Sigmund Freud planteó que el amor propio de la humanidad recibió tres graves afrentas de la investigación científica.

La primera herida narcisista la generó Nicolás Copérnico, al imponer en el siglo XVI el heliocentrismo, que consideraba el Sol como centro, alrededor del cual giraba todo el universo. Hasta ahí se pensaba que el centro era la Tierra.

La segunda la produjo Charles Darwin, cuando en su teoría de la evolución le quita al hombre su condición de criatura divina, hecha a imagen y semejanza de Dios, y lo coloca como un animal que evolucionó, un eslabón más en la escala evolutiva.

Y la tercera la causó el propio Freud, dado que, al introducir el concepto de inconsciente, el hombre deja de ser libre y racional y pasa a ser un sujeto sujetado a los arbitrios de su deseo.

Ahora podríamos agregar una cuarta herida narcisista con la Inteligencia Artificial, que, usando el lenguaje humano, procura acceder y reproducir lo más sublime del individuo: su pensamiento.

Sin embargo, la IA es una creación del hombre, y por ende tendría que hacerlo sentir orgulloso de su logro, como por ejemplo, cuando el ser humano llegó a la luna y casi todos nos sentimos contentos. Pero, con la IA, parecería que solo se sienten mejor sus creadores; la gente común, en general, se siente insegura, dependiente y hasta defectuosa frente a su rival, y también preocupada de ser reemplazada.

La posición de temerosa veneración hacia la IA, tan extendida, se debería más a las confusiones que le generan a la gente sectores interesados que a la realidad del hecho objetivo y concreto, como apreciamos con el hombre en la luna.

Veamos, se puede admirar una obra de arte e igualmente al creador. En cuanto a la idolatría, si la hay, se dirigiría al genio que la creó, pero rara vez a la obra inerte. Sin embargo, con la IA muchos ya la han idealizado sin casi interesarse por los anónimos “artistas” que la crearon. ¿Será casualidad o será producto del deseo de los titulares de las empresas donde ellos trabajan?

Parece que la atención del consumidor debe estar totalmente circunscripta al producto y a la marca. Una clave del exitoso camino que vienen transitando desde hace décadas esas importantes empresas tecnológicas consiste en mimetizar intuitivamente a sus productos tecnocientíficos con los usuarios, para fascinarlos. Por ejemplo, a la IA, la simulación la hace amigable con la gente, pero también se utilizan solapadas técnicas adictivas. Algo parecido a lo que ya vimos en el documental de Netflix, El dilema de las redes sociales. Allí, expertos en tecnología de Silicon Valley, arrepentidos, nos cuentan como las principales empresas tecnológicas (Big Tech) manipulan a la sociedad, pero principalmente a los jóvenes para empujarlos a las adicciones tecnológicas, como la que entablan con las redes sociales.

El instalar en el imaginario social la idea de que la IA es superior a la nuestra les incrementa las ganancias. Esto quedó claro en 1997, cuando Dee Blue, la supercomputadora de IBM,le ganó a Garry Kasparov una partida de ajedrez y al otro día subieron las acciones de la empresa.

La distinción fundamental entre la inteligencia humana y la artificial es que la primera es abierta y que la IA, como todo artificio creado por el hombre, es cerrada, más allá de que los algoritmos simulen apertura. La apertura de lo humano se vincula a la contingencia imprevisible en relación al deseo, a la pulsión, a la intuición, a lo inconsciente; básicamente al registro sutil de las cualidades. En cambio, la IA se especializa en un mega procesamiento de cantidades, apuntando a un entrenamiento y a la opción de reprogramar patrones y consignas.

A la apertura de la inteligencia humana la determinan los sentimientos. El hombre posee sensibilidad. Siente, esencialmente placer y dolor, y a partir de allí toda la compleja gama de sentimientos y emociones. Todo esto no existe en la IA, dado que no siente ni posee consciencia. La máquina solo puede simular sentimientos. Seguramente la IA será siempre un artificio humano creado por “su amo y señor”, que por una rara paradoja ahora parece confundido con su invento y hasta cree estar por debajo de él.

*Psicoanalista. Escritor. Marcos Juárez.