Treinta y cinco trabajadoras, algunas obreras, otras docentes y amas de casa, fueron las primeras legisladoras bonaerenses. Electas entre 1951 y 1954, cuando por primera vez las mujeres tuvieron derecho a votar y ser elegidas, todas formaban parte del Partido Peronista Femenino, fundado por Eva Perón. Ninguna placa institucional recupera todavía sus nombres. ¿Quiénes fueron aquellas pioneras que ocuparon una banca en la provincia en un ámbito al que históricamente sólo habían ingresaban varones? Se desconoce si alguna de ellas continúa con vida. En muchas de sus familias, ni siquiera se registraba que habían tenido esa trayectoria política tan trascendental en la historia de la participación política femenina. Lo que se pudo reconstruir, entre otros datos, es que fueron perseguidas tras el golpe de Estado del '55 y encarceladas, proscriptas y finalmente silenciadas y olvidadas. “Fue un mensaje disciplinador”, dice la historiadora Julia Rosemberg, que lidera un equipo de investigadoras, dentro del Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires, que acaba de publicar el libro Muchachas bonaerenses. Las primeras legisladoras de la Patria, para recuperar sus biografías y al mismo tiempo, rendirles homenaje.
--¿Por qué se sabía tan poco de estas pioneras? --le preguntó este diario.
--Eso es lo increíble. Pasaron 70 años de su vida política, la mayoría ya murieron, y sus nombres no habían quedado en ninguna memoria, ni en la memoria popular, ni en la memoria académica, ni siquiera en la propia Legislatura. Nos costó trabajo encontrar rastros, expedientes en las cámaras de Diputados y Senadores de la provincia. Queremos publicar en septiembre en la página de la Legislatura toda la documentación que encontramos con la voluntad de que este sea el comienzo para seguir recuperando sus historias.
Las elecciones de 1951 marcan un hito para los derechos políticos de las mujeres en el país, tras la sanción el 9 de septiembre de 1947 de la ley 13.010 de sufragio femenino. Evita tuvo un rol fundamental en su aprobación. En esos comicios se eligen 133 legisladoras, entre nacionales y provinciales. Y luego, en las del ‘54, que son elecciones legislativas, entran 125, entre las cuales algunas estaban renovando su mandato, que por entonces era de tres años. “En el ‘51 en Buenos Aires se eligen 15 diputadas y 7 senadoras provinciales; y en el ‘54, 9 diputadas y 4 senadoras provinciales: en total son esas 35”, detalla a Página 12 Rosemberg, apasionada del tema, autora del libro Eva y las mujeres: historia de una irreverencia (2019) y Conversaciones del Bicentenario, historia y política en los años kirchneristas (2011).
--¿Solo legisladoras peronistas son electas en esas dos primeras elecciones? --le preguntó este diario.
--Si, y eso es muy sintomático, muy representativo de todo este proceso. Todas las mujeres que entran al Congreso Nacional y a las legislaturas provinciales dentro del periodo que va de las elecciones del ‘51 hasta el golpe del ‘55, pertenecen al Partido Peronista Femenino. El radicalismo en todo este periodo decide no llevar mujeres en sus listas. Hay otros partidos que sí incluyen candidatas, como el socialismo o el comunismo, pero no les dan los votos como para que ingresen.
El libro Muchachas bonaerenses da cuenta del proceso político en el que son electas estas mujeres de sectores populares, convocadas por Evita. También presenta material de archivo sobre la persecución política y judicial que sufrieron a partir del golpe de Estado de 1955 y a la vez propone una relectura histórica sobre la gobernación peronista que encabezó Carlos Aloé, sucesor de Domingo Mercante, entre 1952 y 1955. Entre las información que pudieron rastrear las investigadoras, se destaca que las primeras legisladoras bonaerenses formaron parte de comisiones legislativas como las de Presupuesto y de Asuntos Constitucionales, y no de aquellas vinculadas a temas a los que históricamente se quiso encorsetar a las mujeres como Educación o Salud. “Discutían diferentes temas de igual a igual con los hombres”, señala Rosemberg.
--¿Por qué cayó sobre ellas este manto de silencio?
--Es una pregunta recontra interesante y, por supuesto, tiene múltiples explicaciones. Una cosa que me parece central decir es que para los feminismos de nuestro país el peronismo siempre fue un momento incómodo. Hasta el día de hoy, Eva, por ejemplo, sigue siendo motivo de disputa, de discusión acerca de cómo ubicarla.
--Creo que Evita ya trasciende los diferentes partidos políticos.
--Pero desde el feminismo es raro cómo ubicarla. Esa discusión de alguna manera sigue estando. Sobre las mujeres que la acompañaron todavía hay una invisibilización porque lo cierto es que sobre Eva también se ha hecho un recorte quirúrgico, excepcional, que sin dudas lo fue, pero que en esa individualización tan grande también se dejó de lado el enorme colectivo de mujeres que ella condujo y que impulsó esta enorme experiencia política. Eso por un lado. Y, por otro lado, encontramos que tras el golpe de Estado del '55, se tiene sobre ellas particularmente una cizaña muy grande por el hecho de haber sido legisladoras del peronismo y mujeres que se habían atrevido a vencer barreras. La mayoría de esas 35 van presas. Muchas no vuelven a militar nunca en política, se alejan de sus propios pueblos, porque era una carga muy grande para una mujer en los ‘50 haber sido legisladora y después encima presa política. Fueron interrogadas, sus bienes confiscados, sufrieron una persecución muy grande.
--Los legisladores peronistas también fueron perseguidos. ¿Hubo un particular ensañamiento con ellas?
--La experiencia del intento de desperonización del país que se inicia en el '55 es igual para hombres y mujeres. Lo que sucede sobre estas mujeres es que no tuvieron nunca una relectura. Con los hombres sí. La propia resistencia peronista arma héroes de lo que había sido ese intento de desperonización. Sobre estas mujeres, después del '55 se produce un silenciamiento muy grande. El propio peronismo no hace de esa experiencia política un motivo de orgullo, de bandera. Entonces me parece que sobre ellas hay, después, un disciplinamiento particular. En 1960, mujeres ligadas al gobierno de (Arturo) Frondizi arman una asamblea para discutir si el voto de las mujeres no tenía que ser calificado, una especie de dar marcha atrás con todo este enorme avance que había habido a partir del sufragio femenino. Porque además hay que decir que estas 35 no son solamente las primeras mujeres, sino también que son trabajadoras. Si bien la cárcel y el intento desperonizador fue para mujeres y para hombres, lo cierto es que sobre ellas hubo una saña particular.
A las investigadoras, lo que más les costó fue llegar a sus voces, a sus palabras, a sus ideas, a su militancia política. Y las encontraron de dos maneras: por un lado, a través de los discursos que ellas dieron en la Legislatura como senadoras y diputadas. Y por otro, “y esto es lo lamentable”, apunta Rosemberg, a través de los interrogatorios que les hicieron a partir de 1955. “Es una voz muy difícil porque está mediada por sus verdugos”, señala la historiadora. “Lo cierto es que no pudimos hacer una narración lineal de punta a punta como nos hubiese gustado sino que está llena de agujeros. Debido, insisto, al enorme castigo y también al silencio propio de las mismas fuerzas políticas”, agrega.
Hasta donde pudieron reconstruir no quedaría ninguna de ellas viva. Pero tampoco tiene las certezas de sus fechas de muerte. “Así que quizás tengamos suerte de que a partir de la difusión del libro podamos contactarnos con sus familiares. Hemos tomado contacto con algunos pero nos ha pasado que se sorprenden de la propia historia de su abuela o de su tía abuela. Como que ni siquiera de generación en generación, en la propia familia, se ha transmitido esta información”, destaca Rosemberg.
El libro repone una suerte de semblanza fragmentaria de la mayoría de las legisladoras. Había de diferentes edades y también cambiaba su situación familiar: algunas eran madres, otras no, había casadas, solteras y viudas. “Lo que compartían todas es que eran mujeres trabajadoras: amas de casa, docentes, obreras. Algunas incluso siguieron con sus trabajos en las fábricas durante su actuación legislativa, como el caso de Isabel Duco. Son mujeres que se incorporaron a la participación política con el peronismo y a partir de su condición de trabajadoras. Como tantos, provienen de esa gran movilización política popular que despertó el peronismo. Ellas mismas fueron protagonistas de la creación y el despliegue del Partido Peronista Femenino y sus candidaturas fueron decididas por Eva Perón, con quién tenían un vínculo muy estrecho, producto de la gran tarea que se propusieron que fue legitimar y convocar a las mujeres a protagonizar un proceso popular de transformación de la Argentina”, detalla Rosemberg.
En el proceso de investigación, dieron con 12 expedientes del fuero penal que estaban en custodia del Departamento Histórico de la Corte Suprema de la provincia. Todos pertenecen al Juzgado Penal de Arturo Campo, que es el juez que toma todas las causas de las legisladoras y dicta los encarcelamientos. En estos expedientes se les imputa el delito de “incumplimiento de deberes de funcionario público”. “Lo que podemos leer en los expedientes y en particular en los interrogatorios a los que fueron sometidas particularmente las mujeres es que la acusación ponía el foco en la supuesta ineptitud e inferioridad de ellas para ocupar el cargo. Es decir, las acusaban de no tener ni el mérito ni el desempeño correspondiente al rol que ejercían y se las presenta como manipuladas. A algunas las increpaban porque no presentaron ningún proyecto de ley o porque solo tomaban la palabra en los homenajes, les preguntaban si los discursos los escribían ellas u otras personas, todas preguntas orientadas a mostrar que eran meros instrumentos de un régimen autoritario y bajo esa idea se establecía la deshonra a la mujer argentina y a la nación toda”, cuenta Rosemberg.
En la misma línea --dice-- fueron desacreditadas por la oposición política durante su labor legislativa. Los legisladores de la oposición permanentemente las criticaban por su falta de experiencia o incluso por los modales, que consideraban deshonrosos para una mujer, cuando levantaban la voz o se involucraban en alguna confrontación directa. “Esta deslegitimación política basada en una cuestión de género se lee muy claramente en los documentos, como en un fragmento del interrogatorio que le hacen a Norma Egan en febrero de 1956, en el que también se pueden leer sus respuestas en la hora de su persecución”, agrega.
A continuación ese interrogatorio:
--¿Su misión era levantar la mano nada más?
--Es posible.
--¿Propuso algún homenaje?
--No.
--¿No habló nunca en la Cámara?
--En dos oportunidades.
--¿Recuerda en cuáles?
--Es posible en algún homenaje.
--Tiene dos discursos interesantes sobre homenajes. ¿Los escribió usted?
--Algunos discursos los hice, otros no.
--¿Y quiénes hicieron otros?
--Lo preparaban y me indicaban más o menos algunos empleados del bloque.
--¿Y quiénes eran esos empleados?
--No los conocía.
--¿Usted se los pedía?
--Me lo facilitaban y hacían indicaciones del caso
---¿Pero usted se los pedía a ellos?
--En algunos casos sí; cuando me designaban para ello.
--¿Usted recordará qué empleado lo hacía?
--No recuerdo los nombres.
--Tiene usted una memoria muy frágil.
--Sí, señor.
--Esperemos que recuerde, no puede olvidarlo todo.
--[...] Entonces lo que usted ha hecho es gastar dinero de la provincia.
--Si ustedes lo piensan así.
--No ha hecho nada constructivo, señorita, absolutamente nada constructivo, siendo su obligación hacerlo, sin pensar que se ha depositado en usted la fe de mucha gente, y sin saber quiénes eran.
--Si usted cree que la gente de mi pueblo no me conocía…
El libro, publicado por EDULP (Editorial de la Universidad de La Plata) también puede descargarse en formato digital a través del siguiente link.