Estamos en cuenta regresiva: se sabe, desde el minuto en que ponemos un pie en esta tierra. Para Edgardo Giménez vida y producción condensan una vitalidad arrolladora, a contrarreloj, ligada fuertemente a la alegría, que dice que lo acompaña desde siempre. Y aunque uno le repregunte, asegura que jamás ese júbilo se opacó.
“Siempre se me dio por acentuar el placer que nos rodea y que, si no nos lo señalan, lo perdemos de vista. Yo hacía un recordatorio en cada muestra y en cada cosa que he hecho de que hay que estar atento y ver: que ese ver no sea una cosa pasiva, sino algo que te deleita y que pasás por el planeta con una gran felicidad”, dice el artista en la conferencia de prensa.
No habrá ninguno igual, con curaduría de María José Herrera, su exposición antológica en el Malba, incluye 80 obras e instalaciones organizada en seis núcleos temáticos que hacen foco en su filosofía y activismo en pos de una “obra de arte total”.
Una de sus máximas fue “estetizar la vida diaria”. Y lo llevó a la práctica de múltiples formas. Autodidacta en todo: no estudió publicidad, diseño, arquitectura ni pintura. “Me acuerdo que cuando se lo dije a Romero, él me contestó: No sos el único. Le Corbusier tampoco tenía título de arquitecto. Lo único que importa son las ideas”, recordó el artista en su biografía. Junto con Romero Brest a fines de 1969, luego del cierre del Di Tella, creó Fuera de caja, un negocio que vendía objetos artísticos.
“Siempre pensé que se podía provocar artísticamente por distintos medios, no solamente a través de una pintura. Se puede utilizar lo que se quiera, siempre y cuando el que lo haga sea un artista. Porque el arte es eso: modificar al otro a partir del contacto con ese objeto o actitud estética”, sostiene Giménez, cuya obra integra las colecciones del MoMA, del Metropolitan Museum de Nueva York, y del Museo de Artes Decorativas de París, entre otras.
Giménez dio sus primeros pasos en publicidad con tan solo 14 años. Fue director de Arte del Teatro San Martín y del Teatro Colón. Diseñó casas, afiches, muebles, tapas para libros, objetos de uso cotidiano, tapices, serigrafías, pinturas, instalaciones, esculturas-laberinto y escenografías para cine, como la que hizo para Psexoanálisis (1967) y que ahora se recrea en sala, de Héctor Olivera, la primera película pop de la Argentina.
Cuando Olivera lo eligió para sus escenografías, Giménez no tenía experiencia en el rubro. El director le dio carta blanca para que creara con absoluta libertad. También se recrea la escenografía realizada por Giménez para Los neuróticos (1971), otra película de Olivera. Esta última, un gran huevo que permite ver su interior, se activará por performers (miércoles, sábados y domingos de 16 a 19)
“Lo que me dio la publicidad fueron ciertas ideas, el interés por lo nuevo y la sensación de que todo se puede hacer, se consigue, se inventa, aparece. Hay un todo vale creativo que no está sujeto a técnica. De esta experiencia surgió el póster-pannel. Con Dalila Puzzovio y Charlie Squirru queríamos que el arte tuviera un alcance mayor, que fuera para todo el mundo, que saliera de la galería a la calle. Así nació ¿Por qué son tan geniales? Yo conocía a la gente de la agencia Meca. Uno de sus artesanos pintó a mano, sobre la base de un collage de fotos nuestras, el cartel que permaneció más de un mes en la esquina de Florida y Viamonte”, recordó Giménez sobre esa emblemática pieza gráfica que por su impacto y contundencia devino uno de los paradigmas más significativos de la vertiente pop del arte argentino.
“El pop argentino es muy particular. En el sesenta y cuatro cuando vino Pierre Restany a ser jurado del premio Di Tella lo caracterizó como pop lunfardo porque es un arte que se refiere a la cultura popular, pero a la cultura popular argentina”, dice Herrera en diálogo con Radar.
A partir de mitos e íconos populares, el pop se resignificó en distintos sitios. En el arte de Giménez se reflejan aspectos que produjeron un impacto masivo en la década del sesenta: el cine, la televisión, los radioteatros, la cultura popular en Argentina. “Giménez fue parte del pop junto con Dalila Puzzovio, Charlie Squirru, Rodríguez Arias, Marta Minujín, Delia Cancela y Pablo Mesejean. Todos ellos hacían un pop, donde lo popular eran los mitos populares argentinos. Por ejemplo Cancela y Mesejean hicieron un gaucho Martín Fierro. Giménez toma su base pop del cine, de los radioteatros, de todo aquello que son medios masivos de comunicación”, señala Herrera.
“Él pertenece a una generación que comienza a hacer un arte con su propio cuerpo –afirma la curadora—. A mostrarse como modelos, no sólo como modelo de ropa en películas o en artículos de moda, sino como modelo de estilo. En ver la vestimenta como un tipo de sistema de comunicación en la sociedad. Giménez desafió los límites de una sociedad que en ese momento era muy conservadora y no aceptaba las diferencias.”
Giménez se educó con el mundo de Disney y Hollywood, con Cleopatra y las superproducciones cinematográficas. Adoraba los finales felices de los filmes de Hollywood. “Para mí, Walt Disney fue un genio absoluto, me gustaban todas sus creaciones. De sus creaciones surge mi locura por los animales: monos, leones, cebras, panteras”, dijo el artista de esa fauna que copa su muestra.
“Romero y su pensamiento tenía luz propia, él iluminaba con su talento el cargo que desempeñaba”, escribe el artista en Carne valiente, su autobiografía. En la exhibición se puede ver la reconstrucción del interior espejado que el artista diseñó para el departamento del matrimonio Romero Brest, y de la maqueta de la vivienda de fin de semana Casa azul (1969-1972), en City Bell, seleccionada a fines de los setenta para integrar Transformations in Modern Architecture, en el MoMA. También se exhibe la maqueta que el artista hizo para Casa neptuna, en 2020, en José Ignacio (Uruguay) para la Fundación Amalia Amoedo.
“Romero era respetado por mí de manera obsesiva –señaló el artista en la recorrida de prensa en el Malba— era alguien de gran entusiasmo y de gran audacia. El Di Tella nos alojaba a nosotros, cuando todas las galerías nos rechazaban porque decían que éramos unos tipos que hacíamos basura. El vio más allá. Me alegro del destino de conocer esa gente genial que te enseña a vivir y a apreciar las cosas”.
Hay un espíritu lúdico y festivo en toda la obra de Giménez. “El arte es para despertarte, no para hacerte dormir. No le tengo miedo a la seriedad sino al aburrimiento, que es muy diferente. Todo lo que aburre no es arte. Así como en el amor uno no puede tener una pareja con la que se aburre, en todos los órdenes de la vida ocurre lo mismo. En mi caso, el juego y lo lúdico ocupan un lugar central en mi vida y en mi obra”, señaló el artista. Y añadió: “Mi lápida dirá: "Aquí yace Edgardo Giménez, el artista que no aburrió a nadie".
En la explanada del museo, se exhibe una reinterpretación de la obra "Ocho estrellas negras", que presentó originalmente en las Experiencias visuales 1967 del Instituto Di Tella. Ahora se ven cinco estrellas, número que alude a la excelencia de una calificación. Y que a Giménez le parece clave: “Me gustaría que nuestro paso por el planeta sea cinco estrellas: uno tiene que tomar conciencia de que se morirá, no como un hecho terrible sino inevitable. El tiempo que perdemos relacionándonos mal y aburriéndonos es tiempo perdido. Uno tiene que ser exigente con el destino que se construye. No nos queda tanto tiempo”.
No habrá ninguno igual se puede ver en Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415, hasta el 13 de noviembre. Sala 5. Nivel 2. Jueves a lunes de 12 a 20; miércoles de 11 a 20. Martes cerrado. Entrada: $1600. Estudiantes, docentes y jubilados: $800.