Pasaron once años desde la promulgación de la Ley 26.743 de Identidad de Género, y mucha agua bajo el puente. No obstante, dada la confusión que por ignorancia o por maldad se suele generar en torno a ella, a menudo conviene volver a mirarla para valorar su claridad y su importancia.

El artículo 2 de la Ley es inequívoco: “Se entiende por identidad de género a la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente, la cual puede corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo. Esto puede involucrar la modificación de la apariencia o la función corporal a través de medios farmacológicos, quirúrgicos o de otra índole, siempre que ello sea libremente escogido. También incluye otras expresiones de género, como la vestimenta, el modo de hablar y los modales”.

Uno de los elementos que la transforma en una ley de vanguardia para la Argentina, y en una brújula para otras leyes similares en el mundo, es que menciona —y al hacerlo, visibiliza e institucionaliza— “la vivencia personal del cuerpo”. No hay una experiencia corporal única ni oficial; cada quien estiliza su cuerpo de manera personal y creativa. ¿Cuántas vivencias personales se necesitan para construir un código colectivo?

Nuestros códigos, el nuevo libro del Archivo de la Memoria Trans editado junto a Liliana Viola, construye un testimonio intersubjetivo. La colección de 344 páginas mira con ternura y picardía la colectivización de “un lenguaje, una gramática, un modo único y propio de traficar la risa, la resistencia, las siliconas, el placer, el llanto” en este mundo que, hoy igual que ayer, se mueve con la fuerza de la estandarización heterocis.

“Soy una chica trans con muchos problemas buenos, problemas malos, de todo un poco”, se lee junto a la primera imagen del libro. En lo sucesivo, las fotos privadas, tomadas por sus protagonistas, van alternando con el archivo de las fuerzas represivas que, en las pasadas décadas, operaban como garantes de la normalización. “Siempre me llevaban presa, iba mi mamá a retirarme y me decía ‘yo te quiero mucho’ y que pin que pan”, se lee junto a la foto de una de las chicas que, entre tantas, sufrió el presidio. “Salíamos de la comisaría, hacíamos media cuadra y lo más tierno que me decía era ‘degenerado’”.

Pero, sobre todo, Nuestros códigos rinde culto al amor y a la unión que hace a la fuerza. “Mi más lindo momento fue cuando me presenté ante mi madre como Bibiana”, cuenta una de las chicas. “Ella era una catarata de lágrimas y yo le pregunto: ‘Mamá, ¿por qué llorás? ¿Estoy fea?’. ‘No, sos muy linda’”.

“Un día vino Perica. Después vino Marcela, La Piojo, antes de operarse. Vino La Paula antes de operarse. Marcela La Riojana, también vino antes de operarse”, recuerda otra. “Después estuvo, antes de fallecer, La Polli, no sé si la sintieron nombrar, era de Catán”. Tantos nombres, tantos rostros, y una misma sabiduría travesti-trans urdida con las numerosas puntadas que Nuestros códigos recoge y celebra. El libro es, en definitiva, un espejo que nos devuelve la mirada y nos recuerda que siempre nos tuvimos las unas a las otras.

Se presenta el viernes 1 de septiembre en el Congreso de la Nación a las 17 hs.