A lo largo de su vida, como tantos trabajadores, Héctor Delgadillo tuvo que enfrentar distintas circunstancias y vicisitudes. Lo que nunca imaginó este trabajador y representante sindical de los curtidores es que, a los 47 años, tendría que aprender a desempeñar una nueva función que requiere de él su máximo empeño y dedicación: la de director obrero de la curtiembre Fonseca, una de las más grandes del país.
Delgadillo nació y vive en Avellaneda. Tuvo otros empleos de más joven, pero el primero formal, legal, fue en Fonseca. Ingresó a esa empresa a mediados de la década del noventa, cuando era apenas un joven de veinte. Desde entonces, viaja cada día hasta la parte de Gerli que está en Lanús Este para trabajar. En aquella época, recuerda, la curtiembre empleaba a unos 2 mil empleados. “Los jóvenes suelen ingresar a las áreas donde el trabajo es más físico, más duro, como barraca”, recuerda.
Al cabo de un par de años, sus compañeros lo eligieron delegado por primera vez. Delgadillo abrazó la vocación sindical y ya no la soltó. Claro que la curtiembre y el sindicato eran parte importante de su vida, pero no toda. Delgadillo, hincha de Independiente, se casó y es padre de 4 hijos que heredaron su pasión. Más que el fútbol, a Héctor le interesaban los deportes de contacto: practicó boxeo, kick boxing y es quinto dan de taekwondo. Cuenta que lo que aprendió arriba del ring y en los tatamis le sirvió -y mucho- para su desempeño sindical.
En 2008, Delgadillo fue convocado por primera vez a integrar la comisión directiva del Sindicato de Obreros Curtidores (SOC), bajo la conducción del actual ministro de Trabajo de la provincia de Buenos Aires, Walter Correa, a quien considera su mentor. Cuando Correa asumió como ministro de Kicillof, Delgadillo confiesa que la sensación fue ambigua, entre el orgullo de verlo ocupar un lugar central para la defensa de los derechos de todos los trabajadores, ya no solo los curtidores, y cierta pérdida por dejar de compartir con él el día a día. Sin embargo, afirma que la intervención de Correa fue central para agilizar y concretar este hito, para los curtidores y para el conjunto de los trabajadores bonaerenses.
Desde hace un mes, cuando se homologó el convenio conjuntamente redactado entre los abogados de la empresa y del sindicato, Delgadillo es el primer director obrero de Fonseca y del rubro, desde que el actual propietario de la empresa, Raúl Silverstein, decidiera entregar a los trabajadores el 10 por ciento del paquete accionario por el esfuerzo que realizaron para evitar el cierre de operaciones durante los difíciles años del macrismo y la pandemia. En su nuevo rol, Delgadillo participa de las reuniones de directorio que se celebran semana a semana y tiene acceso irrestricto a todas las áreas de la empresa.
Las bases y orígenes de la figura del director obrero pueden rastrearse en la constitución de 1949. En su Capítulo III, consagrado a "los derechos del trabajador, la familia, la ancianidad, la educación y la cultura". Allí, el artículo 37 declara los "derechos especiales del trabajador". Entre ellos, el punto 9 señala el "derecho al mejoramiento económico". "La capacidad productora y empeño de superación hallan un natural incentivo en las posibilidades de mejoramiento económico, por lo que la sociedad debe incentivar y favorecer las iniciativas tendientes a ese fin, que contribuyan al bienestar general", sostiene. El capítulo siguiente, el IV, está íntegramente consagrado a "la función social de la propiedad, el capital y la actividad económica. Una auténtica alianza de clases, como se da en Fonseca.
--¿Cómo arranca esta historia?
--Arranca con el riesgo de cierre durante el macrismo. Fonseca es una empresa muy grande, que provee cueros para tapicería en la industria automotriz, a terminales como General Motors, Hyundai, Chrysler, en muchos casos para vehículos de alta gama. Pero muchos de los insumos químicos que necesita esta industria son importados y durante el macrismo se volvieron inaccesibles. Eso, más los tarifazos de energía. Las operaciones empezaron a reducirse, el mercado se achicó y empezaron los despidos. Después vino la pandemia y las cosas empeoraron todavía más. Caminabas por la planta y se escuchaba el silencio, las máquinas paradas, era un cementerio, tristísimo. Primero recortaron horas extras, después empezaron las suspensiones y por último los despidos. En ese momento, hice una reunión con los trabajadores que quedaban y juntos decidimos poner el hombro para evitar el cierre. Acompañamos todo el proceso y, en reconocimiento a ese esfuerzo sostenido de los últimos años, el dueño de la empresa decidió asociar a los trabajadores con un 10 por ciento del paquete accionario. Se lo comunicó a la conducción del gremio que aceptó de inmediato y yo, como delegado histórico, fui designado como director obrero. Eso significa que soy el custodio y el garante de los intereses de los trabajadores en la gestión de la empresa.
--¿Van a cobrar utilidades por esas acciones?
--Todavía no estamos en ese punto, pero como titulares de las acciones participamos del resultado. Hoy la prioridad es seguir remontando. Queremos recuperar el volumen de operaciones que teníamos antes. Somos una de las empresas del rubro más modernas y tecnificadas de América Latina, tenemos todo para lograrlo. Cuando la empresa tenga un resultado superavitario, nosotros vamos a acceder a ese porcentaje y lo vamos a repartir en partes iguales entre todos. Pero para trabajar al tope de nuestra capacidad tendrían que ingresar alrededor de 12 mil cueros semanales. Hoy estamos entre 7 y 8 mil. El trabajador quiere recuperar su nivel de ingreso y nosotros queremos lo mismo. Vamos en esa dirección.
--¿Y qué lectura hacés, más allá de eso?
--Históricamente, no solo nosotros sino los trabajadores en general, hemos sido socios de los empresarios en las pérdidas: cuando un negocio se achica, nos congelan sueldos, nos recortan beneficios o, peor, nos dejan en la calle, sin preguntarnos si estamos de acuerdo. Entonces, si eso pasa, lo justo y razonable es que en alguna medida seamos socios también en las ganancias. Hoy nosotros corremos los mismos riesgos que el empresario. Sentimos a la empresa como propia. Además, es un antecedente muy importante para el conjunto del movimiento obrero. Y ganamos todos. Si nuestra actitud hubiera sido otra en esos años, tal vez hoy la empresa estaría cerrada. Lo mismo, a la inversa, hay que reconocer la actitud del empresario. Otro, a lo mejor, vendía y se sacaba el problema de encima.
--¿Hablan de política en el trabajo? ¿Qué dicen los más jóvenes?
--Trato de que no compren espejitos de colores. Ellos escuchan con mucha atención, veremos qué hacen. Cuando fue el 2001, la mayoría eran chicos y los que renegaban con la miseria y la desocupación no eran ellos sino sus viejos, pero hay que transmitirles esa experiencia de alguna manera. Hay polémica, a veces discutimos. Yo entiendo que la inflación a veces te nubla la razón, pero no podemos caer otra vez en la misma trampa.