Desde Rosario

Desde hace dieciséis años, las artes escénicas contemporáneas cuentan con un encuentro independiente en la ciudad de Rosario. El Festival El Cruce, creado por la asociación Cobai, colectivo de artistas del movimiento y la danza, apuesta a desarrollar y dar visibilidad a la danza contemporánea en sus articulaciones con otras disciplinas artísticas y campos del conocimiento, apoyando los proyectos autogestivos. Año a año, el público más interesado en las nuevas tendencias no se pierde estos días de fiesta en los que la danza toma espacios públicos de la  ciudad, reúne artistas locales y extranjeros, se convierte en tema de debate, de presentación de publicaciones, se proyectan videos, se realizan intervenciones urbanas y seminarios de formación, además de espectáculos en sala. 
Desde el pasado 23 y hasta el 4 de diciembre, en coproducción con la Secretaría de Cultura y Educación de la Ciudad, El Cruce tomó como centro neurálgico de sus actividades el Paseo de las Artes sobre el río Paraná, la zona remodelada por los gobiernos municipales y de la provincia donde varios galpones funcionan como salas de teatro, danza, circo, música y artes visuales con un equipamiento y una comodidad envidiables, además de una ubicación estratégica. Verdaderas cajas negras, amplias, con techos altos, luces y sonido ajustados, puestas a punto para el desarrollo cultural. En estos días allí se vieron dos trabajos notables: Cinco ficción física, por un quinteto de jóvenes intérpretes locales (Mauro Cappadoro, Ulises Fernández, Charly Fiocatti, Juan Orol y Diego Stocco) y Noise, de Edivaldo Ernesto (Mozambique) y Judith Sánchez Ruíz (Cuba). Los dos espectáculos desplegaron un lenguaje físico extremo, potente y arriesgado, y una narrativa abierta para que cada espectador construya a partir de las imágenes escénicas, de las asociaciones y sensaciones que generaban en cada uno. El primero se desarrolló sobre una escena particular: un gran círculo de paja recubierto de un plástico transparente. Allí los cinco cuerpos se encuentran casi sin palabras, creando situaciones y estado físicos y emocionales intensos mediante superposiciones, amalgamientos, choques, tensiones, desequilibrios, atracciones, rechazos, pecheos y juegos voladores. Un relato que llevó a un extremo la capacidad expresiva de los cuerpos hasta su extenuación, dirigidos por Marcelo Díaz y Alejandra Anselmo, quienes supieron incluir algunas gotas de humor sobre el final, alivianando la atmósfera. Imágenes surrealistas y oníricas quedaron resonando en  los cuerpos y mentes de los presentes. Por su parte, Edivaldo Ernesto y Judith Sánchez Ruiz redoblaron la apuesta. Ellos son dos creadores imperdibles, con un dominio técnico y un grado de precisión tan altos que hipnotizan. Es imposible dejar de mirarlos. La velocidad con que ejecutan las secuencias, la limpieza de los gestos, los cambios de ritmo, la variedad de la calidad del movimiento, los vuelven misteriosos y poderosos. Actualmente residen en Berlín, donde integraron la compañía de Sasha Waltz. Esta pequeña joya que acaban de presentar la estrenaron recientemente en el Festival de Salzburgo y, el próximo 30 de noviembre, harán una función en el Portón de Sánchez, en Buenos Aires. La música electrónica, la ausencia de palabras, el diálogo corporal entre ellos, el vestuario (de pantalón y elegantes sacos, todo en negro y azul), las luces y el uso de una pila de diarios forman un universo intrigante que abre el sentido. En Rosario están dando talleres para la comunidad local: Edivaldo Ernesto sobre improvisación (una técnica que maneja con una precisión extrema al punto que no parece que improvisara) y Sánchez Ruiz sobre Funcionalidad y perspectivas de la danza. El tercer maestro extranjero invitado a esta edición es el suizo Thomas Hauert, cuyo trabajo final con los alumnos del taller se dará a conocer con entrada libre y gratuita el 2 de diciembre a las 18 horas en La Pista (Crespo 1580). Además hay un curso de Videodanza Social y otro sobre Vestuario y Cuerpo. 
Tanto los talleres como los espectáculos tienen entradas a precios accesibles: por cien pesos se pueden ver las dos funciones programadas por noche (una nacional y otra extranjera). El sábado 3 desde las 21, en el Teatro Príncipe de Asturias (Sarmiento y el río), se presentarán Heroniña comestible, un solo interpretado por Fabiana Capriotti, rosarina radicada en Buenos Aires, que co-dirige junto a Carlos Casella, Lucía Disalvo y Marina Giancaspro; seguido de (sweet)(bitter), de Thomas Hauert. Para el cierre de la programación, el 4 de diciembre a las 21 horas en el Teatro Municipal de la Comedia (Mitre y cortada Ricardone) llegarán aSombra, una obra rosarina interpretada por cuatro bailarinas y dos músicos en escena, dirigidos por Virginia Brauchli, y luego una performance de Capital Federal, Recordar 30 años para vivir 65 minutos, de Marina Otero.



El otro cuerpo 

Cada edición del Festival El Cruce gira en torno a una pregunta, una inquietud que funciona como disparador. Este año el eje es “El cuerpo reVBelado”, expresión vinculada a los desarrollos del antropólogo y sociólogo francés David Le Breton. “Nos interesó su mirada del mundo actual donde el estatus del cuerpo y del sujeto se encuentran amenazados frente al desarrollo y la invasión tecnológicos, a la idea de cuerpo como objeto de consumo, sometido al diseño desde las cirugías, la gimnasia, la cosmética”, explica a PáginaI12 Verónica Rodríguez, miembro de Cobai. Nos propusimos salir a la cancha con todo: obras, talleres y formas de pensar el cuerpo de otra manera, donde hay una investigación profunda del movimiento y un trabajo con el riesgo. Un cuerpo revelado por lenguajes de movimiento que no obedecen, que desafían los usos mediáticos del cuerpo. Cuerpos que se rebelan y que revelan otras posibilidades”, agrega. Para su colega Fernanda Vallejos, también integrante de Cobai, el festival apunta también a cubrir un vacío preocupante. “Así como el teatro tiene en Rosario sus salas y sus espacios, la danza no. Es más, no hay compañías que se sostienen en el tiempo. Los artistas trabajan por proyectos puntuales y se están estrenando sólo cinco obras de danza al año”, señala. “De ahí la idea de traer un coreógrafo como Thomas Hauert, que en Europa está hace varios años en la cresta de la ola, para que  los bailarines puedan formarse, trabajar intensamente con él en un laboratorio y crear un montaje final. Y que también aquellos que no están bailando en una obra puedan hacerlo en las intervenciones urbanas del festival”, comenta. El estado crítico de la producción escénica independiente fue precisamente el centro del debate de la mesa redonda realizada con artistas nacionales e internacionales.