no todos los que las nombran saben a ciencia cierta para qué se utilizan y cómo actúan en el organismo. Se trata de fármacos analgésicos que son empleados, de manera habitual, para tratar el dolor agudo de millones de pacientes. Asimismo, son utilizados en el campo de los cuidados paliativos que suelen practicarse con enfermos terminales, con el objetivo de que puedan acceder a una mejor calidad de vida y a una muerte sin dolor.
Como en otras áreas, el equilibrio es sustancial: si son recetados en su justa medida y con un riguroso control médico se convierten en aliados imprescindibles; por el contrario, si el consumo no es monitoreado por un especialista, pueden generarse adicciones.
Cuando ingresan al organismo, los opioides circulan por el torrente sanguíneo hasta llegar al sistema nervioso central. Una vez allí, se unen a los receptores opiáceos en las neuronas y al disminuir su actividad, también reducen las señales que se encargan de transmitir dolor. Los síntomas que se experimentan son variopintos: se evidencia agresividad, euforia y manía; alucinaciones, hipoventilación y estreñimiento; así como náuseas, vómitos, pérdida de apetito, somnolencia y mareos. El problema mayor emerge cuando existe una sobredosis, porque se produce una depresión respiratoria, y se abre la puerta para que sobrevenga un eventual paro cardíaco y la muerte.
Su presencia en Argentina
En 2017, el país importó 28.266 unidades de Oxycontin y desde aquel momento se registró un solo “evento adverso”. Ante el revuelo que causó el caso en 2019 y la declaración de bancarrota de Purdue Pharma, la Anmat realizó una aclaración.
“El medicamento mencionado se vende bajo receta oficial y según su prospecto autorizado se encuentra indicado para el tratamiento del dolor crónico de severo a moderado”, se puede leer en un comunicado oficial. Luego continúa: “Al contener un principio activo que se encuentra clasificado en la 'lista I' de la ley de 17.818 de Estupefacientes, solo pueden ser prescriptos por médicos matriculados mediante recetas extendidas en formularios oficiales. Estas recetas deben ser entregadas (original y duplicado) en la farmacia donde el profesional debe asentarlas en libros oficiales y enviar el duplicado a la autoridad sanitaria”.
En el país no se desplegó la campaña de marketing que se vivió en Estados Unidos, ni tampoco se puede afirmar que atraviese una epidemia de opioides. Sin embargo, hay grupos que experimentan problemas con su consumo. En diálogo con Página 12, Pavlovsky detalla: “Los médicos, puntualmente los anestesistas, tienen fácil acceso a drogas como el fentanilo. Nosotros, en el Dispositivo, tenemos un programa para médicos que afrontan problemas con sustancias”. Y, por otro lado, menciona que uno de los opioides que más se recetan es el tramadol y que “si bien existe un mercado paralelo, con ventas de recetas truchas, no existe comparación con el nivel de abuso que puede haber en un país como EEUU".