La literatura sigue proveyendo historias de seres pequeños a la pantalla grande. Emotiva y sutil, la adaptación cinematográfica de la nouvelle Tres luces, de la escritora irlandesa Claire Keegan, logra conmover a la vez que abre una serie de reflexiones sobre la orfandad de niños y adultos, las posibilidades de reparación que ofrecen los lazos entre las personas y la recreación de la familia como abrigo o fuente de inquietud.
The Quiet Girl, ópera prima del irlandés Colm Bairéad, estuvo nominada a mejor película extranjera de 2022, junto con Argentina, 1985, de Santiago Mitre (ganó la estrepitosa Sin novedad en el frente, de Edward Berger). Muchos apostaban por la historia de Cáit (interpretada por Catherine Clinch), la hermana menor de una familia numerosa en apuros económicos que, por un verano, va a pasar una temporada con la prima de su madre y su esposo, los Kinsella. La escena inicial muestra a la niña escondida entre arbustos, mientras sus hermanas la llaman a viva voz, tras haberse hecho pis, otra vez, en la cama. La película narra el delicado despliegue vital de Cáit, de solitaria y tímida a “una niña que vale oro”, en opinión de uno de los personajes adultos.
La novela, que en inglés se titula Foster, fue rebautizada en español como Tres luces en la edición de Eterna Cadencia, que publica los libros de Keegan en el país. Jorge Fondebrider, traductor de esta novela así como de la más reciente de la autora irlandesa (Cosas pequeñas como esas, que también será llevada al cine), contó en una charla con la escritora y traductora Inés Garland y el crítico de cine Diego Brodersen que la autora le había sugerido utilizar el título elegido por la editora de su novela en Francia (Les trois lumières) en vez de “sustituta” o “entenada”. “Los lectores van a pensar que soy un pésimo traductor”, le dijo Fondebrider a Keegan (“Ese es tu problema”, le respondió la escritora). Por un período, Cáit sustituye a un personaje ausente, y central, de la trama.
La versión al cine de la nouvelle, en la que el director y guionista se toma algunas licencias (que al parecer no entusiasmaron a la escritora), es tan irreprochable como bienvenida. Ambientada en la década de 1980 en una zona rural de Irlanda, hablada en gaélico y con uso metafórico de la naturaleza (incluida la naturaleza de las relaciones humanas, que pueden ser áridas, fértiles, templadas o gélidas), la atmósfera y el sonido, la película compone un testimonio contenido y sentimental sobre el desamparo, la hospitalidad y el duelo.
La pareja que acoge a Cáit, los encantadores Sean y Eibhlín Kinsella (Andrew Bennett y Carrie Crowley), ha perdido a su único hijo en un pozo de agua, mientras intentaba rescatar a su perro (que lo sobrevive). Este hecho, que ha ocurrido antes de que Cáit llegue a la granja de los Kinsella, adquiere sin embargo una presencia arrebatadora tanto en la conciencia de la chica, que ha usado la ropa del niño en las primeras semanas de la estadía y ha bebido el agua fresca del pozo, como de los espectadores, que comprenden la cauta coreografía que se establece desde el comienzo entre los padres sustitutos y la hija sustituta.
Se narra, además, el aprendizaje de la chica, de quien se podría decir que aplica el método del contraste entre la desorganizada (pero no malvada) familia de la que proviene y la que la ampara, mientras su madre da a luz a un niño. En este sentido, la reservada chica a la que hace referencia el título de la película tiene un segundo nacimiento con los Kinsella, gracias al que dejará atrás temores y vergüenzas, asumiendo el valor necesario para cambiar el lugar de la testigo por el de una protagonista que recibe y brinda cariño y atención.
The Quiet Girl
Dirección y guion de Colm Bairéad, con Catherine Clinch, Andrew Bennett, Carrie Crowley, Michael Patric, Kate Nic Chonaonaigh y Marion O'Dwyer, entre otros.
Apta para mayores de trece años, 95 minutos.