Basta hojear sus últimas fotos para constatar que quieren hacer creer en su posesión de todos los atributos.
Después vienen las palabras, envalentonadas con inyecciones de voluntarismo, odio, resentimiento, maltrato a los adversarios, imprecaciones diversas contra piqueteros o sindicalistas, contra la gente del común.
Entretanto, y entre tantas, flotan las alternativas, dramáticas, ofensivas: ella o yo, ellos o nosotros; eliminemos, destruyamos todo lo que ellos construyeron, barramos, borremos, cancelemos. Ni huella, ni marca, ni memoria.
Es la estrategia de la extinción, del linchamiento, de la guerra sin fin al adversario.
Una estrategia, claro está, ineluctablemente destinada al fracaso.
Y, en caso de un triunfo, a durar poco tiempo. Hasta las primeras reacciones, a la medida de esas acciones, hasta el incendio final, que arrastraría en sus llamas, a víctimas y a victimarios.
Se ve en sus últimas fotos públicas, en la imagen: las caras hinchadas, llenas; las papadas casi sobresalientes a pesar de lo jóvenes, el pecho erguido, la mirada feroz.
No es la mejor promesa para los tiempos que vendrán. Un Apocalipsis en tiempos reales, para tiempos que se quieren finales, apocalípticos.
En la vereda opuesta internamente, se sitúan las llamadas palomas, que predican amor y comprensión y entendimiento aunque después no los practiquen.
Menos tremendistas, pero igualmente frías, severas y “ajustistas”, no temen dejar a su paso despojos de un país al que dicen querido, pero lo quieren embrutecido, antidocente, controlado, pasivo, poseído, castigado.
Es difícil optar entre estos males.Todos ellos están destinados al fracaso. Más valdría elegir otras alternativas.
Es un pensamiento, a pesar de cómo quiera disimulárselas, de raíces totalitarias. Pensamiento que arrastra la candidata a través de todos los pasajes que ha hecho por las fuerzas políticas conocidas y desconocidas. Siempre se ha sentido consustanciada con la imposición, el autoritarismo, la palabra incontestable, el diktat opresivo, el mando. Y ni hablar de su improvisado y oportuno socio, heredero de la feroz dictadura, para más antecedentes burocráticos y mentales.
El pueblo argentino, en lo que tiene de más auténtico y de más democrático, debe buscar y encontrar una salida a estas falsas perspectivas. Y saber que, si no las encontrara, pagaría con sangre y lágrimas largos años de padecimientos y de dolor.
Sobre todo, en manos de esta candidata dramática y patética. O de este candidato dostoievskiano, quien ha logrado seducir a una buena parte de nuestra sociedad, tan enferma como lo estaba la de finales del zarismo.
En las primeras notas de su vasta obra, que hoy figuran en Mythologies, Roland Barthes se ocupaba del líder populista de derecha Pierre Poujade y de su movimiento que sacudió Francia, desde el interior, entre 1953 y 1958, verdadero antecedente político de Jean-Marie Le Pen. Analizaba su ideología, de clase media empobrecida y desesperada, destacaba su adoración del sentido común, sus tautologías y trivialidades, sus inmanencias y repeticiones, su Ley del Talión aplicable a todos los fenómenos sociales, su discurso anticientífico, antiuniversitario, antiintelectual, que tanto se parece a otros: “Francia es afectada por una superproducción de gente con diplomas, politécnicos, economistas, filósofos y otros soñadores que han perdido todo contacto con el mundo real”.
Muchas sociedades han logrado recuperarse de descensos semejantes. ¿Por qué no lo haría la nuestra? No puede ser que en esto seamos también excepcionales.
Mario Goloboff es escritor y docente universitario.