“Cuando salimos de casa una deliciosa tarde entre las cuatro y las seis, nos liberamos del yo que conocen nuestros amigos y pasamos a formar parte de ese inmenso ejército republicano de vagabundos anónimos, cuya compañía resulta de lo más agradable luego de la soledad del cuarto propio”, escribe Virginia Woolf en su ensayo de 1927 donde sale a caminar un día de invierno por Londres para confundirse en la multitud, para habitar las vidas callejeras de otras personas celebrando lo deforme, la belleza efímera, el malestar y otras experiencias múltiples que implican abandonar literalmente “el cuarto propio” que ella misma definió en su celebérrimo texto sobre emancipación femenina. 

No fue la única vez que Woolf salió a capturar postales urbanas como paseante para deshacer algunos lugares comunes patriarcales de la sociedad inglesa, otros textos escritos en 1931 para la revista femenina paradójicamente llamada “Buena Ama de Casa”, son igual de desafiantes en eso de abandonar el hogar e ir a la deriva liberándose del yo, otra forma de emanciparse, para reconstituirse en el anonimato de la comunidad en movimiento.

Solo 20 años después, en otra revista femenina titulada “Chicas”, una joven de 22 años que firmaba con el seudónimo de Felka, se podía decir que ampliaba las fronteras exploratorias de Virginia Woolf. La columna que firmaba se llamaba originalmente Vía Aérea y la escribía una azafata de nombre Ilse Fusková, aunque en ese momento usaba otro apellido, quien comenzó a publicar crónicas de sus viajes, y no tanto de su oficio. La primera, fechada en julio de 1951 desde Lisboa, comenzaba así: “Queridas chicas: se nos llama camareras de avión, pero no hacemos camas.” 

En esos textos de formato epistolar convierte unas crónicas viajeras en modos de desandar los lugares en que la sociedad y sus lenguajes querían encuadrar a las mujeres para explorar esos tránsitos como una forma de abandonar mandatos y fundirse con una modernidad sin ningún tipo de programa pautado, a la deriva con su mirada desenmarcada. Gracias a esa columna, que no solo registraba experiencias de viajes como azafata de Scandinavian Airlines sino que también describe paseos por Buenos Aires y otros temas relacionados con la cultura, Fusková va a conocer a un joven Alberto Greco, y allí comienza una nueva aventura conjunta que fue poco investigada aún en sus respectivas obras, y que ahora una muestra en W–galería, curada por María Laura Rosa, por fin comienza a exhibir a partir de algunas decenas de muy valiosas fotografías inéditas.

Retrato de Greco entre ramas, por Ilse Fuskova (1954).


Retrato colgado

Si bien la investigadora y curadora María Laura Rosa ya había ensayado sobre el archivo y la obra de Fusková como fotógrafa feminista en su texto “Ilse Fusková, la libertad de pasear sola”, ahora focaliza en su relación con Alberto Greco en esta nueva muestra. “Perdón, ¿usted es Felka?”, cita Rosa, al inicio del texto que acompaña la exhibición, la frase que recuerda Fusková le dijo Greco al reconocerla en una galería de arte de Florida y Viamonte, y que fue el principio de una larga amistad, que duró poco más de 12 años, hasta la muerte de él. Por supuesto que Greco la conocía por leer la revista “Chicas”, que no cualquier joven de 23 años leía una revista femenina y prestaba particular atención a las firmas. Ya ese era un escape de lo que significaba ser varón en esos años 50. La más antigua sesión de fotos que Fusková hace de Greco en 1954 está signada por ese origen de la relación: fue en la terraza de las oficinas de Guillermo Divito, director de “Chicas”.

Y en esa serie de retratos en la terraza hay un Greco más joven y más formal que el difundido luego, sin barba, con saco y corbata, sin ese roce con el mundo que vendría luego de sus viajes y lo volverían más dandy lumpen, más desfachatado. Incluso pareciera que hay algo de solemnidad en algunas poses que el ojo de la cámara de Fusková registra y que durante la sesión se van diluyendo, como desnudando literalmente a Greco hasta convertirlo en el artista y escritor que conoceremos luego.

Porque a lo largo de la sesión, Greco se afloja la corbata, luego se la saca y también el saco, se desabrocha la camisa hasta mostrar parte del pecho y la camiseta debajo. Ese relato que tiene algo de striptease podríamos decir que culmina con la mejor foto y la más grequista: él se aferra a una soga para tender ropa donde de un broche cuelga papeles arrugados como su camisa y una soga más gruesa sostenida por un broche que se enrollada desprolijamente como un garabato y forma una aureola serpenteante alrededor de su cabeza. Hay algo de instalación un poco absurda, casi humorística, que puede recordar algunas de las obras que Greco realizaría luego. Atrás los edificios de la ciudad tienen más presencia que en las otras fotos, también recordando las intervenciones urbanas que caracterizarán a su deriva artística posterior. ¿Cómo llegaron a esa foto que no se parece en nada a todas las anteriores de la sesión, qué juego los hizo derivar en eso? ¿Esa foto habrá detonado algo en ambos, su amistad y colaboración profundizaron su carácter queer luego de ese momento?

Lo cierto es que en cada retrato posterior de Greco que hace, Fusková suma cierta complejidad de sesión a sesión. En 1957 hay toda una aventura fotográfica de la soledad en interiores a la interacción en un entorno vivo, del jardín a la calle, del primer plano a la foto panorámica en medio del movimiento urbano: Greco frente a una ventana con un sol en medio de plantas con sombras extrañas como garras; o atrincherado asomando entre una enredadera; o haciendo una rara performance en Plaza San Martín con un diario, unos rollos y un afiche que parece reproducir una pintura francesa. O acompañado por Isabel Molinero con pantalón y corte a lo garçon, o solo sentado en la vereda enmarcado por las frutas del mercado de San Telmo.

Retrato de Greco con hoja de Filodendros, por Ilse Fuskova (1957).


La mancha del orgullo

Fusková ya no sale sola sino acompañado por Greco y por su cámara, un trío que se vuelve cómplice para invadir la ciudad con miradas en intersección, bocetando lo que sería una visibilidad urbana queer. En una entrevista en portugués que Greco le envía a Ilse desde Brasil en 1957, donde viaja luego de Europa para exponer sus pinturas, su obra se la enmarca en el Tachismo, que el traduce como “Manchismo”. “El 'tachismo' es el movimiento artístico más importante de la actualidad, porque posee una lógica que está de acuerdo con nuestra época, con los ruidos de la vida moderna intrínsecamente ligados al ritmo acelerado de las ciudades”, explica Greco al inicio de la nota y luego ejemplifica su método de manchado para realizar sus obras. En el artículo, que con otros documentos se puede ver en la muestra, el periodista brasilero desconfía del arte de Greco, quien anota en el borde: "¿Qué nota cretina? no?"

Esa pintura abstracta que era resistida, y que sería la base de su informalismo del futuro cercano, parece en sincronía con las fotos urbanas de Ilse Fusková que acompañan los retratos de Greco en la muestra. Tomadas entre 1953 y 1956, esos espacios urbanos vacíos que retrata hacen foco en paredes manchadas, texturadas, donde el negro carcome lo gris o donde un salpicado forma extrañas texturas y tramas que parecen la huella de una sensibilidad afín a ciertas pinturas de Greco. Lo roto, destruido, quebrado también aparecen en las fotos y esa mirada de Fusková, antes que la pintura informalista se manifestara como tal, parece convertir postales urbanas en abstracciones similares a las que traería la ruptura de finales de los 50 en el arte argentino. 

Un texto de Felka aparecerá defendiendo el arte abstracto contra el figurativo en la revista “Chicas” en 1954. Otra de sus notas, “Reportaje a los muros de la ciudad”, de 1955 se publicará con sus fotos de dibujos en tizas en pareces porteñas, que podrían ser un antecedente directo a las inscripciones también de tiza de Greco en los años del vivo dito a inicios de los 60, un arte callejero como aventura de la realidad. Las paredes manchadas con su deseo eran ese ruido en la ciudad que los unía.

Cuando lo conocí nos unió una profunda amistad. Cuando volvió de París, me contaba: 'París es una ciudad hermosa, pero nada más. La ciudad la hacemos nosotros y nuestros amigos. Y los amigos también los hacemos nosotros. Este viaje ha sido en realidad hasta el fondo de mí mismo. He averiguado hasta dónde van mi timidez, mi desesperación, mis ganas de vivir y mi talento.' A él le debo también mis primeros contactos con el ambiente intelectual porteño. En esa época yo trabajaba en periodismo y lo conocí a raíz de un reportaje que me encargaron. Alberto era una persona deliciosa y un gran artista. Pero nadie lo sabía aún en la Argentina.” Así recuerda en 1994 Ilse Fusková a Greco en el libro Amor de mujeres. El lesbianismo en la Argentina, hoy, y sostiene que se acordó de ese viaje al fondo de sí mismo que describe Greco cuando encontró el deseo lésbico dentro de su militancia feminista a inicios de los 80, en un viaje a Brasil donde “descubrimos dentro de nosotras la posibilidad de desearlo todo... la posibilidad de ser dueñas de nuestro cuerpo, de nuestros deseos, nuestra creatividad, sin límites.” Muchas amistades de Greco pasaron a Fusková, algunas de esas personas terminaron retratadas y formaron parte de alguna muestra fotográfica. Esas amistades compartidas fueron también una ciudad que crearon.

Gato detrás de una reja, serie Barrio de Belgrano (1955).


Somos mucho más que dos 

Las acciones revolucionarias de Greco, que empezaron en galerías y luego se volcaron a las calles, un arte vivo sin límites que generó perplejidad, muchas veces rechazo y algunas hasta persecución, fueron tan rupturistas como la irrupción que Fusková y la comunidad alrededor de sus Cuadernos de Existencia Lesbiana varias décadas después. Como bien describe la militante lesbiana y periodista Adriana Carrasco en el documental sobre Ilse Fusková dirigido por Liliana Furió y y Lucas Santa Ana, la irrupción de un cartel visibilizando el activismo lésbico en las calles de Buenos Aires que ella, Fusková y más militantes decidieron usar en una marcha se posicionó fuerte como una voz crítica e inaceptable para muchas feministas en los 80. Hoy, en el contexto de esta muestra, no hay posibilidad de no ver estas acciones íntimamente relacionadas.

Aunque hicieron solo una muestra conjunta en 1957, con fotos de Fusková y textos de Greco, lo que crearon fue un territorio común, no hubo tanto una influencia mutua, sino una sensibilidad compartida que se transformó en un campo de acción comunitaria. Entre las decenas de fotos inéditas de la muestra “Querida Felka. Alberto Greco por Ilse Fusková”, hay una única foto más difundida donde están ambos. De fotógrafo desconocido, está tomada en la cuadra donde vivía Fusková en esos tiempos: el Pasaje Seaver, en el barrio de Retiro, donde se mezclaba la bohemia con la vida marginal, entre el oscuro adoquinado del Bajo, pasaje que fue demolido entre 1978 y 1980 por la última dictadura. Entre lo más célebre del Seaver estaba el cabaret Can Can donde se recuerda que tuvieron lugar los primeros shows de travestis en la ciudad. La futura militante pionera del lesbianismo local y el artista que será el primero en autodefinirse como “puto” como parte de su obra, posan allí de frente a la cámara en esos adoquines taconeados por travas, y en ese margen imprimieron la marca más emblemática de la colaboración queer que fundaron: una sensibilidad rebelde de desearlo todo. Un deseo revolucionario que empezó en una amistad para crear una ciudad palpitante.

Querida Felka. Alberto Greco por Ilse Fusková se puede visitar hasta el 13 de octubre, de lunes a viernes, entre 13 y 17 horas, en W Galería, Viamonte 452.