Nunca usó armas. No fue un militante orgánico, pero llevó los rollos de la revista Evita montonera a Italia y vio al “poeta guerrillero”, Juan Gelman. El joven italiano de veinte años, que había nacido en Chile y era hijo de un ejecutivo de la Fiat en Turín, fue secuestrado en abril de 1977 por un grupo de tareas en la puerta del colegio Mariano Acosta, donde cursaba el profesorado para ser maestro. Lo llevaron al campo de concentración Club Atlético. Uno de los interrogadores, el “bueno”, le dijo que del departamento de Retiro donde había vivido salió un comando de cuatro personas que arrojaron una granada de mano por la ventanilla de un patrullero, acción en la que murieron cuatro policías.
“Cuando vi aquella bomba de mano en el cajón, ¿por qué no me pregunté para qué iba a servir, por qué no me fui? El dolor por la electricidad ha pasado ya a un segundo plano, como si hubiesen disminuido los amperes, aunque no lo han hecho. Hay algo que se ha roto dentro de mí, que me quita la respiración, es insoportable tener que admitir que son ellos los que están del lado de la razón. Esa contradicción me duele más que la electricidad que me estremece. Mi cuerpo se sacude sobre la mesa de hierro, pero yo estoy llorando por un dolor profundo, no por la picana”, aclara Marco Bechis en su novela testimonial La soledad del subversivo (A.hache), un texto desgarrador, polémico y necesario de un sobreviviente que asume su condición de víctima a partir de la escritura. El libro del director de la película Garage Olimpo rehabilita debates que parecen cancelados frente al temor que genera el avance del negacionismo.
Los padres de Bechis -que llegaron a Buenos Aires cuarenta y ocho horas después de su secuestro; el aviso les llegó a través de una cadena de amigos, como revela en el libro- se reunieron con viejos conocidos. Alrededor de esa mesa estaban Roberto Rocca, presidente de Techint; y Franco Macri, industrial ítalo-argentino, quien encontró la vía de contacto con el general Suárez Mason a través de otro conocido suyo, Billy Reynal, dueño de la compañía aérea Austral. Gracias a esas gestiones fue “blanqueado”, comenzó su recorrido incierto por distintas cárceles como Devoto y la U9 de La Plata, hasta que fue liberado y regresó a Italia.
La escritura le permite narrar experiencias extremas apelando a los sonidos que oía cuando estaba vendado. Como la memoria nunca es cronológica, el interrogatorio y los vejámenes se van alternando con episodios del pasado, como el recuerdo del encuentro en Italia con Juan Gelman, entonces un importante dirigente de Montoneros, quien le propuso al joven Bechis ser enlace entre la dirigencia de Montoneros en Madrid y las células activas en territorio argentino.
Bechis no aceptó la propuesta porque entonces se dio cuenta de que Montoneros como organización ya había sido derrotada. “Ingenuamente pensé que el poeta me iba a comprender y que, con gran sensibilidad, me iba a alentar a que siguiera mi camino. Pero no, se levantó, y con una buena dosis de enojo, alzando la voz, comenzó a sermonearme, que no era un buen compañero, muchas personas estaban muriendo y yo tenía una responsabilidad que no quería asumir. Lo escuchaba en silencio y cuanto más él alzaba la voz, menos dudas tenía yo con respecto a mi decisión. Su voz temblaba, tal vez él tenía las mismas dudas, pero por espíritu de cuerpo estaba obligado a esconderlas. Pensé en la torpeza de los poetas incorporados a las organizaciones armadas. Estaba frente a un hombre de cincuenta años que incitaba al martirio a un jovencito de veinte años en nombre de una batalla perdida”, plantea en La soledad del subversivo, libro que escribió en italiano y que tradujo Ana Miravalles. Comenzó a escribir esta novela autobiográfica después de declarar en el juicio contra los responsables del centro clandestino de detención Club Atlético, y le vio la cara a varios de sus verdugos como el “Turco” Julián, en marzo de 2010.
La vergüenza del sobreviviente
-En el libro polemizás con la figura de Juan Gelman, “el poeta guerrillero”, como lo llamás en el texto, con quien tuviste un encuentro muy áspero. ¿Por qué pensás que la jerarquía de Montoneros estaba tan alejada de las bases?
-Si yo hubiera sido un militante más orgánico, no estaría acá. Yo venía de una experiencia en Italia, de Lotta Continua, muy movimientista. Las discusiones eran sobre el feminismo, sobre la sexualidad femenina, la crisis del hombre, la relación de pareja, las drogas. La falta de democracia interna (en Montoneros) hizo que fueran quedando en los roles máximos gente que no estaba para nada capacitada. Yo me daba cuenta de lo rudimentario que era el discurso político. Paradójicamente la gente de base que conocí tenía una capacidad dialéctica que no encontré después en el razonamiento de los máximos dirigentes. Yo no sé cuántos libros o estudios tenían Perdía, Mendizábal, Firmenich o Galimberti. Por otra parte, los juicios son un hecho irrefutable. Yo no le tengo miedo a Milei; podrá dar alguna amnistía, pero la conciencia colectiva en este país asumió que hubo terrorismo de Estado y que los culpables están presos. Un joven de 18 años sabe que Videla murió preso. Los chilenos saben que Pinochet murió en su casa. En un momento en el cual la justicia avanzó tanto la autocrítica se impone; es una autocrítica muy dura que hay que hacer. El encuentro con Gelman fue decepcionante; un señor de bigotes, grandote, que pensé que tenía otra visión del mundo, me trató como un pendejo temeroso y no buen compañero. En Gelman y en todos los dirigentes de esa época lo más importante era ser orgánicos y no usar la cabeza.
-Hay una mezcla de sentimientos complejos entre la vergüenza, la traición y la culpa por haber sobrevivido. ¿Eso es algo que te sigue acompañando? ¿O haber declarado en los juicios y haber escrito el libro te permitió exorcizar esos sentimientos?
-Yo no hablo de sentir culpa porque tuve la suerte de no tener que denunciar a nadie. Si hubiera sabido, si hubiera sido orgánico, si hubiera tenido contactos, lo más probable es que hubiera cantado también. No creo en los héroes. La normalidad de la tortura era que antes o después cantaban; una hora más, dos horas más, tres horas más, cinco horas más, cantaban. Había también otra cosa horrible en la época, la pastilla de cianuro, que daba por sentado que podías ser un potencial traidor; una pastilla que, por otra parte, sólo tenían los cuadros medios, no sé si la dirigencia tenía pastillas. Entonces, en mi caso, hablaría más de vergüenza que de culpa, porque la vergüenza es lo que sienten los sobrevivientes de Auschwitz; la vergüenza de Primo Levi de sobrevivir sin saber por qué los demás no. Algo así me pasó porque yo podría estar desaparecido como los demás por lo poco que hice, y hubo gente que hizo mucho menos que yo y desapareció. Después de mi regreso a Italia, cuando me preguntaban, yo decía que estuve de “turista” en Club Atlético. Cuando me decían “te torturaron”, yo decía “poco”. Escribir el libro me sirvió para asumirme como víctima.
El padre de Bechis murió a los 93 años en 2014 y en los juicios en los que declaró nunca dio los nombres de los empresarios que lo ayudaron a contactarse con Suárez Mason. El hijo, en cambio, sí los mencionó. “Mi objetivo no era chicanear a mi padre. En primer lugar agradecí ante el tribunal a esos señores que me sacaron, pero también quería dejar sentado que todos ellos, el establishment, sabía lo que pasaba. Franco Macri y Roberto Rocca no fueron a Europa a protestar por los crímenes que los militares estaban cometiendo en el país. Ninguno de ellos lo hizo”, recuerda el director de películas como Alambrado (1991), basada en un cuento de Jorge Luis Borges, o Hijos/Figli (2001), Birdwatchers-La tierra de los hombres rojos (2008), Il sorriso del capo (2011) y Il rumore della memoria (2015).
La violencia del silencio
-¿En qué sentido cambió dar testimonio de lo que te pasó en el Club Atlético?
-Me sentí muy liviano después, me saqué un enorme peso de encima también por el hecho de haberlos visto (a los represores) como gente cualquiera y haberlos humanizado y no demonizado; es como si los hubiera desdemonizado. El día de la sentencia, el “Turco” Julián se levantó y dijo: “tengo que ir al baño”. El presidente del tribunal le dijo: “usted no va a ningún lado, se sienta”. Me dio un poco de pena porque el tipo quería ir a mear. Esa humanización de esta gente me alejó muchísimo del problema. Yo estoy convencido de que tienen que estar presos y que frente a la violencia del silencio que ellos mantienen (porque es violento no decir dónde están los desaparecidos, no decir dónde están los niños apropiados) no hay posibilidad de reconciliación. Cualquier tipo de perdón o reconciliación pasaría, en todo caso, por una confesión total.
-Excepto Adolfo Scilingo con los “vuelos de la muerte”, ¿por qué los militares no rompieron el silencio ni se arrepintieron?
-Yo creo que hubo un error jurídico; en el sistema italiano, el mafioso –que hizo cosas muy parecidas a los milicos-, si habla, si colabora, tiene privilegios. Eso permitió desarmar una organización entera. No me importa que un milico tenga algún privilegio de excarcelación o el que sea, si confesó todo y eso ayuda a deshacer las mentiras y los silencios de los demás porque el objetivo primario de la justicia tiene que ser la verdad. Y la verdad es dónde están los desaparecidos para que las familias puedan terminar el luto. Me interesa el objetivo final, que es la justicia. Y la justicia es verdad, que hay que conseguirla de alguna forma. Estos viejos milicos se están muriendo con el silencio, una cosa que es muy violenta.
Del Barco y el debate
-¿La soledad del subversivo puede dialogar con el No matarás del filósofo Oscar del Barco?
-Sí. Cuando estaba desnudo en la mesa de tortura y el tipo me dice: ¿sabés lo que hicieron esos tipos que estaban con vos en el departamento de Retiro? Tener que asumir íntimamente que el tipo que está torturando tiene razón fue mucho más desgarrador que la tortura. Del Barco abrió un debate fundamental: “el hombre nuevo no puede ser el hombre muerto”. Nadie aprende de los errores históricamente. ¿Cómo se puede explicar que en Chile hubo un golpe de Estado en el 73, secuestraron y mataron, el MIR quedó semidestruido, y en el 76 los Montoneros y el ERP proponen lo mismo? ¿Qué aprendieron? Nada. La contraofensiva montonera fue la cereza sobre la torta de un análisis mal hecho, digitado desde afuera, un tema que anticipaba Gelman cuando me propuso ser correo, aunque todavía no había contraofensiva… Pero en eso andaban.
Hace más de una semana que llegó de Milán, donde vive. Ya se encontró con María Guerrero, la sobrina de “Muñeca” (Roxana Verónica Giovannoni), una de las militantes desaparecida que compartió el departamento de Retiro junto con su pareja Pablo (Alejo Mallea) y Lolo (Rubén Raúl Medina Thompson), ambos también desaparecidos. “Cada vez que vengo acá estoy con mis fantasmas y las personas que me evocan esos fantasmas. Volver a Buenos Aires es como visitar un cementerio, no puedo vivir acá. Siempre digo que voy a comprar una casita, voy a las inmobiliarias, me las muestran, y no doy el paso”, confiesa Bechis su imposibilidad de volver a vivir en esta ciudad.
Los impedimentos de Milei
-La candidata a vicepresidenta de Javier Milei, Victoria Villarruel, defiende a los militares y es claramente una negacionista. ¿Cómo analizás lo que puede suceder ante un eventual gobierno de Milei?
-En Italia tenemos un gobierno de extrema derecha. Ella (Giorgia Meloni) gritó, hizo una campaña gritada, y ganó. Su discurso anterior era pro Putin, pero en el momento en que la designaron primera ministra tuvo que cambiarlo todo: ahora es pro Ucrania porque está en Europa y no podría gobernar. Milei va a tener un montón de impedimentos. ¿Qué puede pasar acá? Mucho menos de lo que él dice. Aunque pueden excarcelar a militares, los juicios no van a terminar porque él mismo dice que la justicia tiene que ser independiente del poder político. No sé si después lo va a hacer, pero lo dijo y en ese sentido es un “garantista”. A nivel de derechos de la mujer y de las parejas gays, se va a armar un quilombo que la 9 de julio no va alcanzar. En el fondo yo creo que Milei no quiere ganar. No sé si está capacitado; ahora tiene una nueva novia y parece que quiere divertirse. Ser oposición para él es más fácil. El problema es quién gana, con un peronismo que elige a Sergio Massa, que no es nada y encima perdió. Aunque no comparto muchas cosas con Cristina (no soy kirchnerista por los mismos motivos por los que no era guerrillero, por un verticalismo old style que me parece ridículo y porque hay mucha falta de democracia interna) ella es un genio político y espero que saque de la galera alguna novedad. Si no está demasiado cansada, lo va a hacer.
* Marco Bechis presentará La soledad del subversivo el miércoles 30 de agosto a las 18.30 en el Auditorio del Museo Malba (Figueroa Alcorta 3415, CABA), con entrada libre y gratuita. A las 20 se proyectará su película Garage Olimpo.