El sábado el Museo Moderno inauguró tres exposiciones enmarcadas en su programa anual “El arte, ese río interminable”, que busca reflejar distintos encadenamientos culturales de los movimientos renovadores del siglo veinte en la Argentina. En este caso se trata de dos muestras que exploran la renovación cultural de los años ’60, por un lado, con Juguetes rabiosos y Danza actual –vinculados a las artes visuales cruzadas con el cine, por un lado, y a la danza moderna con la incipiente performance, por otro-, en ambos casos también muy cercanos a la usina de ideas de la época que fue el Instituto Di Tella. La tercera exposición, Cultura colibrí, toma la experiencia de vida de Fernando Noy para narrar el destape y renovación cultural y estética de la primavera democrática de los años ’80 y su continuación en la década siguiente.
Se trata de tres etapas de disrupción de sus campos, de reinvención cultural y de redefinición de las convenciones de sus universos, pero también de una vinculación fuerte con otras disciplinas. Aunque Danza actual y Cultura colibrí resultan más novedosas en su planteo inicial, la intervención de un artista audiovisual joven en Juguetes rabiosos pone de manifiesto los enlaces entre obras fundacionales del Moderno con el cine de su época y aporta nuevos enfoques y otro grado de profundidad a lo que de otro modo sería una mera exploración del catálogo.
Danza actual. Experimentación en la danza argentina de los años 60 se sitúa en el subsuelo del edificio y puede visitarse como una exposición principalmente fotográfica, de espacios dinámicos y que toma las paredes con intervenciones muy bien planeadas curatorialmente para plegarse sobre las gigantografías en exposiciones y reforzar sus sentidos. “Una exposición así implica pensar el arte moderno como algo que no está quieto, que es interdisciplinar entre la danza, la música, la moda, el diseño y mucho más, algo que se vive como una trama colectiva”, reflexionó durante la inauguración Francisco Lemos, curador de la muestra, que pronto estará acompañada de un libro.
Lemos también insistió en destacar el rol fundamental de las mujeres –“muchas de ellas exiliadas de la Segunda Guerra Mundial”, advirtió- para establecer “los cimientos de la danza contemporánea y hasta de la performance”. Eran, describió con admiración, “mujeres fuertemente audaces”. “Esta muestra busca poner en valor el legado de la fase experimental de la danza en los años sesenta, cómo se involucró con las artes visuales yo tras disciplinas colectivas, y también pensar el pop no sólo como música, sino como movimiento cultural”, plantea. Para el visitante, pueden resultar claves interesantes de lectura las paredes de la sala. Una refleja los afiches de la época, donde resulta más que interesante cotejar nombres clave que persisten hasta el día de hoy. Otro, homenajea al universo de bailarines y bailarinas y ofrece una gragea de los ejercicios de experimentación que se practicaban en el Di Tella. La tercera pared son anotaciones de una obra censurada por el gobierno de entonces, y la cuarta, una línea temporal que permite ordenar mentalmente la época que refleja.
En cuanto a Juguetes rabiosos. Vanguardia y destrucción en el arte argentino de los años 60, ya en el primer piso, presenta una época de las artes visuales marcada por la experimentación y el cuestionamiento a los límites del arte, en el que algunos artistas realizaron una serie de gestos de destrucción de sus propias obras. Hay una paradoja ahí –que destaca el artista invitado Joaquín Aras (1985)- en que el Moderno resguarda obras pensadas para ser efímeras, en ocasiones con materiales ya en declive. En la muestra aparecen nombres fundantes de la escena plástica, como León Ferrari, Alberto Greco, Marta Minujín o Luis Felipe Noé hasta cineastas como Fernando Birri y Leonardo Favio, muchos de ellos mediados por la intervención aguda de Aras. Sobre esa conjunción entre plástica y cinematografía, el curador Patricio Orellana sostiene que es una época de “explosión” donde el arte “se centra en gestos disruptivos, se cuestiona a si mismo, cuestiona al arte y hasta a su objeto, es autocritico y hasta autodestructivo”. Pero sobre todo, Orellana destaca que “las obras dicen otras cosas cuando se las muestran en un paisaje mas amplio y también hacen decir otras cosas a las peliculas, por ejemplo”.
“Tras esos años 60 tan disruptivos Jimena (Ferreiro) tomó los años siguientes a la dictadura militar para ver qué pasó con quienes abordaron el género y la libertad de expresión”, explicó en la inauguración Victoria Noorthoorn, directora del Museo. “La bisagra es una pared que muestra como ciertos artistas respondieron al momento traumático que fue la dictadura”, señaló. “Es todo parte de un programa de puntos de entrada a un museo de arte moderno que sea plural”.
Esa transición que señaló Noorthoorn durante la inauguración lleva a Cultura colibrí. Arte e identidad en el under de los años 80 y 90, una evocación de las fantasías de la contracultura en la Argentina de los ‘80 y ‘90 a través de la crónica y la poesía del poeta, performer y letrista Fernando Noy, gran protagonista del período. En su hoja de vida se cruzan el exilio, el descubrimiento del carnaval como espacio de liberación sexual, estética y ruptura de la normatividad, la experiencia revolucionaria del Parakultural –donde acuñó junto a Batato Barea la expresión “cultura colibrí” como manifestación de “lo efímero-eterno”-.
Así, en Cultura colibrí se cruzan fuentes como el Archivo de la Memoria Trans, obras de Hugo Arias, Federico Klemm, Néstor Perlongher, Edgardo Giménez o Guillermo Kuitca con intervenciones de artistas más jóvenes, como Mauricio “La Chola” Poblete. Ferreira, su curadora, destacó la instalación central, a la que propone ver como una “invocación del camarín como espacio de transformación y fantasía”, y al carnaval, tan presente en la sala, “como espacio de resistencia e identidad ante el horror”.