El público no constituye una masa homogénea ni los cerebros recipientes vacíos, de manera que los mensajes no se deben “bajar” ni “traducir” porque la ciencia no está en el cielo y el lenguaje no está cifrado. El escaso espacio para un periodismo científico que hace malabares para comunicar sin resignar rigurosidad. La necesidad de más científicos que empujen para obtener el reconocimiento efectivo de sus tareas divulgativas, porque narrar sus hallazgos y avances forma parte de su quehacer profesional. Comunicar con seriedad, pero sin solemnidad: he allí la cuestión. Sobre todo eso opina Diego Golombek, doctor en Biología (UBA) e investigador superior de Conicet.  

En la actualidad, dirige el Laboratorio de Cronobiología en la Universidad Nacional de Quilmes y cuenta en su haber con más de un centenar de investigaciones publicadas en prestigiosas revistas internacionales, numerosos premios y menciones. Sin embargo, si bien se destaca con una trayectoria riquísima en el ámbito académico, su mayor potencia se halla en el campo de la comunicación pública de la ciencia. A sus 53 años, es uno de los máximos referentes en la divulgación científica argentina y un auténtico todoterreno. Condujo ciclos televisivos (“Proyecto G”, “El cerebro y yo”, “La fábrica y otros”), participó como columnista especializado en diarios y revistas nacionales, dirige la colección “Ciencia que ladra...” de Siglo XXI y coordina el Centro Cultural de la Ciencia y el museo interactivo “Lugar a Dudas”, proyectos impulsados por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva.  

–Usted es doctor en Biología. ¿En qué momento advirtió que le gustaba divulgar y que tenía facilidad para la comunicación pública de la ciencia?

–En verdad, el gusto por la comunicación es previa a la ciencia. Cuando tenía 15 años contesté a un aviso del diario y empecé a trabajar como periodista deportivo. Recuerdo que cubría partidos de cricket y otros eventos rarísimos e interminables. Sin embargo, me maravillaba ir a la redacción del Buenos Aires Herald, a la tardecita del domingo, porque se respiraba algo especial. Había cierta magia, una sensación indescriptible en un lugar lleno de máquinas de escribir, teletipos y periodistas de primer nivel. Al mismo tiempo, junto a otros colegas participaba en diversos proyectos: escribía en una revista de deportes junto a Eduardo Berti y colaboraba en radios. Una muy conocida, en la década de los setentas, era El bulo de Merlín. Una experiencia inolvidable. 

–Y luego ingresó a la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales.

–Sí, claro. Sin saber mucho por qué, ya que mis intereses no parecían venir por ese lado. Afortunadamente, en algún momento, logré juntar ambas pasiones: la de comunicar con la tarea científica. Primero, a través del periodismo clásico realizando noticias en varios diarios, y después a partir de tareas más emparentadas con la divulgación. 

–Hay varias nociones que definen al concepto de “divulgación”. ¿Qué diría usted?

–Nuestro común antecesor, Leonardo Moledo, recuperaría la frase del célebre Isaac Asimov y diría que es “la continuación de las ciencias por otros medios”. Pero además es posible contestar al interrogante de varias maneras. La divulgación, a través de su raíz latina, apunta a iluminar al “vulgo” (pueblo) y se utilizan metáforas malintencionadas como “bajar” y “traducir” contenidos. Sin embargo, desde mi perspectiva, la divulgación tiene que ver con hallar los aspectos de la ciencia que pueden ser compartidos con todo tipo de público. Una vez que el rigor científico está asegurado, debemos localizar los formatos adecuados para narrar. 

–Asegurar la rigurosidad es vital.

–Tal cual. Es necesario que la ciencia que se comunica sea correcta y luego hacerlo de la mejor manera posible a través de la tv, la radio, el teatro o el medio que fuere. En este sentido, es más fácil ahora que tenemos una camada de periodistas científicos profesionales –que hace unas décadas no había– y muchos científicos que se están volcando a comunicar porque sienten que es parte de su profesión. Aquí tenemos un aspecto importante que contribuye a asegurar el rigor. 

–Recién señalaba la diversidad de medios a través de los cuales se puede comunicar contenido científico. Usted ha experimentado en casi todos, ¿cuál prefiere?

–Depende de cuál sea el objetivo. Si el propósito es la masividad, la llegada de la TV es incomparable, aun participando en un canal de cable o en una señal digital como TecTV. Más allá de las modificaciones y de la diversificación de consumos, continúa siendo el medio más potente para masificar comunicaciones científicas. Sin embargo, en lo personal, me siento más cómodo con la escritura. Me gusta mucho escribir, tanto ficción como divulgación científica.

–Si tuviera que proponer un diagnóstico, a diferencia de lo que ocurría en tiempos precedentes: ¿cómo cree que se comunica la ciencia en la actualidad?

–Un tiempo atrás experimentamos mayor apertura, en la medida en que los medios tradicionales brindaban más espacio a la ciencia, que se encargaba de despertar un gran interés del público. En la actualidad, no se dedican en extenso a estas temáticas y esto representa una gran pérdida: un problema tanto para los periodistas como para un público que espera ese tipo de notas con ansiedad y entusiasmo. Hemos perdido parte del terreno en el pasado conquistado. Por otra parte, en las últimas dos décadas, nos hemos animado a probar y a arriesgar en nuevos formatos. Entonces, a los documentales y a las noticias, sumamos iniciativas interesantes.  

–¿Por ejemplo?

–Incorporamos el humor, la animación y una multiplicidad de recursos que enriquecen las formas de contar la ciencia, y las nuevas generaciones de científicos y divulgadores se sienten más a gusto. Se trata de un fenómeno que en el pasado no ocurría. No había tanta libertad. 

–Cuando era joven brillaba Carl Sagan. ¿Quiénes ocupan esos lugares de referencia en el presente?

–Más allá de personalizar, me atrae mucho el estilo inglés de comunicación científica porque representa la combinación exacta de humor, ironía y rigurosidad. En Argentina tenemos mucho que aprender, seguimos siendo excesivamente solemnes. 

–Ser serio no implica ser solemne necesariamente.

–Exacto. Uno puede ser serio y divertirse muchísimo también. En la BBC, hay unos podcasts formidables realizados por Brian Cox y Robin Ince. Desarrollan un tema por programa con la presencia de varios invitados y resulta un producto maravilloso, de modo tal que uno puede escuchar ciencia de rigor en el auto, en el gimnasio, en su casa y reír a carcajadas.  

–De manera que no es necesario disminuir la calidad de los contenidos para desarrollar un producto masivo, entretenido y a la vez pedagógico.

–De ninguna manera. Precisamente “bajar” constituye la principal idea en la que se basa el modelo del déficit, como si efectivamente para poder transmitir ciencia fuera necesario devaluar la información. Es una circunstancia que se contamina, en general, por obra del periodismo científico.

–¿En qué sentido?

–Asumo que es un asunto vinculado al espacio disponible. En muchos casos, el periodista debe transformar una historia científica en una noticia. Por lo tanto, algunas veces se pierde la esencia y se dejan cosas en el camino. Del mismo modo, todo científico tiene que ser capaz de trasmitir la pregunta que orienta a sus investigaciones, que lo entusiasma todos los días y lo empuja a ir hacia el laboratorio. No hay un área vedada a la divulgación a priori. 

–El sistema científico prevé un régimen estricto de evaluaciones y una estructura meritocrática que muchas veces perjudica el modo en que se comunica la ciencia, en la medida en que no tiene puntaje ni recibe recompensa. ¿Usted qué piensa?

–Creo que el sistema científico, con todas las falencias e inequidades, no está en mal camino. La evaluación permanente y la revisión por pares son fundamentales. El problema es que no se brinda demasiado espacio a la divulgación. De este modo, si bien es cierto que algunos informes de Conicet, por ejemplo, permiten la inclusión del detalle de esas actividades, no otorgan puntaje. Desde mi perspectiva, visitar escuelas, participar en jornadas para todo público, ir a paneles definen también al quehacer científico. Tradicionalmente, nuestros próceres de la ciencia –Houssay, Leloir– pensaban todo lo contrario: que el científico se debía a su ciencia y a la comunicación restringida con sus pares. Cualquier otra cosa formaba parte de la administración privada del tiempo libre. En síntesis, tenemos que lograr que al interior del sistema académico, las actividades de divulgación adquieran más protagonismo, sin dejar de lado la investigación porque por eso nos pagan. 

–¿Por qué es necesario comunicar la ciencia?

–El motivo canónico es que la ciencia ayuda a formar a mejores ciudadanos. El pensamiento científico hace que uno elija de manera más precisa, tenga menos prejuicios y coteje mejor las acciones. Otra de las razones es que contamos con un sistema científico pequeño que no está homogéneamente distribuido, con lo cual, la investigación científica tiene el deber de fomentar vocaciones. No cabe duda que los adolescentes no suelen tener a las ciencias entre sus primeras opciones, aun cuando se sientan atraídos por ellas. Por último, debo decir que mirar el mundo con ojos científicos es mágico, por eso, cuanto más comprendamos de qué se trata, más nos vamos a divertir y mejor la vamos a pasar. 

–¿En qué público piensa cuando llega la hora de transmitir un mensaje?

–Cuando un programa de televisión es disfrutado por los chicos (que se divierten con los colores, los chistes y las payasadas), los jóvenes (que descubren en la ciencia una manera de comprender el mundo) y los adultos (que reciben con ansias nuevas informaciones acerca de un cotidiano que creían conocer y desconocen), ahí podemos sentirnos muy bien. Sin ir más lejos, las actividades que realizamos en el Centro Cultural de la Ciencia o con los libros de “Ciencia que ladra...”, responden a públicos diversos y a múltiples niveles de lectura. 

–Por último, ¿cree que la ciencia está presente en la agenda de los argentinos o bien que le interesa a un público cautivo?

–Es difícil esa pregunta. Pienso que no está en la agenda de los argentinos porque los científicos no hemos realizado un esfuerzo para que así sea y porque nuestro sistema institucional ha dejado a la ciencia un tanto aislada del mundo. Siempre el discurso ha sido “vamos a apoyar a la ciencia” y no: “vamos a apoyarnos en la ciencia”. No solo eso, sino que “la vamos a apoyar pero una vez que solucionemos todos nuestros problemas”, en vez de solucionarlos a partir del conocimiento científico. En los gabinetes, en las fuerzas legislativas y en el resto de los sitios en donde se lleva a cabo el proceso de toma de decisiones no se advierte la presencia de científicos. No obstante, cuando se realiza el esfuerzo de narrar de qué se tratan las investigaciones, del otro lado, siempre hay un público muy ávido de comprenderlo todo. 

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