Una chica discurre sobre los sinsentidos del mazo español, agarrándole cierta manía a un naipe (la sota, para más info). Otra muchacha escucha -quizás resignada- las lecciones de estilo y decoro que le imparte su tía, que van desde el color más elegante hasta cómo sostener la cartera y cuándo mirar con disimulo. Un bizcochuelo esponjoso para alcanzar -¡y saborear!- la tercera dimensión, que le falta a las galletitas, es el objetivo de una perseverante joven que, negándosele el uso de la cocina económica, debe apañarse con anafe y cacerolita. Y ya, para ir redondeando, una madre tirando a tirana hace rezongar -interiormente- a su hija, a la que le repatea la facilidad inusitada de su progenitora para meter el dedo en la llaga…
Estos universos eminentemente femeninos son puestos en valor los domingos a la hora del té, o sea, a las cinco de la tarde, en el barrio de Agronomía. Más precisamente en el Cultural Morán, donde este fin de semana reestrena Donde cae queda, atípico espectáculo teatral que -con sensibilidad e ingenio- presenta cuatro singulares relatos breves de Hebe Uhart (1936-2018): El juego de cartas, El budín esponjoso, Moreno y El recital de piano. Con dirección de Ana Lucía Morón y Paula Schiselman, en esta pieza -que el dúo considera su ópera prima- tres actrices interpretan a trillizas relatoras que van adoptando distintos personajes, sincronizadas entre sí y en total sintonía con las narraciones. Loable el trabajo de Miranda Di Lorenzo, Verónica Jordan y Ana Schmukler que, desdoblándose y replegándose, ejecutan una coreografía precisa y sutil, pensada por las directoras para esta puesta que se vale de la mínima y funcional escenografía de Camila Pérez, asimismo responsable del logrado vestuario, y de la expresiva iluminación de Agnese Lozupone.
Es decir, un equipo ciento por ciento integrado por mujeres, tras bambalinas y sobre las tablas, da vida a estos textos escogidos, escritos entre las décadas del 70 y 80 por la excepcional cuentista -además, novelista, cronista y estimada maestra argentina-, en los que destella su estilo tan personal, modesto y detallista, ajeno a toda forma de pedantería o grandilocuencia. Con humor finísino y mirada extrañada, HU supo capturar como nadie el mundo de las minucias, de lo aparentemente trivial, como hacía notar antaño Haroldo Conti, advirtiendo que, detrás de la simplicidad de la pluma de la autora, “uno penetra en honduras y laberintos donde solo se puede avanzar si se participa de la magia de ese nuevo mundo. Ni aclara, ni completa una realidad conocida. Revela o, mejor dicho, ella misma es una realidad única, distinta”.
Al respecto, no está de más recordar que hace unos años pudo verse en cartelera porteña Turistas y viajeros, otra puesta fiel de un cuento de Hebe, con dirección de Luciano Ricio y actuación de la súper talentosa Armenia Martínez, que entonces contaba lo mucho que le fascinaba “esa cosa tan inocente y a la vez tan sabia de la escritura de Uhart; eso de rescatar el gesto mínimo, una palabrita aparentemente insignificante…”. Misma fascinación expresa Ana Lucía Morón, actriz además de directora, egresada de la EMAD, formada con Nora Moseinco, Marcela Guerty y Alejandra Boero, entre otras maestras, que tiempo atrás fue parte de la compañía de danza de Viviana Iasparra.
Tanto ella como Schiselman eran conscientes de estar laburando con una materia prima que, en palabras de Ricardo Piglia, es parte de “la mejor tradición de la literatura argentina”, y encontraron idónea manera de darle forma teatral, enlazando historias que, en mayor y menor medida, aluden a tradiciones femeninas tenidas por menores, que Uhart restaura. Las12 conversó con Ana Lucía Morón, una de las directoras de Donde cae queda.
¿Cómo descubrieron la teatralidad en estos relatos literarios que no fueron escritos para ser llevados a escena?
--Unos años atrás, con Paula (Schiselman) hicimos el taller de dirección y puesta en escena que dictaban Rubén Szuchmacher y Graciela Schuster; ellos nos dieron una consigna que terminó siendo el punto de partida de Donde cae queda. El ejercicio consistía en trabajar con un texto no teatral -podía ser una poesía, un cuento, un ensayo- y ponerlo en escena, sin sacar ni agregar una sola palabra. Barajamos varias alternativas hasta elegir El budín esponjoso, precioso relato de Hebe, con el desafío de llegar a la teatralidad desde la puesta, sin adaptar la pieza en términos de dramaturgia. Con esa intención, empezamos a preguntarnos: está la palabra escrita, pero ¿qué es lo que no está dicho? Y así dimos, por ejemplo, con la idea de que hubiese un trío de relatoras; nos inventamos estas trillizas.
Trillizas que, a lo largo de la obra, se desdoblan y aúnan; por momentos, componen distintos personajes y, en otros, el mismo.
--Son un dispositivo que nos permite generar un mundo nuevo desde lo formal, aunque fiel al universo creado por Hebe Uhart. Porque todo lo trabajamos a partir de cómo ella escribe: fueron sus ritmos, la puntuación, sus pausas, el detalle de sus descripciones los que nos iban dando la pista de por dónde ir construyendo la pieza.
¿Como si tuvieran una música interna que se lucía mejor cuando se interpretaba a tres voces?
--Algo así, sí. De hecho, nosotras pensamos Donde cae queda como una partitura donde la cadencia y lo sonoro son piezas fundamentales, que también están muy ligadas al movimiento…
Además de coreografiar las voces, hay un gran trabajo corporal de las actrices que, con movimientos apenas perceptibles y muy sincronizados, dan dinamismo a lo que van relatando. Debió ser complicado dar con el justo balance: no caer en subrayados que distrajeran y quitaran protagonismo a la palabra; estar en sintonía con el estilo medido, casi confidencial de Uhart…
--Es algo a lo que le prestamos especial atención desde el principio. Fuimos muy rigurosas al momento de respetar la letra, muy cuidadosas de lo que se dice y cómo está dicho, para acompañar los textos de la mejor manera posible. Después de todo, lo que nos enamora de estos cuentos justamente es la manera en que Hebe observa y la forma en que transmite lo que está observando, esa mezcla de austeridad y sensibilidad, carente de toda pomposidad, con la que nos sentimos muy identificadas.
De su forma de ver situaciones aparentemente triviales, se desprende una comicidad indirecta, bien representada en Donde cae queda ¿Cómo abordaron los sobreentendidos para que aflorasen?
--Entendiendo que cuando el humor se enfatiza, deja de ser gracioso, pierde la gracia. Funciona cuando no se lo fuerza, y es algo que trabajamos mucho desde la dirección, charlando con las actrices. Nos parecía que, para que surtiera efecto, tenía que estar expresado con precisión, con ciertos movimientos; sobre todo, con ciertos tiempos.
Además de El budín esponjoso, originalmente publicado en el homónimo libro del ’77, la obra incluye los cuentos de El juego de cartas, Moreno y El recital de piano. ¿Por qué razones se decantaron por esta selección?
--Después del ejercicio en el taller de Szuchmacher y Schuster, a Paula y a mí nos dio un ataque de lectura que, como te podrás imaginar, disfrutamos muchísimo; y ese leer y releer a Hebe apareció el tema de la obra, nuestra línea narrativa: presentar una genealogía de mujeres, de madres e hijas, tías, primas, sobrinas, incluso amigas y vecinas. O sea, detenernos en ese mundo femenino que tan bien pinta, donde cada detalle te abre un universo: una tela, un vestido, la escoba de quince, un intento de bizcochuelo… También hay una búsqueda por reflexionar sobre el tiempo a partir de usos y costumbres de antaño, de tradiciones pasadas. Hay algo muy entrañable y reconocible en estas mujeres; a muchas nos conectan con nuestros propios recuerdos familiares.
Donde cae queda empieza a oscuras, con las actrices murmurando frases que no se entienden del todo, previo a arrancar con El juego de cartas ¿Es un recurso para sorprender al público, cambiarles los reflejos habituales?
--Para ser sincera, es la solución que encontramos frente a un “problema”. Lo que las chicas murmuran son tres relatos cortitos que están al final del cuento Moreno, que no sabíamos cómo encajar en la obra. Y como queríamos ser respetuosas de la letra de Uhart, le encontramos la vuelta incluyéndolos de esta forma. Es la única libertad que nos tomamos en términos de edición, y va de la mano de nuestro deseo de que, al comienzo, prime lo sonoro, antes de embarcarnos en el propio mundo del relato. Más allá de la temática en común, buscamos que algo se fuera desplegando de principio a fin, como parte de un todo, y a la vez, enfatizar la singularidad de cada cuento.
Para fichar a las actrices -estupendas Miranda Di Lorenzo, Verónica Jordan y Ana Schmukler-, hicieron un casting, algo poco habitual en el teatro alternativo, que tiende a ser bastante endogámico…
--Sí, abrimos convocatoria, en buena medida por una necesidad concreta: queríamos que las actrices fueran parecidas para acentuar el dispositivo de las trillizas, que te contaba. En las primeras funciones de 2019, antes de la pandemia, estaba Leticia Gurfinkiel junto a Verónica y Ana. La crisis del Covid nos obligó a pausar y, por circunstancias de la vida, recién pudimos retomar la obra este año. Como Leticia no podía seguir, sumamos a Miranda, que tiene solo 20 años, ¡una niña!, de un entendimiento y una entrega totales. Las tres actrices son maravillosas; unas genias que hacen un laburo minucioso, de una dedicación absoluta.
Donde cae queda se presenta los domingos a las 17 hs en Cultural Morán, Pedro Morán 2147, CABA.