La escena asume una forma expositiva, como si fuera a tener lugar una conferencia o una instancia pedagógica pero rápidamente ese esquema se rompe con la aparición de Mónica Zwaig que trae esa alegría melancólica del acordeón, un instrumento que, pegado a su cuerpo, genera en ella, en su manera de subir al escenario, algo de esa extranjería que después va a notarse en su voz, ese tono de un español con acento francés que la convierte en un personaje asombrado porque una lengua nueva trae descubrimiento y sorpresas.
Cuarto intermedio es una obra donde los procesos de creación se exhiben como materia dramática. Primero estará el artículo que Félix Bruzzone tuvo que escribir por encargo, una crónica sobre su experiencia al presenciar un juicio de lesa humanidad. Allí, entre los intervalos (palabra que establece un juego cómplice entre el mundo de la escena y la teatralidad de un juicio) el escritor conoció a Mónica Zwaig, una abogada francesa que es hija de exiliados argentinos, que aprendió el español como una lengua de la infancia y lo doméstico y que eligió venir a Buenos Aires para terminar de investigar sobre la realización de estos juicios que, en algún punto, nos definen como sociedad y se convirtieron en un elemento estructurante de estos cuarenta años de democracia.
Cuarto intermedio es una obra sobre la generación de lxs hijxs (Bruzzone es hijo de desaparecidos y en su literatura se animó a explorar esta temática desde territorios ajenos al realismo) que ahora se sitúan frente a la instancia de los juicios de lesa humanidad con una voluntad analítica y a la vez portadora de cierta liviandad.
La particularidad de Cuarto intermedio tiene que ver con que esa instrumentalidad de los juicios no solo es desmenuzada en su calidad de puesta en escena, de momento actoral y dramático donde letrados de toda índole se hacen cargo de la noción de público allí presente, sino que en la mirada de Bruzzone, Zwaig y Juan Schnitman como director, los juicios ya no tienen el componente épico que podemos ver en la película de Santiago Mitre: Argentina 1985, ni tampoco el efecto de un documento que permite una lectura contemporánea de ese hecho excepcional, como sucede en el documental El juicio de Ulises de la Orden.
Aquí, en la impronta de Zwaig, Bruzzone y Schnitman los juicios de lesa humanidad no se sostienen desde la descripción del horror, la prueba de accionar de la dictadura sino que son narrados como artefactos burocráticos posibles de ser apropiados por universos fantásticos, incluso futuristas como si en lxs dos intérpretes de esta performance se vislumbrara un deseo de superación donde la justicia provocara la aparición de situaciones nuevas.
El humor, en Mónica Zwaig surge de un modo espontáneo e ingenuo, casi como una característica de su personalidad hasta que la abogada empieza a sumar la contundencia de los expedientes y los libros casi como si fueran cuerpos definidos desde su peso.
Existe una manera aleatoria de contar los juicios, un procedimiento propio de la sustracción donde se elude lo que parece importante o fundamental (tal vez porque eso ya ha sido contado repetidas veces) para ir hacia el entorno, hacia esos datos que podrían resultar insignificantes hasta que, inesperadamente, se relata una escena donde una hija de desaparecidos se cruza en un pasillo con un represor.
En la trama dramática que proponen Zwaig, Bruzzone y Schnitman, en cualquier rincón puede devenir la historia. Dentro de esta mecánica de cambios de los puntos de vista (dinámica política por excelencia) eso que era y sigue siendo trágico ha entrado en la cotidianidad como un saber, como una información que tendrá que vérselas con el presente. Porque los juicios crearon las condiciones para que los genocidas ya no pudieran refugiarse en el anonimato. Ahora están allí, cada uno con su nombre frente a lo que hicieron, entonces la risa que proponen Zwaig, Bruzzone y Schnitman ya no es solo una expresión catártica sino una conquista.
Cuarto intermedio. Guía práctica para audiencias de lesa humanidad, se presenta el sábado 9 de septiembre a las 17 horas en Teatro Picadero (50 por ciento de descuento para estudiantes secundarios y universitarios)