Alina es repartidora de una app de pedidos a domicilio. Casi todos los días almuerza en el patio antiguo de la Biblioteca Argentina frente a la plaza Pringles, en Rosario. Un patio jardín de 1910 en la segunda biblioteca pública más importante de la Argentina. Hace más de cien años, su fundador y mecenas, Juan Álvarez, la concibió como lugar de estudio para los hijos de los trabajadores. Hoy tiene doscientos mil libros y toda la prensa nacional desde 1867, sin embargo, Alina solo puede ir allí por su almuerzo rápido de cartón o blíster en la pausa entre dos viajes.

Ella estaciona la moto con su caja baúl a resguardo y se sienta al sol en los bancos de jardín con su hamburguesa o wok de comida al paso en bandejas de cartón o un tupper. Es mejor que la plaza. Incluso bebe el agua filtrada del dispenser gratuito de la biblioteca y accede a unos baños limpios y equipados.

Su antagonista es Martín, bibliotecario del lugar, de 36 años, y que ya compartió con Alina varios mediodías. Al principio fue por azar, coincidencia de horarios de la pausa del trabajo, pero en los últimos días él ha buscado la casualidad. O le gusta ella, o la historia, o que Alina siempre esté cansada o triste. ¿Quién no se enamoraría de una ryder vencida pero salvaje? Incluso hoy, piensa Martín, parece exhausta, este lunes siguiente a las PASO, a la fatiga, ella suma un dejo de derrota y lo peor, por primera vez la ve desgreñada, sucia, con el abrigo roto.

Alina no debe tener más de 25 años, es rubia, se adivina bonita y vivaz debajo de ese disfraz ominoso de muñequito de torta del delivery y una moto derrengada y enclenque con la patente oculta, a propósito. La herramienta que usa para el ryder parece una Guerrero 125 sobreviviente de los 90. Martín es fiel con esos restos, es un experto en memoria que trabaja en la hemeroteca y vive en un barrio donde todavía circulan changuitos de súper robados en los saqueos del 2001 y autos abollados por el granizo del 2006. Un bibliotecario sabe que el pasado se entiende desde el presente y que a menudo nos asusta que el pasado sea el futuro.

Hoy lunes se anima y le habla por primera vez:

--Hola, soy Martín, me sobran unas servilletas y traje un cesto, si querés...

--Hola, gracias. Sí. Soy Alina.

--¿Qué comés?

--Un wok de pollo que me sobró del último pedido. Entendí que eran cuatro y eran tres.

--Perdiste.

--Mucho. El viaje me pagan 350 y el wok sale 2.000.

--Pero está rico...

--Sí, pero para mí son seis horas de trabajo.

--¿Cuánto te pagan?

--350 por hora. 12 horas. 4.200 por día. 120 mil...

--¿Cómo?

--Por mes.

--Ah, es poco.

--No hay otro trabajo.

--¿No estudiás?

--Hago de ryder doce horas por día, ¿cuándo querés que estudie? ¿Y para qué? Tengo compañeros repartidores que son licenciados de algo. Comunicadores, traductores, psicólogos, y laburan de esto. ¿Vos que hacés?

--Soy bibliotecario.

--¿Y cuánto ganás?

--Doscientos cincuenta mil.

--Tampoco es gran cosa.

--No, pero me gusta. Es lo que estudié. Y son seis horas por día.

--Sí, claro... a mí me gustaban los deportes, el fútbol, pero quince años atrás, los clubes todavía eran muy machirulos.

--Hoy parecés más cansada.

--Es que ayer hice mil viajes, por las elecciones. Ni me pude bañar. O fue mucho estrés o mucha tele, pero parece que nadie quería cocinar. Y había muchos bunkers de festejos.

--¿Políticos?

--De todo, políticos y de otras cosas.

--Bueno, al menos ganaste unos extras.

--Sí, son los días adicionales. Ayer dupliqué.

--¿Conocés la biblioteca?

--Sí, uso siempre el baño y a veces cargo el termo con agua caliente en los dispensers del primer piso. Varias veces doy vueltas. Los días de lluvia o mucho frío me caliento un rato en la sala antigua y miro los anaqueles de los libros viejos. Me gusta la biblioteca infantil de calle Santa Fe.

--¿Te gusta leer?

--Sí, estoy leyendo la vida de Milei: “El loco”, me lo prestó el dueño de una rotisería que atiendo en Echesortu.

--Ah, mirá... y qué cuenta...

--Me encanta la historia de los perros, de Conan y sus cuatro cachorros que le hablan a él en sueños. Bah, no a él, sino a la hermana que es quien decodifica los sueños de los perros y después se los traduce a él. Por eso la hermana se llama “El jefe”.

--Mirá vos, nosotros tenemos acá una gran biblioteca fantástica, surrealista y absurda también.

--¿De Milei?

--No, parecidos, Ubu Rey, de Jarry. Jekyll y Hyde de Stevenson. El tartufo, de Moliére.

--¿Milei?

--No, Moliére.

--Ah... suena igual.

--Sí, son parecidos.

--Bueno Martín, ¿Martín eras no?

--Sí.

--Me voy a hacer socia de la biblio.

--Dale, yo te salgo de garante así no tenés que traer boletas de impuestos o servicios.

--Ah mejor, porque no tengo, vivo en una pensión en La Terminal.

--Mañana traé el DNI.

--No tengo, me robaron todo la semana pasada en una entrega en Saladillo. Celular, plata, documentos, la moto y me cagaron a palos. Mirá cómo me quedó la campera...

--¿La moto no es tuya?

--Tampoco, la alquilo en una remisería trucha de Villa Diego. Por la mitad de lo que saco.

--¿Entonces no votaste?

--¿Y a quién le importa eso...? No voté. ¿Vos decís que me van a hacer algo...?

--No. Lo podés justificar.

--Me importa un carajo. Yo hubiera votado a Conan, me encantaría tener los sueños de ese perro.

--Bueno, bueno, bajá un cambio... soy tu garante, ¿venís mañana?

--Capaz... si tengo moto, vengo. Martín, mi largo plazo es el almuerzo. O la cena. Uno u otro.

--Te voy a prestar un libro de un mono que hablaba.

--Puf. No es muy original.

--Pero éste sí. Yzur, de Lugones.

 

--¿Yzur? Es lindo nombre para una app de reparto.