En las últimas elecciones Paso, para sorpresa de casi todx la sociedad, Milei resultó ser el candidato más votado.

Cientos de artículos en pocos días intentaron descifrar el “misterio” de esa decisión que, sin duda, posee varias aristas. Entre ellas, una democracia capturada por el neoliberalismo que engendró sus propios verdugos, pues los ganadores encarnan el ideario fascista, capaz de terminar con ese régimen, tras una fachada democrática.

Otra arista a considerar es el factor sorpresa que suscitó el resultado, para casi todo el conjunto social incluyendo dirigentes políticos, encuestadores y pensadores de la cultura.

La sorpresa social forma parte del problema de esta emergencia que podemos describir como “analfabetismo político”, utilizando la poesía de Bertolt Brecht. Esa categoría no aplica sólo para los votantes de La Libertad Avanza que odian la política, sino que nos incluye a todxs, aun a lxs que nos autopercibimos comprometidos y con pensamiento crítico.

No anticipamos la magnitud de esta expresión que, en pocos años, del 2021 al 2023, La Libertad Avanza pasó de algo más de un millón de votos a más de siete millones. No lo comprendimos y lo subestimamos, por eso estamos en falta.

El rechazo a la política fue el motor que aglutinó y configuró una identidad monstruosa, capaz de aniquilar al sistema democrático que los produjo.

No vimos el crecimiento social y las adhesiones que generaba esta “nueva derecha”, que apareció durante la pandemia y la guerra, en el contexto de una democracia debilitada, que no aloja a la mayoría social, con una creciente desigualdad, un estado anímico de insatisfacción democrática, increencia en la política y depresión generalizada.

Supo capitalizar el desencanto, el malestar subjetivo y el escepticismo en la política provocado por tres factores: 1) el modelo neoliberal, que ha multiplicado la desigualdad, la concentración y la precariedad; 2) la pandemia, la cuarentena y el encierro, que trajeron angustia, enfermedad, duelos, pérdidas económicas y desorden en la vida cotidiana y 3) el actual gobierno, que incumplió su mandato electoral y no estuvo a la altura de alojar o escuchar las demandas populares ni las angustias de la subjetividad.

Es en ese terreno aparecen con fuerza en nuestro país las corrientes llamadas “libertarias”, que jugaron un papel protagónico durante la pandemia. Batallando contra las vacunas y emitiendo salvajes mensajes contra el gobierno que, supuestamente, mantenía encerrada a la población por el coronavirus, una enfermedad que planteaban imaginaria.

El resultado es esta ultraderecha emergente ultraliberal en lo económico, autoritaria en lo político y conservadora en lo cultural, que emergió con mucha fuerza logrando romper la lógica bipartidista de los votos, con posibilidades de ser elegida en octubre para conducir los destinos del país.

Esta nueva derecha logró reciclar todos los mitos del individualismo, la meritocracia y la libertad individual. Retomó los argumentos conservadores conocidos, agregándoles una violencia verbal apelando al miedo y al odio a los chorros, a los vagos, a lo diferente, a los políticos y presentando su cruzada como un acto de rebeldía contra la “casta política”.

La novedad de Milei es la de ofrecerse como un candidato que encarna la antipolítica y eso genera adhesiones, fundamentalmente, entre los que no encuentran representación en la “casta política”. Su base electoral se siente escuchada en la insatisfacción y deposita en él la solución a la crisis económica que resulta insoportable. Milei inventa una supuesta salida sencilla y pragmática como “dolarizar” y acabar con la “casta”, junto con la promesa de represión y orden.

El voto a Milei es pasional y enojado, lo que no significa que esa elección “emocional” esté en contraposición a un voto “racional”, por el contrario, hay una lógica en las pasiones.

El creciente lugar de la precariedad, las debilitadas democracias y la política que no escuchaba ni alojaba la bronca, el hartazgo y la frustración de vastos sectores sociales hizo que creciera la derecha extrema, creó nuevas “resoluciones”, no políticas sino emocionales. Esos grupos, cohesionadas por el odio a la casta, se constituyen fundamentalmente por identificación.

La identificación “resolvió” en parte la insatisfacción de los sectores no tenidos en cuenta, empobrecidos, angustiados y segregados por el sistema; decepcionados de la política, han intentado la pertenencia social por la vía identificatoria.

La “salida” identitaria no es política

La identificación solo trae una igualdad imaginaria, no modificará un orden injusto y desigual. La pertenencia imaginaria basada en la psicología de las masas no sólo no resuelve el orden injusto de la desigualdad neoliberal estructural y en ascenso, sino que, por el contrario, lo reproduce circularmente.

La cultura de la identidad niega la dimensión antagonista y conflictual de lo político, trayendo como efectos la despolitización de lo social, el rechazo al otro y los estereotipos más siniestros de la masa.

Sólo la política es capaz de desplazar un cuerpo del lugar que le estaba hegemónicamente asignado como un destino y cambiar un orden social desigual e injusto.

Hay que tener en cuenta que la derecha global no avanza por naturaleza sino por la ceguera de la política, las peleas de palacio, los enfrascamientos narcisistas y la falta de audacia de los gobernantes populares que, al conducir hacia a un enorme fracaso colectivo, aportan para generar estos monstruos y... La Libertad Avanza.

La Libertad Avanza es una pesadilla, pero es posible que permita el despertar y la construcción política de un frente antifascista que pueda reinventar la democracia.

Nora Merlin es psicoanalista.