La historia transcurre en un pueblo de aquellos en los cuales aparentemente no ocurre nada. El punto de partida es el duelo de una madre frente a la aparente pérdida de su hija. Y repito el calificativo “aparente” porque uno de los temas principales de Una muerte compartida son las apariencias y las atrocidades que se pueden cometer en nombre de las apariencias sociales.
A su vez, en la obra nada es lo que parece. Por un lado, ¿acaso Nora Benavídez (Patricia Rozas) realmente llora la “enfermedad” que se llevó a Laura? ¿O la muerte de Laura es una metáfora siniestra ideada por la madre para hacer frente “al que dirán” y que hizo casi literal el ancestral proverbio homofóbico que expresa en alta voz un deseo inconfesable: “Mejor tener un hijo/a muerto/a que puto/a, lesbiana, travesti o trans”? Por otro lado, Ricardo (Luciano Diani) y Cristián (Facundo Salomón), los vecinos y “varones” del pueblo ¿son tan inocentes como parecen? ¿o esconden tras sus apetitos eróticos insatisfechos y su homofobia internacionalizada, la banalidad del mal que suele conducir a los crímenes más brutales?
En todo caso, la llegada de Marcos (Sergio Janusas), el otro y desconocido hijo de la familia Benavídez, como frecuentemente todo extranjero, viene a sacudir los prejuicios y subvertir las estructuras pueblerinas y hacer estallar los conflictos. Y, sobre todo, a develar y hacer visibles esos secretos íntimos que ciertas familias y comunidades quisieran esconder bajo la alfombra. Como en un juego de espejos, la libertad sexual de Marcos se refleja en su hermana Anita (Laura Correa) y pone en evidencia la frustración sexual de los hermanos Cristian y Ricardo. Éstos últimos actúan como parásitos de la familia Benavídez: quieren conocer sus arcanos, penetrar literalmente sus intimidades y beber sus flujos sexuales, su libido, su sangre y su energía hasta consumirla.
Entre otros temas, en Una muerte compartida, Paolo Giuliano ha escrito y puesto en escena una brillante y triste parábola sobre la necesidad que tienen las existencias de ser aceptadas por sus familias. Particularmente, frente al insulto, los riesgos y las discriminaciones sociales, las vidas de gays, lesbianas, trans y travestis esperan el amor familiar como refugio. Para dar cuenta de ello ha recurrido a diversos géneros y estilos: naturalismo, realismo, melodrama, comedia, farsa, suspenso, policial y tragedia. Todo ello sumado a una escena que evoca a la Piedad en versión disidente hacen de Una muerte compartida una obra trans en todos los sentidos de la palabra. Efectivamente la llegada de Marcos hace estallar una tragedia transgénero que, en muchos sentidos, abreva de y homenajea en clave contemporánea las tragedias de Shakespeare.
Las impecables y veraces interpretaciones de Patricia Rozas, Laura Correa, Sergio Janusas y Facundo Salomón y Luciano Dini -particularmente conmovedores resultan los clímax de Rozas y Janusas-, sostienen la potente dramaturgia que habla a la vez de vidas individuales que buscan la aceptación y de las vidas pueblerinas heterocéntricas y patriarcales que resultan desestabilizadas por las presencias de las diversidades, las disidencias y cualquier tipo de identidad diferente.
Con ecos y reminiscencias de dolorosos crímenes argentinos recientes tales como el asesinato de Facundo Baéz Sosa, la desaparición de Tehuel y los recurrentes feminicidios, Una muerte compartida se erige en una obra política y políticamente necesaria siempre y particularmente en los tiempos actuales en que los brujos piensan en volver.
Una muerte compartida escrita y dirigida por Paolo Giuliano. Con Patricia Rozas, Laura Correa, Sergio Janusas, Facundo Salomón y Luciano Diani. Todos los lunes 20,30 hs en Teatro El Tinglado (Mario Bravo 948, CABA).