Nunca más pudimos volver a mirar a los chicos y a las chicas como antes. Menos aún, a dirigirles la palabra como si no supieran de qué se trata el mundo de la escritura. Nunca más pudimos enseñarles letra por letra, porque entendimos que era una profunda falta de respeto. Esas pequeñas cabezas que se esfuerzan en crear una lógica para comprender cómo es que se usan las marcas para producir y para interpretar lenguaje solo pueden ser tratadas como “otros” que, como en tantos campos del saber y del conocimiento, piensan distinto; no piensan menos, no piensan poco, no piensan peor, no piensan mal. Nadie que haya comprendido la teoría psicogenética de adquisición de la escritura puede tratar a un “otro” distinto como si no supiera; está felizmente condenado a dialogar con lo diferente, a dejarse transformar por un punto de vista distinto, a hacer el esfuerzo de entender-lo y de modificar-se para ser entendido.
Creo que de eso se trata la teoría que Emilia Ferreiro concibió y nos legó. Una teoría totalmente nueva, revolucionaria, por la profundidad del cambio en la mirada que propuso, y subversiva, porque nada de lo que creíamos saber quedó en pie tal como lo conocíamos. No solo cambió la mirada sobre los niños, también terminó haciéndolo sobre la escritura misma y, sin proponérselo, sobre toda la escuela.
Emilia fundó una teoría sobre la adquisición de la escritura que se inició en 1979, que siguió elaborando hasta muy poco antes de su partida y que siguen escribiendo sus discípulos/las en distintos países, sobre todo, de América Latina. Una teoría latinoamericana, porque aquí nació y se desarrolló. Y del estallido de esa teoría sobre las paredes de la escuela nacieron incontables maestros y maestras, académicos/as, investigadores, decisores en políticas educativas y otros actores que encontramos un lugar donde plantarnos para hacer de la enseñanza un lugar dialógico, del error un espacio lógico y no patológico, de la escuela es el ámbito de construcción colectiva donde proteger a las infancias de la infantilización banal. Para que la alfabetización sea de verdad un derecho y no una obligación, los chicos y las chicas tienen que ser escuchados.
Emilia está. Está y seguirá estando en sus discípulos y los discípulos de sus discípulos. En todos los que entendimos, gracias a ella, cómo piensan nuestros chicos y chicas. Y nunca más pudimos tratarlos del mismo modo. Está cuando damos clases, cuando escribimos, cuando dirigimos tesis, cuando volvemos a reunirnos con los cientos de compañeros y compañeras que trabajamos en torno a su obra.
Sembró una teoría psicolingüística y floreció un movimiento pedagógico.
* Profesora emérita, UNLP.